Touching the Stars | Hiccelsa | Parte I

4

—No quiero adelantarme pero llevamos una buena racha, ¿no es así, Elsa? —preguntó Hiccup, limpiándose el sudor de la frente, observando con orgullo el bote lleno de pescados.

—Muy buena, diría yo —comentó Astrid en un tono de duda. 

La joven vikinga había acudido a la playa desde muy temprano para ayudarlos.

—Sí, la llevamos. Pero hay algo que no me cuadra... —respondió la rubia, viendo a su alrededor con recelo.

No se vieron en la necesidad de entrar mar adentro, los peces se acercaron lo suficiente a la orilla para atraparlos aún y con este frío entumecedor. 

¿Pero por qué? ¿Qué era lo que los atraía? Pensó Elsa.

—¿Qué cosa? —el castaño volteó a verla, confundido.

—No es normal que estén tan cerca de la playa —le respondió ella, frunciendo el ceño y prestando más atención a su alrededor.

—Algo se está descomponiendo por aquí —Astrid anunció, apuntando a un caminito de líquido rojo que encontró no muy lejos de ahí, deslizándose por la arena hasta llegar al agua.

Los tres se acercaron cuidadosos a revisar. Dándose cuenta que lo que fuera que desprendiera esa sangre, venía de más arriba, entre los matorrales.

—¿Tienen con qué defenderse? –Elsa y Hiccup negaron con la cabeza–. Entonces detrás de mí —ordenó Astrid, desenfundando su espada que siempre traía consigo.

Fueron acercándose al origen del fluido, el olor a putrefacto fue incrementando y el sonido zumbante de las moscas aumentando al punto de sentirse ensordecedor.

Se abrieron paso cortando los arbustos, para luego encontrarse de cara con un cadáver. Las moscas levantaron vuelo, por lo que los chicos tuvieron que cubrirse el rostro para que ninguno  entrara a su cavidad bucal.

—Es de lo que se estaban alimentando los peces –dijo Astrid, conteniendo las ganas de respirar–. De un dragón muerto. Es mejor que nos marchemos, esta cosa atrae a las bestias —guardó su espada en la funda que colgaba de su cinturón, y caminó de vuelta al bote.

—¿Qué tipo de dragón es? —se atrevió a preguntar Elsa, cuando vio que la berkiana ya se encontraba lejos de ellos.

Brillaba tanto como las estrellas, seguramente en vida fue blanca y titilante.

—No estoy seguro, ya lleva tiempo siendo devorado —respondió Hiccup, señalando las patas, que no quedaba mucho de ellas.

—¿No me escucharon? Aléjense de ahí si no quieren que los devore un dragón —gritó Astrid, molesta por lo lenta que era la princesita.

—Jamás había un dragón muerto tan cerca de mí —admitió Elsa, avanzando a la par del hijo del jefe.

—No te preocupes, jamás volverás a ver algo como esto —sonrió el ojiverde, quien la tomó del hombro y la agitó amistoso.

—Eso espero —susurró la chica, recordando a esa pequeña esfera blanca envuelta en todas las cobijas que tenía para darle calor.

[...]

—Nos vemos mañana chicos —gritó la vikinga, despidiéndose desde una distancia considerable. Había tenido que retirarse antes para cumplir con ciertos deberes.

—Hasta mañana —contestó Hipo, ondeando su mano a su dirección.

En cuanto perdieron a Astrid de vista, Elsa se acercó al castaño con timidez: —Gracias por ayudarme, espero que mi padre se recupere pronto para no causarte tantas molestias —dijo, rascándose el brazo un poco nerviosa.

—Nada de eso, es todo un placer pescar contigo. Y vaya que es una tarea difícil, no creí que fuera tan pesado –se tronó los dedos, adolorido–. ¿Desde cuándo lo haces?

—Desde que tenía diez años, creo, no recuerdo nada que no sea a mi papá ni los peces —la rubia mintió, encogiéndose de hombros.

—Ay, aún estabas pequeña —comentó, viéndose divertido con la situación—. Mis clases de cómo ser jefe empezaron desde los quince años, creo que por eso no me ha ido tan bien –de sólo pensar sus inicios como futuro líder de la tribu, le daba mucha risa y vergüenza. Y enterarse que Elsa recibió educación desde más chica que él, le provocaba un extraño sabor amargo en su boca–. Bueno, tengo que irme, debemos descansar bien para tener buen rendimiento, ¿verdad? —el ojiverde ya estaba por irse, hasta que Elsa lo detuvo al comenzar a hablar.

—Oye –se volteó para verla, curioso por lo que tenía que decir–. ¿Será que puedes prestarme el Libro de los Dragones? Me gustaría mucho leerlo pero... –hizo una mueca de disgusto, recordando la razón por la que no podía obtenerlo–. Bocón no quiere prestármelo si no me uno a ustedes.

Desde antes había asumido que se negaría a esta extraña petición, pero para su sorpresa Hipo le respondió positivamente: —¡Claro que sí! Ven conmigo, tengo una copia en mi casa.

Estando alado de este chico confianzudo y alegre, Elsa ya no se sentía cohibida. 

Inclusive podía darse el lujo de bromear con él; —Qué alivio, en serio pensé que tendría que llevarle la cabeza de un dragón para que me lo soltara —dijo, recibiendo una sonora carcajada por parte de Hiccup.

—Es un exagerado, no le hagas caso. A veces le falta más el cerebro que su mano.

Los dos caminaron apacibles hacia la casa del jefe, que chistosamente se confundía con las demás. 

No tenía nada que la hiciera destacar. Quizás por lo mismo que era el jefe, no estaba segura. 

Allá en donde vivía antes, los reyes solían tener enormes castillos decorados lujosamente con diamantes, o eso le contaba su padre cuando era pequeña.

—Espera aquí, seguro tienen una junta ahí adentro —Hipo señaló a su casa, que desprendía murmuros graves.

—No te preocupes, aquí me quedaré —contestó, sonriendo con cortesía.

—No tardaré, lo prometo —dijo el muchacho, poco después entró.

Elsa se apoyó en la pared, estaba cansada, tenía frío y mucho sueño. Sacudiendo su cabeza para mantenerse despierta.

Y sin querer, pudo escuchar de lo que hablaban el jefe y su amigo ahí dentro:

—Encontramos el cadáver de una furia luminosa esta madrugada a la orilla de la playa –la rubia tragó duro, y prestó más atención–. Fue asesinada —determinó Bocón.




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