Touching the Stars | Hiccelsa | Parte I

10

Ya era muy tarde, por lo que todos decidieron que era el momento de irse a sus casas. El frío pronto los azotaría y no sería grato ser de las primeras víctimas. 

Elsa ya estaba por irse, sola. Hasta que el castaño lo notó.

—¿Quieres que te acompañe? —le preguntó, acelerando el paso para poder caminar a la misma altura que ella. 

—No es necesario, pero gracias —le sonrió un poco forzado. Quería pensar tranquila, poner en orden sus pensamientos y crear un plan de emergencia cuando el dragón saliera del cascarón, y nada de eso podía hacer si tenía alado al hijo del hombre que los desterraría si se llegara a enterar. Hasta se sentía hipócrita ser su amiga.

—¿Segura? Por donde vives está muy oscuro, tal vez te llevas un susto —justo después de esas palabras, llegaron a su mente cientos de recuerdos, todos tan desagradables. Eso fue la que la terminó por convencer.

—Está bien, acompáñame —el ojiverde no necesitó más para acceder.

En el trayecto ninguno de los dos hablaba, hasta ese momento.

—Disculpa el comportamiento de Astrid, otra vez —rió, irónico.

—No te preocupes, siempre ha sido así conmigo, creo que no es personal —se encogió de hombros. 

—No, nada de eso, no es personal. Simplemente... —suspiró, buscando en su cabeza las palabras correctas para explicar la mentalidad de su amiga vikinga. Y no las había para suavizar las razones que Astrid tenía—. No confía en ti, ni en tu familia... —terminó diciendo.

La ojiazul bajó la mirada, no podía culparla, en ese segundo estaba guardando un secreto peligroso, estaba claro que la chica hacíabien en pensar esas cosas.

—Su llegada fue repentina, sin explicaciones, y no es como que las estemos exigiendo, pero tú entiendes que como alguien que quiere proteger a su pueblo debe buscar respuestas ante lo desconocido. Y en esa época, ustedes eran desconocidos para nosotros. Hasta que ya no fueron, claro —su buen humor lograba calmarla pero no lo suficiente para olvidar que Astrid era su enemiga.

—Sí, entiendo lo que quieres decirme. Es sólo que... –exhaló ruidosa–. A veces no parece ni siquiera ocultarlo —se cruzó de brazos, otorgándose calor.

Hipo asintió, tenía razón.

—¿Sabes? Ya se le pasará, cuando te conozca más ya no pensará en esas trivialidades —le dijo, con una esperanza creciendo en su pecho.

No faltaba mucho por llegar, así que el vikingo agarró valentía, y luego habló: —¿Puedo preguntarte algo? Sobre lo de hoy.

—Claro, ¿qué? —volteó a verlo.

—¿Por qué el hogar de tu madre, ya no era su hogar? Me dejó pensando, y me gustaría saberlo, bueno, si es que se puede —se sonrojó, sonó muy atrevido.

Elsa chistó, pensando si sería buena idea.

Él te salvó el pellejo sin saberlo, se lo merece. Pensó.

—Mi papá... Es un príncipe, o lo era, antes de que huyera con mamá —el castaño abrió la boca, sorprendido.

—¿Príncipe? ¿Los que usan coronas y esas cosas? —ella asintió.

—Fue hijo único, así que todo el peso del reino recaía en él, y no le importaba. Como sabes, él es muy entregado y disciplinado, hasta que se enamoró de mi mamá... Una plebeya, o pordiosera ante los ojos del rey –frunció el ceño cuando lo mencionó. No podía creer que su abuelo pensara de esa forma tan fea de su propio pueblo–. A mi padre no le importó los comentarios de él, estaba enamorado de mi mamá, y ella igual.

—Podía notarse desde cientos de kilómetros, es algo que papá reconoció de inmediato —susurró Hiccup, la ojiazul sonrió.

—Lo sé. Es una pena que el abuelo no lo haya visto. Cuando mis padres descubrieron que ella estaba embarazada, se casaron a escondidas, el teniente Matías fue su testigo —rió, aunque el vikingo no ubicaba quien era, también le hizo gracia por el hecho de que Elsa estaba riendo.

—Tu abuelo no lo aceptó, ¿verdad? —comentó, luego de que se tranquilizaron.

—No. Iban a matar a mi madre frente reino, así que los dos huyeron antes de que eso pasara.

El ambiente se tensó de inmediato.

—No puedo creerlo, ¿cómo podrías matar a la persona que ama a tu hijo?

—Tampoco lo entiendo, y es algo que no quiero experimentar jamás.

—¿Y qué pasa con tu abuela? ¿Por qué no lo impidió?

—Falleció cuando era joven. Creo que su muerte endureció el corazón del rey, creando a un monstruo en su interior. Es la única explicación que puedo encontrar que no sea maldad pura.

La casa de la joven se encontraba a escasos metros de ellos.

—Me gustó platicar contigo, eres muy agradable —le dijo el muchacho, estampando suavemente su puño en su hombro, algo así como un saludo.

—A mí también —admitió, acercándose a la puerta.

—Qué suerte que podremos platicar más seguido gracias a lo de los entrenamientos. Por cierto, antes de que se me olvide, mi papá espera a tu papá mañana temprano, le va a pagar sus servicios.

—Yo le diré, hasta mañana —se despidió.

—Adiós.

La abrió, y se metió a su casa con una ligera sonrisa.

Sí era agradable. De eso no había dudas.




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