Un segundo comienzo.
Desperté de golpe. Una sensación ardiente y el recuerdo reciente de mi cuerpo estallar me hizo proferir un aullido de dolor, tan real y tan ostensible que percibí que la locura me dominaría en aquel instante.
No abrí a mis ojos, esperé por esa nada desconocida que deseaba encontrar. Pero las circunstancias se sintieron revertidas, y en vez de aumentar o detenerse abruptamente, el dolor, el ruido y la imagen empezó a desvanecerse como el rastro suave y fugaz de una brisa abrasadora. En vez de sentir la inconsciencia venir, me desperté. Yo...
—Yo d-debería estar muerta —dije cuando abrí los ojos y la luz del sol empañó mi mirada. Bajé la vista a mis manos trémulas. Las lágrimas empezaron a correr por mis mejillas hilo a hilo.
Hace unos minutos yo estaba llorando silenciosamente sobre los asientos del metro, algo se descontroló y todo se volvió fuego, gritos y explosiones, recuerdo cuando la cabina en la que viajaba explotó en pedazos, y después... Miré a mi alrededor, la melancolía me inundó al ver aquel lugar.
Estaba en una habitación pequeña, sentada sobre una cama con sábanas rosadas y un personaje animado impreso en el centro. Las paredes manchadas por la humedad eran de color gris y relucía con volutas blancas. Había un grupo de cajas de cartón amontonadas en el piso, junto al armario empotrado cuya ropa en el interior se derramaba perezosamente. Todo estaba sucio, polvoriento y olía justo como a cuando estuve ahí por última vez.
Apreté mi rostro contra mis manos para ahogar un jadeo. Esa era mi habitación hace cinco años.
Angustia. Arrepentimiento. Temor. Las emociones se balancearon contra mí dificultándome pensar. La expectativa de lo que estaba y podía pasar era apabullante, los recuerdos que eran inviables de reprimir fueron un siseo estremecedor en mi cabeza y flotaron en el ambiente como una masa de miedo y sufrimiento que me sofocó.
Miré de nuevo a mi alrededor. La tirantez de mi pecho se alivió solo un poco al comprobar que el aire que me rodeaba era cálido y brillante y estaba fuera de ira y dolor. Se sintió como estar de regreso al principio, al momento justo en el que me adentraba por un camino rodeado de vergeles, colores y fragancias frutales, pero que terminaba en árboles muertos, espinas y tierra infértil.
Deslicé mis ojos con detenimiento, buscando el engaño, indagando en la irrealidad del emplazamiento de aquella habitación. ¿Cómo había llegado ahí?, ¿si hace apenas unos segundos la muerte se había posado en mi camino, como era capaz de experimentar el alivio de estar ahí?, ¿acaso había sobrevivido al ataque?
Eso me llevó a pensar en lo ocurrido instante atrás, eso no había sido una coincidencia, ¿o si? El ataque al metro había sido con el objetivo de matarme. Entonces, ¿no lo lograron? ¿Si yo me había resignado a esperar mi muerte, de qué manera podía estar ilesa?
Imposible, mi cuerpo estaba sin ningún rasguño y el estrés de mi cabeza se había disipado como si se tratara de algo de otro mundo. Donde sea que estuviera debía ser el cielo o algún proceso que se llevaba a cabo antes de morir. ¿Eran mis recuerdos?
Mis sollozos aumentaron mientras lamentaba una vez más todo. Las muertes que causé, la forma cobarde en la que hui... ¿Por qué no pude recibir el mismo destino que ellos?
De pronto un sonido grave, parecido al de una exclamación incrédula, interrumpió el giro brusco que empezaba a tomar mis pensamientos. Me sobresalté y giré hacia el origen del ruido con una lentitud temerosa. Mis ojos no dieron crédito a lo que vieron.
—¿Qué carajos...? —Amei me miró desde el colchón de dormir en el suelo—. Eliet, ¿no te has levantado ya? Es tarde, si querías ir a tu primer día de clases mirándote presentable, deshazte rápido de esa idea.
Mi corazón parecía estar a punto de estallar en mi pecho, presioné una de mis manos sobre él, siendo consciente de lo impresionante que era que siguiera latiendo. Me sentí extremadamente sobresaltada, y durante unos segundos me planteé salir corriendo de la habitación y volver a entrar para comprobar que aquello era real.
La cabeza de Amei se asomaba por la orilla de la cama, su rostro joven estaba marcado por las arrugas del sueño y sus gatunos ojos oliváceos estaban rasgados e hinchados como los de una tortuga. Su cabello era un nido de nudos castaños, y viendo más de cerca me di cuenta de lo mucho que había extrañado su ceño fruncido y sus cachetes regordetes.
—¡Ay, Amei! —me lamenté con más intensidad.
Lo recordaba como si hubiese sido ayer, aunque en realidad fue el día de brujas de hace seis años cuando Amei murió. Me había convencido de asistir a la celebración que se llevaría a cabo en el templo de La diosa, donde algunas personas se unían para celebrar y divertirse en su honor. Por desgracia hubo un inesperado tiroteo en el lugar y muchos civiles fueron heridos. Cuando corríamos para resguardarnos del desastre, una bala perdida impactó en el cráneo de Amei. Fue el mismo día que conocí a Han. Nunca lo olvidaría.
La mirada de confusión de mi prima se fue reemplazada por compresión cuando vio que había estado llorando y que al verla el llanto se acentuó aún más. Se incorporó del colchón de dormir y se deslizó por las sabanas de mi cama. Mis chillidos parecían estar siendo transmitidos por un altavoz, pues retumbaban por toda la habitación.
#13291 en Otros
#2132 en Acción
#2019 en Ciencia ficción
viajeseneltiempo, pandillas armas y amor, amor desilusion encuentros inesperados
Editado: 12.11.2021