–También soy una chica, ¿sabes? –mi voz sonó más aguda de lo que pretendía–. Quizá no sea tan bonita como Lucia, o tan valiente como Elizabeth, o tan atractiva como Sharmely…
–Aguarda, Calipso…
–Y ni siquiera tengo ganas de saber qué estupidez dijiste cuando conociste a Dagiana.
Raúl cerró la boca con expresión culpable, lo que confirmó mi sospecha de que, en efecto, había dicho algo estúpido.
– ¡Pero quiero que sepas que no soy invisible! Y aun así coqueteas con cualquiera de ellas. De hecho, coquetearías con cualquier mujer que se atreviera a verte aunque sea de reojo.
–Ya dijiste lo que te molestaba –el brillo alegre de sus ojos se había desvanecido, del mismo modo que mi sonrisa falsa se esfumó también. Aunque Raúl tenía una mano cerca de mi cadera, ya no me estaba tocando.
–Esto es lo que trataste de decirme, ¿verdad? –mi voz vaciló–. En el parque. Cuando me insistías en cuan dulce era yo y lo mucho que querías evitar lastimarme y… Tratabas de advertirme, pero yo fui demasiado… demasiado tonta, y demasiado crédula para escucharte.
–Nunca quise lastimarte –sus ojos se ablandaron.
Las lágrimas empañaban mi visión.
–Lo sé. Fue mi culpa. Así de estúpida he sido.
Raúl encogió, mirando a su alrededor, lo que hizo que le imitara. Parpadee muchas veces para evitar que las lágrimas me cegaran. El pasillo estaba casi vacío, y los últimos niños ni siquiera veían en nuestra dirección.
Era una idiota. Él no me había dado ningún indicio de que le interesaba en lo absoluto. Él me había dado muchas oportunidades para que se hiciera a la idea. Pero a pesar de todos sus intentos para evitar que me enamorase de él, al final había quedado destrozada.
- Calipso… por favor, escucha…
–No importa. Lo siento. No fui justa contigo. No debí haber dicho nada.
Él ahora lo sabía, por supuesto. Había desnudado todos mis sentimientos… quizá lo había hecho desde el principio, pero él había estado más ocupado en lastimarme para pretender que lo sabía.
Sabía que Raúl quería hablar. Podía sentir las palabras bullendo en el aire a su alrededor, sofocándome. Él se disculparía. Me diría lo mucho que le importaba como amiga.
Y no quería escuchar eso. No ahora, no nunca, pero en especial no ahora, cuando tenía cosas más importantes en las que pensar.
–¿Call?
–Estoy bien. Es solo que no quiero hablar de ello.
Raúl me había situado contra la puerta cerrada, con las manos en los bolsillos. Su expresión era tumultuosa. Había culpa, quizá, mezclada con duda y nerviosismo.
Él consideró su respuesta por un momento más.
–Está bien –dijo al fin–. Yo tampoco quiero hablar de esto.
Comencé a asentir, pero me sorprendió cuando Raúl se separó de la puerta.
Retrocedí, sorprendida por lo repentino de su movimiento. Tres, cuatro pasos. Sus piernas golpearon una de las mesas.
–¿Pero qué…?
Y así sin previo aviso me abrazo contra su pecho y sentí el latir de su corazón mientras él me susurraba que me protegería, solo me soltó después de depositar un tierno beso en mi frente.
Bueno al menos obtuve un beso, no donde lo quería, pero lo obtuve.