Marcos miro las manecillas del reloj; los minutos le parecían interminables mientras esperaba ansioso la hora de salida de su trabajo. Una vez que llego la hora, las 6pm, se levantó apresurado sin despedirse de nadie, tomo sus cosas y salió casi corriendo.
Una vez fuera del edificio, respiro el frio aire de la ciudad. Marcos nunca se acostumbró a la vida en la capital, incluso después de tres años aún se sentía como un pez fuera del agua. Era un chico de pueblo que había venido a probar suerte a la ciudad. ¿Su suerte? Un monoambiente en el cual reinaban la humedad y las cucarachas, irónicamente el tinte depresivo de la ciudad le parecía mucho más acogedor que su antiguo hogar. Camino hasta la estación del metro, que no quedaba muy lejos de su trabajo.
"al fin vacaciones de invierno."
Sonrió sintiendo la alegría de la llegada de su tan merecido descanso. Se acomodó los lentes mientras bajaba a la estación subterránea para tomar el metro. Ya era casi de noche y hoy especialmente era una de esos dias donde el invierno demostraba todo su potencial. Cuando llegó el metro, se comenzaron a escuchar un par de gritos. Se giró momentáneamente y vio una situación que era bastante habitual.
"¡Hey, idiota, fíjate por dónde vas!"
Gritó un hombre de aspecto desaliñado, mientras que un joven de unos 16 años temblaba nervioso mientras le pedía disculpas.
"perdone señor, ¡no quise empujarlo!"
Un hombre le gritó a un chico que claramente no era de la ciudad, principalmente por su acento. Al disculparse con el hombre que ni siquiera había tocado, era obvio que el tipo se metió con él solo por el hecho de ser un inmigrante. La cara del niño era de miedo y vergüenza. Marcos se sintió indignado y dio un paso para intervenir pero rápidamente paro en seco.
"¿A quién engaño?"
Tomó con fuerza las correas de su mochila. Él no era muy valiente, que digamos. Si había levantado la voz más de tres veces a lo largo de su vida, era mucho. Tal vez era por el entorno en el que se crió que había desarrollado una personalidad tan tímida o, más bien, complaciente. No pudo mantener la vista en esa situación de humillación pública. Apenas el metro abrió sus puertas, se subió rápidamente mientras miraba hacia el suelo.
Era una situación bastante habitual que incluso a él le había sucedido cuando acababa de llegar del interior, y eso que el tan solo era del interior del país. Tomó asiento y se colocó los auriculares mientras observaba a su alrededor. El metro estaba lleno de lo que podríamos llamar la clase obrera o trabajadora hombres y mujeres agotados con la vista baja contando los minutos para llegar a sus hogares. Suspiró y cerró los ojos.
A pesar de todo, él era bastante privilegiado. A su edad ya tenía un trabajo estable, un título y un departamento, pero aun así... Faltaba algo. De hecho, más allá de la imagen que daba a primera vista, cuando se encontraba solo era bastante diferente. Ocultaba un carácter y vocabulario un poco fuerte, además de ser bastante quejoso. Y una de esas quejas era: ¿por qué no pudo nacer con una cuchara de oro y llevar una vida acomodada? Quería ser uno de esos "nepo baby" que no debían trabajar jamás en sus vidas, chupando la miel de los esfuerzos de sus padres.
Su celular vibró en su pantalón, sacándolo de sus pensamientos. Al ver la pantalla, su estado de ánimo que estaba mejorando lentamente cayó en picada al ver de quién se trataba.
"Abuela..."
Marcos dijo en un susurro.Sus labios temblaron; veía la pantalla con la mirada algo vacía. El celular siguió vibrando en su mano hasta llegar a marcar más de cinco llamadas perdidas.
Despegó la vista del celular momentáneamente para observar su alrededor, viendo a parejas que se tomaban de la mano, amigos que reían juntos y familias que compartían una tarde en el metro. Se sentía ajeno a todo eso, como si estuviera atrapado en su propia burbuja. A sus 23 años, su círculo social se reducía a su abuela, su casero y un servicio de comida rápida. Era una vida solitaria. Le gustaría decir que era porque la gente lo alejaba, que era un excluido de la sociedad, pero la realidad es que él había decidido vivir así. El sonido del frenado del metro lo hizo salir de su ensimismamiento, había llegado a su estación. Se levantó de su asiento y esperó pacientemente a que las puertas se abrieran.
"Por favor, no empujen"
Dijo con miedo a la estampida de personas que empujaban para salir. Apenas las puertas se abrieron, salió rápidamente, caminando con paso decidido hacia las escaleras mecánicas que lo llevarían a la calle. El ruido de sus zapatos resonaba en la estrecha estación mientras subía las escaleras, sintiendo el aire fresco en su rostro al acercarse cada vez más a la salida.
Mientras caminaba de regreso a casa, la ciudad nocturna lo envolvía en un mar de luces y sonidos. Las tiendas del centro brillaban con sus llamativos anuncios publicitarios, convirtiendo la calle en un espectáculo visual. Los transeúntes se apresuraban por las aceras, algunos cargando bolsas de compras y otros absortos en sus teléfonos móviles. El olor a comida callejera se mezclaba con el humo de los autos que pasaban a toda velocidad. Sin embargo, después de trabajar, solo quería llegar a casa y dormir. Esa era su vida: trabajar, comer y dormir. Y su única interacción con otro ser era a través de una pantalla...
Llegó a su edificio y abrió la puerta con cansancio y frustración. Vivía en uno de los pisos más altos y el elevador llevaba una semana sin funcionar, a pesar de haberle informado al casero. Él simplemente decidió fingir demencia e ignorar sus quejas. Subió las escaleras de emergencia, algo frustrado y cansado, pero eso no lo desanimaría de su meta, procrastinar. Tarareaba una canción, pensando en terminar aquel juego que llevaba jugando desde hace un tiempo mientras comía una pizza de ese lugar que tanto le gustaba. Imaginar sus vacaciones le sacaba una sonrisa. Marcos era un chico simple.