Transitorios

「 4 」

La comodidad de la infelicidad.

H A N

11 de octubre del 2019
[2 horas antes]

"¿Por qué?"

Una sola oportunidad, miles de palabras y un par de segundos para elegir las indicadas, pero eso fue lo que Michel decidió decir antes de que lo arrebataran de mi lado. ¿Qué quiso decir con eso?, ¿qué respuesta se supone que esperaba de regreso?

La imposibilidad de no obtener una explicación me carcomía día y noche.

Habíamos sido como hermanos, una relación liviana y que se sostenía de metas que anhelábamos llevar a cabo en conjunto. Él era la fuerza que mi cuerpo era incapaz de brindar y yo la resistencia que lo convertía en alguien invencible; o eso era lo que nuestras cabezas ingenuas pensaban a cierta edad. Era a lo que la mía se seguía aferrando aún después de tanto tiempo.

Siempre fuimos conscientes, cada segundo, cada día que pasaba calculábamos el peso que poníamos sobre nuestro cuerpo. El crimen en el que nos involucrábamos se tornaba cada vez más oscuro, escondíamos nuestras manos entre los bolsillos de nuestros abrigos y nos aferrábamos a nosotros mismos para no ensuciarlas; de alguna forma, mantener nuestra visión clara e intacta se había encargado de separarnos.

Y ahora sostenía todo el peso yo solo.

—Ah, que frío hace hoy —exhalé mientras me estiraba y daba brinquitos sobre el pavimento. El vaho salía de mi boca y lograba traspasar las hebras finas de la bufanda que portaba alrededor de mi cuello, inserté mis dedos en ella, intentando calentarlos con el calor de mis mejillas. 

—Te ves ridículo. ¿No podías pasar de esa bufanda hoy?, al menos lávala.

Emil caminaba unos metros más al frente, su voz me hizo retirar la vista del cielo. Las nubes grises flotaban espesas, cerniéndose alrededor de los extensos edificios de las áreas más urbanas del distrito a las lejanías, se acercaban con su apariencia feroz, trayendo la sombra y quizá una tormenta consigo.

Habían pasado casi treinta minutos desde que terminamos nuestros deberes, mi casa había quedado en el camino a nuestro destino, y debido a eso Emil era el único que aún portaba el uniforme del trabajo. Siempre había odiado los planes sin antelación y este se había convertido en la razón de su mal humor.

Quería creer que ese era el verdadero motivo y no se encontraba resentido conmigo. La verdad era que al plantarme frente a él le había soltado lo primero que se me ocurrió como una simple excusa para disfrazar mis verdaderas intenciones: no nos habíamos visto durante un tiempo y no quería que pensara que lo estaba evitando, aunque eso era, en realidad, lo que estuve haciendo durante las últimas semanas.

Más allá de razones egoístas, quería darle tiempo, necesitaba que se recuperara por su cuenta. Ambos lo necesitábamos.

—Esperaré a que mamá lo haga, me gusta el aroma que desprende cuando ella lo hace —respondí inhalando con profundidad el olor a suavizante y a mi querido hogar que subió por mis fosas nasales, dándole a mi cuerpo una sensación de comodidad.

Emil se siguió quejando de la prenda mientras atravesábamos un parque en ruinas y nos adentrábamos a las calles estrechas de aquel vecindario que percibíamos como nuestro, no le tomé importancia a sus comentarios hoscos, sabía que se resguardaba en ellos para ocultar lo que sea que estuviera sintiendo. Las cosas estaban tensas entre los dos y por primera vez no sabía cómo arreglarlo.

—¿No tienes cosas más importantes que hacer que esto? ¿Luc estará en casa? —Gimió de cansancio—. Realmente quiero darle un buen golpe por meter su narizota en asuntos que no le conciernen.

—No puedes hacer eso —respondí con ligero tono de regaño—,  de ninguna manera, recuerda que sus condiciones no son mucho mejores que las tuyas.

Emil se estremeció, aunque logró disimularlo con una risa ronca y ácida.

—Da igual, es un egocéntrico insoportable.

—Pero cuidaremos de él, es lo que quieres sea un imbécil o no.

—Al menos admitiste que es un imbécil. —Me señaló, como si hubiéramos estado jugando un juego y yo hubiera perdido.

Rasqué mi mejilla, recordando los intercambios bruscos que había tenido con el mencionado. Antes pretendía que su arisca forma de ser me divertía, pero ahora no podía evitar sentir lástima por la agobiante soledad que debía estar sintiendo.

—Solo tiene un carácter complejo.

Seguimos caminando. El silencio entre los dos regresó y le dio oportunidad a nuestras mentes para que volaran de regreso a nuestros recuerdos, a los últimos meses de desesperación. Fue fácil advertir la fría brisa que golpeaba nuestros cuerpos brutalmente separados, como si supiéramos que cualquier roce nos haría estallar, como si de verdad creyéramos que no mencionar el tema eludiría el suceso que habíamos estado temiendo.

Y aunque el detonante podría estar en cualquier lado en mí siempre estuvo la meta de explotar antes que nadie; era hora de admitir que había estado tan ocupado preocupándome en aminorar los años, que había olvidado que dar por hecho ser la bomba a punto de estallar era una anticipación apresurada.




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