Las piernas le pesaban de sobremanera. Y la espalda ni se diga.
El sudor corría por toda su frente, también sentía que las gotas bajaban por su cuello hasta llegar a sus clavículas. Ya no quería estar ahí. Estaba tan agotada que podría jurar que en cuanto tocara su cama se quedaría inmediatamente dormida.
Decidió sentarse sobre las pequeñas piedras que reposaban en la tierra, algunas eran afiladas y lograban cortar sus piernas, pero eso ya no importaba.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Astrid, con el ceño fruncido y notablemente irritada.
—Estoy descansando —contestó Elsa, haciéndolo obvio extendiendo sus brazos.
—Aún nos falta mucho por recorrer, levántate —la vikinga quiso tomarla del brazo pero la rubia le soltó un manotazo que la hizo retroceder, totalmente ofendida.
—Por favor no me toques —exigió Elsa, mirándola con enfado.
—Entonces levántate, debemos encontrar ese huevo cueste lo que cueste —hizo ademán de querer intentar nuevamente agarrarla del antebrazo pero Hipo se lo impidió, no quería que esto escalara a agresiones físicas. Y conociendo el temperamento de su compañera, nada terminaría bien si se lo permitía.
—Déjala respirar, fue una mañana muy pesada —le pidió el castaño, sentándose alado de Elsa para evitar que Astrid volviera a acercarse.
—No tienes condición física —dijo ella, observando a la pescadora con desdén.
—¿Cuál es tu problema? —preguntó el hijo del jefe, rodando los ojos.
—Estoico está pisándonos los talones con respecto al huevo del furia luminosa, ¿qué no te acuerdas?
—Un huevo que bien puede no existir ya —susurró el ojiverde. Para su mala suerte, fue escuchado por la vikinga, que se enfureció por la despreocupada actitud que los dos muchachos frente a ella tenían.
—Si esa cosa sale de su cascarón, estaremos perdidos. ¿Y sabes cuándo pasará eso? –sonrió con ironía, para luego deformar su rostro en una mueca de furia total–. ¡En dos semanas! ¡Así que muevan ese trasero y sigan buscando! —hasta podrían jurar que su grito fue tan alto y potente, que se escuchó por todo Berk.
Los dos regañados se despabilaron con rapidez y se alejaron de ella, fingiendo estar buscando para zafarse de su molestia.
—Qué humor, eh—murmuró Elsa, expulsando una bocanada de aire con bastante fuerza, demostrando lo fastidiada que estaba de esta situación.
—Usualmente no suele ser así, pero la comprendo, un poco —contestó el chico, levantando un poco los hombros.
—¿Por qué está tan desesperada por encontrarlo? ¿Qué tiene de especial ese huevo? —inquirió Elsa.
Ella sabía la mitad, debía conocer toda la historia. Y afortunadamente, Hipo cooperó con la información.
Miró a todos lados, y cuando estuvo seguro de que nadie estuviera escuchando, contestó: —Bien, te contaré pero no puedes decirle a nadie. ¿Entendido? –la rubia asintió con sorpresa, no creyó que caería tan rápido–. La anciana sabia del pueblo dice que ese huevo cambiará nuestra forma de vida, que traerá desgracia al pueblo –la ojiazul tragó duro cuando dijo eso–. O... felicidad, todo dependerá de lo que llegue a pasar con ese huevo. Y bueno, mi papá no es una persona muy optimista, y mucho menos alguien que deje con total tranquilidad su futuro y el futuro de su tribu en las manos de un misericordioso destino. Prefiere tomar al toro por los cuernos, y dejó esa tarea de la búsqueda en manos de Astrid, es por eso que está tan estresada con este asunto. No quiere decepcionar al jefe —concluyó, caminando a la par de la rubia.
—¿Y tú por qué no te ves igual de asustado que ellos? —quería saber la razón de su actitud tranquila respecto a un tema delicado como este.
—Sinceramente, no creo que ese huevo haya escapado de su trágico final. No está por ninguna parte, seguramente se lo comieron sus depredadores, y estamos gastando energía buscándolo. Pero bueno, él da las órdenes aquí, ¿y quién soy yo para interponerme? —Hiccup rió, negando con la cabeza.
Su padre era muy testarudo, pelear contra él sería una pérdida de tiempo. Por eso prefería realizar las tareas y opinar después, cuando las cosas no resultaban como lo deseado.
—Entonces es como una premonición —susurró, sin la intención de ser escuchada. Fracasó totalmente puesto que el ojiverde le respondió.
—No creo en esas cosas, pero la anciana ya lleva varias que ha atinado, como la que dijo cuando llegaron tus padres —tan pronto como mencionó eso, Elsa le volteó a ver con genuina sorpresa.
—¿Ella predijo que mis padres llegarían a Berk? —preguntó aún sin creérselo.
—¿No te lo contaron? Fue la premonición más acertada que tuvo: "Una pareja de sangre azul naufragarían en las costas de Berk, con un bebé en sus entrañas". Muy exacto, tanto que me parece sospechoso ahora que lo menciono —volvió a reírse.
Perdía la cabeza siempre que estaba con ella, y solía reírse mucho a la mínima provocación. Detalles que no pasaban desapercibidos ante la mirada desafiante de Astrid, que los observaba a lo lejos.
—¿Por qué no me lo dijo? —balbuceó Elsa, refiriéndose a su padre.
—Seguramente no lo sabe, no muchos aquí conocen los presagios de la Anciana Sabia, mi papá cree que contarlo podría hacer cambiar el destino ya mostrado. Es por eso que te dije que no se lo digas a nadie, o vas a meternos en problemas si ese dragón aparece –Hipoasomó la cabeza a una pequeña caverna de piedras que se topó por ahí en busca del huevo, pero al sacarla ya no había nadie con él, la rubia se había esfumado en cuestión de segundos–. ¿Elsa? —preguntó, frunciendo las cejas confundido.
¿A dónde se fue? Pensaba el castaño, mientras la buscaba con la mirada.
No convivía mucho con Elsa, no podría considerarla como su amiga porque no había mucha cercanía entre ellos, pero debía decir que en los últimos días su comportamiento era... Extraño, nervioso y hasta cierto punto temeroso, más cuando hablaban del huevo, de su papá o de Astrid.
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Editado: 04.12.2023