Tras el rastro del General

La llegada al nuevo continente II. Don José conoce a Michelle

La llegada al nuevo continente II. Don José conoce a Michelle

 

 

 

Michelle, mi bella. Son palabras que van muy bien juntas.

(Lennon y McCartney - The Beatles)

 

 

El vuelo de Lisboa salió como de costumbre en el horario y llegó al aeropuerto en el tiempo indicado según los usos y horarios mundia- les. Don José al descender llevó sus maletas. No eran más que una mochila y una valija que solo llevaba ropa. Lo importante estaba en el primer paquete. Otro mundo en manos, ahora del portugués. Su mundo. Al salir del aeropuerto fue a tomar el primer taxi que avistó y al cual hizo un ademán extendiendo el brazo para indicar que pre- cisaba de sus servicios. Este se encargaría de llevarlo a la terminal de ómnibus y con ello viajar al poblado en el cual estábamos con Rodrigo tal como fuera charlado. Durante el viaje el portugués hizo uso de su castellano, dándose a entender de buena manera. Una pena que su receptor fuera una piedra silenciosa en los susurros del viento. Para ser más precisos. Un ser que guardaba celosamente sus palabras y solo se remitía a mirar por el retrovisor del automóvil. Al ingresar en la parte central de la terminal, el portugués abonó la tarifa esencial al taxista que le marcó con el dedo índice de la mano derecha el monto en pesos. Afortunadamente tenía dinero argentino que le había dado como presente en uno de tantos encuentros de café, ya que estaba tan distraído que no se le ocurrió pasar por la casa de cambio de billetes. Él dice “troco”, ya que aún no asimila la palabra de origen portugués con la española. Al descender con sus bolsos fue directo a la casa. Al no haber nada en un ir y venir de gente, típico en las terminales, fue directo a sacar el ticket del pasaje para Córdoba. Al llegar al puesto luego de preguntar en un portuñol muy hablado entre las fronteras del Uruguay y Brasil, la Argentina, y Brasil o Paraguay y Brasil.

 

 

—¡Minhas disculpas!, ¿onde posso procurar a passagem de o Auto- carro? (disculpe donde puedo comprar un pasaje de ómnibus?), ¿dis- culpe? y tocaba en el hombro a algún transeúnte.

El portugués estaba casi perdido. Comenzó a mirar los puestos uno por uno, para determinar a cuál debería dirigirse. Comenzó a ladear con la ca- beza negativamente y buscó una banca en donde sentarse para ordenar las ideas. Viendo que todas estaban ocupadas, siguió caminando en medio de aquella infernal boca de humanos que van como zombis desesperados de un lado para el otro. Don José que de poca paciencia comenzó su blasfe- mia desde sus adentros, cuando intentó hacer una pregunta a uno que iba apurado y que le devolvió ante ello una mirada malvada como advirtiendo que no vuelva a molestarlo. Los seres humanos pueden convertirse en indi- vidualistas y descorteses cuando de brindar ayuda se trata si están concen- trados en sus problemas, ya que no se dan cuenta de que tal vez haya alguien con mayores aprietos, pero cada uno piensa en sí mismo.

Don José continuó yendo y viniendo hasta dar con un banco para poder sentarse. Al dejar las valijas en un costado se apoyó relajando su espalada y estirando los pies y los brazos y las manos, soltando un so- liloquio en sus adentro (puxa vida, se meu o español tivesse sido más preciso, o senhor nem teria tido estes problemas) y luego terminó la frase y la expulsó observando el suelo.

—¡Puxa vida!!!, se meu o español tivesse sido más preciso, o senhor nem teria tido estes problemas (vaya vida, si mi español, fuera mas preciso, no tendría estos problemas)

Inmediatamente una señorita de unos casi treinta, y nueve años lo observo.

—¡Disculpe!, ¿o senhor está perdido? (¿el señor está perdido?)

El portugués la miró como si fuera la definitiva imagen que vería en su vida al brillar los ojos de aquella dama tan atractiva, explayándose con el acento de una mujer que otorga pasión a la poesía de cada letra que expulsa

—Obrigado (gracias). O senhor ficou neste lugar Estação Termi- nal de Autocarro (estoy en esta estación de ómnibus), e nem sei, onde procurar a passagem (y no sé dónde comprar el pasaje).

 

 

—¿Pra onde você tem que viajar? -le dice la chica (¿adónde tienes que viajar?).

—Eu vou para um povoado, no qual fica em Córdoba (voy a un pueblo que queda en Córdoba).

—¡Oba! ¡a gente vai para la também! Eu sou mochileira. E estou ti- rando ferias no país - (¡bien!, yo voy para allá. Soy mochilera. Y estoy de vacaciones en el país).

El portugués se quedó tranquilo y pensó en tantas cosas con ella. Se olvidó de toda la travesía. Del general y de la historia de los fantasmas y mitos mundanos y folclóricos. Lo único que quería era verla a ella, pero el deber lo llamaba y la imagen angelical desapareció inmedia- tamente. La mujer sacó de su bolso el ticket que decía el nombre de la empresa y le señaló con el dedo varias veces. Don José entendió y tomó sus cosas para ir directamente allá. Le agradeció y por el apuro y la distracción solo dejó en ella un gesto de gracias. Rápidamente llegó al puesto y solicitó su pasaje que pronto tenía salida para Córdoba y el poblado de Paunero. Transacción realizada. La esperanza de que algo salga con orden tranquiliza el alma de quien ante la desesperación pierde las nociones elementales de sus conciencias y actúa sin medi- tar. Común en la historia, y en tantos seres humanos que no miden esa dirección y toman malas decisiones. Ya calmado, se volvió atrás para regresar al banco y de paso a ella, aunque no había más nadie allí. Observó por todos lados y no la encontró entre el universo de estrellas humanas que caminaban. Suspiró un instante, retomó la ope- ración y nada. Una y otra vez. Fue para un lado y luego para el otro en cada punto cardinal de aquel sitio. Trató de recordar cómo era su ropa. Llevaba una blusa y unos jeans azules. Zapatillas. Una mochila grande de color marrón. El portugués era vivo en ese sentido, tomaba nota de todo en la vestimenta. Era muy jovial aquella mujer con su aire de juventud, e hipismo socialista. También llevaba un collar con una piedra y una pulsera de los colores de las tribus originarias, él en cambio estaba con un pantalón de vestir, una camisa y un saco. Su sombrero típico de Lisboa. Era todo un señor inglés, pero portugués




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