Dentro del despacho, el aire se volvió pesado. Carlos estaba de pie en la puerta, con los ojos ligeramente entrecerrados, su mirada ardiendo en Sofía. Sofía, por su parte, estaba de espaldas a él, con las manos apoyadas en el escritorio, los hombros temblándole ligeramente mientras sus emociones fluctuaban visiblemente.
«¿Vas a esconderlo para siempre, Sofía?». La voz de Carlos era grave, con una ira reprimida, una calma exterior que implicaba una emoción reprimida durante mucho tiempo. Sus manos se cerraron en puños, con los nudillos blancos.
Sophia cerró los ojos y se dio la vuelta lentamente, incapaz de ocultar la rabia y la impotencia en sus ojos bajo su exterior tranquilo. «¿Esconderme? ¿Qué se supone que debo ocultar? Fuiste tú quien decidió marcharse, Carlos. Nunca me diste la oportunidad de explicarte». Su voz era aguda, pero con un toque de dolor.
Carlos dio un paso adelante y la miró directamente a los ojos. «Tenía mis razones, ¡pero eso no significa que puedas apartarme de la vida de tu propio hijo, Sofía!».
«¿De verdad crees que estás en posición de cuestionarme?». preguntó fríamente Sofía, con un deje de temblor en la voz. Sin embargo, a medida que él se acercaba paso a paso, sintió que en su corazón surgía una emoción compleja, una emoción que quería reprimir desesperadamente pero que era incapaz de controlar.
Los ojos de Carlos se volvieron más agudos, su ira ya no se reprimía. «Dime, Sofía. ¿Por qué? ¿De qué tienes miedo exactamente? O es que nunca has confiado en mí».
«¿Confiar?» Sofía rió de repente, una risa de burla y desamor sin fin. «¿Cómo te atreves a hablar de confianza, Carlos? Hace tres años, elegiste darle la espalda a todo sin siquiera una palabra de explicación. ¿Cómo esperas que confíe en ti?».
«Yo ......» Carlos se quedó mudo un momento, la culpa y la rabia se mezclaban en su corazón. Comprendía que haberse marchado entonces le había causado una herida que no podía curar, pero eso no significaba que ella tuviera derecho a privarle de la oportunidad de ser padre.
«¡Eso es porque ni siquiera sabes la verdad!» Por fin encontró su voz, y llevaba una sensación de urgencia a punto de estallar.
«¿La verdad?» Sofía repitió fríamente, con ojos interrogantes. «¿De qué verdad me estás hablando ahora? En aquel momento, no me creíste en absoluto y ni siquiera estabas dispuesta a escuchar mi explicación. Pensaste que te había traicionado, así que elegiste escapar, elegiste no enfrentarte al problema. Y ahora, ¿quién eres tú para cuestionarme?».
Cada una de las palabras de Sofía era como una aguja, atravesando el corazón de Carlos con saña. Sus puños se cerraron con tanta fuerza que las uñas casi se le clavaron en las palmas. En el fondo sabía que ella tenía razón, pero la inexplicable sensación de rabia y pérdida seguía oprimiéndole.
De repente dio un paso adelante, casi pegado al cuerpo de ella, obligándola a levantar la cabeza para encontrarse con su mirada. Sus respiraciones se entrelazaron en el momento, y parecía haber un toque extra de tensión en el aire que era difícil de ignorar.
«Sabes muy bien que tengo derecho a saberlo todo, Sofía». La voz de Carlos se volvió grave y ronca, y en sus ojos se mezclaron la rabia y una pizca de emoción desconocida. Extendió la mano y le tocó suavemente el brazo, y el contacto momentáneo provocó una sacudida en el cuerpo de Sophia.
Sophia respiró hacia atrás y sintió que el calor le recorría el corazón. Su mente le decía desesperadamente que se alejara, que evitara la confrontación, pero su cuerpo no la escuchaba. La proximidad de Carlos le hacía sentir una peligrosa atracción que se extendía por su mente.
«No me toques». Apretó los dientes y se obligó a calmarse, pero su cuerpo no pudo evitar ponerse rígido en su sitio.
Carlos no retiró la mano, sino que se acercó más a ella. Su mano se deslizó suavemente por su hombro, las yemas de sus dedos se posaron en su nuca, acariciando suavemente su piel. En ese momento, una chispa en el aire pareció encender la tensión entre los dos.
«¿Por qué?» preguntó Carlos en voz baja, con un tono ronco en el susurro. «Dime, ¿por qué lo ocultas? ¿De qué tienes tanto miedo?»
Los latidos del corazón de Sofía se aceleraron y pudo sentir su aliento justo al lado de su oreja, tan cerca que apenas podía pensar. Intentó desesperadamente reprimir el temblor de su interior, pero sus ojos revelaron las complejas emociones de su corazón.
«Porque no confío en ti, Carlos». Finalmente respondió en voz baja, con un deje de vulnerabilidad e impotencia en su voz. «Ya no eres el hombre en el que una vez confié».
La distancia entre ellos era tan corta que resultaba casi imposible respirar, y Carlos sintió que el cuerpo de ella temblaba ligeramente mientras su interior se descontrolaba en un torrente de emociones.
En un instante, la tensión en el aire se transformó en una atracción indescriptible. Ambos respiraban agitadamente, su cordura se desvanecía, dejando sólo una chispa entre ellos que no podían ignorar.
Carlos bajó la cabeza y casi instintivamente se acercó a los labios de Sofía, sus respiraciones se entrelazaron, la temperatura del otro los acercó aún más.
Fue en ese momento cuando Sofía lo apartó violentamente, con la ira y la lucha brillando en sus ojos. «No intentes resolver tus problemas así, Carlos». Su voz era temblorosa, pero decidida.