Tras el rastro del General

La casualidad es inesperada. Intrigas del cacique. Anécdotas de historia. Un hombre misterioso

La casualidad es inesperada.

Intrigas del cacique. Anécdotas de historia. Un hombre misterioso

 

 

 

 

Hemos de entender que la historia encierra paralelismos. Que encierra misterios sin entender. Laberintos para descifrar

 

Pasaban, y pasaban las imperfectas tierras de llanuras. Los dos senta- dos. Unidos, se conocían. El memorioso artilugio de una estampada frase de pizarrón de escuela le recordó a don José. El amor llega cuan- do uno menos se lo espera. Cuando no guardes rencores, ni lágrimas que no sean de alegrías, cuando ya no esperes nada y solo te sientes en el umbral de la vida en un banco a observar el mundo pasar a tus ojos. Ella se hará presente. Ante ti. Y solo ahí sabrás con la fortuna que mereces que se trata del amor. Al portugués se le dibujó esa imagen de aquella frase en sus años de escuela. Una frase que a veces repetía cuando de tan pequeño memorizó cada letra como suya. Al regresar de aquel recorrido virtual de sí mismo se vio en persona en ese umbral.

—¿Así que a reunirse con amigos? -le comenta con sonrisa discreta la dama a la que conoceremos como Michelle.

Para entonces don José estaba atónito, con los ojos claros color ver- de de la esperanza de aquella mujer. Las palpitaciones del músculo tan sano, bromista, insensato, malhumorado, y tantos otros adjetivos en sentimientos del llamado corazón.

—¡Claro! -moviendo las manos comenta-. Vengo por recomenda- ción de un amigo argentino. Como le comenté soy de Portugal. La ciudad de Lisboa.

—¡Bien! -sin saberse qué decir-. ¿Y a qué te dedicas?-. La dama daba los primeros pasos a un ser nervioso. Hoy las damas son las que presentan el valor sublime del cortejo.

 

 

—¡Soy escritor! ¡Y redactor!

Al portugués parecía que cada vez que abría su boca las palabras se le quedaban atoradas y Michelle con una soga lanzaba al mejor estilo de un vaquero un gaucho en la correría, o un indio boleando, tratando de atrapar las reses, avestruces o cualquier animal, en este caso las palabras. Sí, las palabras. Las que se esconden y no quieren salir de nuestro interior. Si lo sabremos desde nuestros pálpitos deseos de manifestar tantas cosas. De abrir el ropero vetusto y mofado de humedad, cuya madera tiene rasgaduras por dentro de escurridizas y desesperadas palabras. Las palabras. Al abrirse el candado de golpe y porrazo, se lanzan todos los objetos guardados durante tantos años. Algunos recientes, otros llenos de polvo comprendidos en el pasado más pasado de todos.

— Usted? (vuelve en sí el portugués, ya un poco calmado). Cuén- teme su historia.

La dama se puso firme y habló con total elocuencia sobre su vida. Era profesora de Literatura. Qué mejor que una profesora de Lite- ratura, pensó el portugués, posea como misiva de presentación una forma superficial. El portugués se adelantó a todo lo significativo que tiene la escritura de Brasil para explayar un fragmento que tal vez sea su carta de comienzo, de triunfo, de fin de los tiempos en el plan ma- gistral de halagar y galantear a aquella mujer.

—¡Literatura brasilera, ah! -dice arropándose hacia atrás con el asiento y observando el cielo. En su mente vino el primer punto clave de una lectura antigua. Lanzado con un bonito tono carioca mirando compenetrado los ojos claros de Michelle...

É pecado sonhar? Não, Capitu. Nunca foi. Então por que essa divin- dade nos dá golpes tão fortes de realidade e parte nossos sonhos? Divinda- de não destrói sonhos, Capitu. Somos nós que ficamos esperando, ao invés de fazer acontecer”. ¡Oh!, Machado, ¡¡oh!!

*(¿Es pecado soñar? No, Capitu, nunca lo fue. ¿Entonces por qué esa divinidad nos da golpes tan fuertes de realidad y parte nues- tros sueños?

 

 

La divinidad no destruye sueños, Capitu, somos nosotros que nos quedamos esperando, en vez de hacer que ellos ocurran).*

La mujer sonrió con la calidez característica y esa alegría de suda- mericana brasilera. Le sonrió para toda la vida. El portugués era sabio. Era vivo, como decimos aquí en el país. Era de tirar, como se dice en Brasil, un jeito (un milagro de suerte) y la envolvió para siempre en su tela. Mencionan que el amor puede ser a primera vista, otros di- cen que a medida que pasa el tiempo se construye y otros hablan de una fórmula infalible que solo puede surgir en espacio y tiempo con un gesto que sella aquel acuerdo fantástico. Don José había derribado los muros de la soledad de aquí a la eternidad en cuanto se perdió en aquella terminal. Cuando no se espera nada de nada, de la nada surge la casualidad inesperada, y nosotros distraídos podemos dejarla pasar o no; podemos como aquel lusitano recibirla con un abrazo. Así de sencilla es la vida a veces.

—Don Casmurro. Don Machado de Assis -expresa Michelle.

—¿Le gustó? He leído mucho de este autor. -Don José observa el cielo. Al techo del ómnibus, mejor dicho. No sabemos a ciencia cierta si este fue lo que llamamos chamuyo galanteo. Era todo un criollo nuestro amigo lisbonense.

—Bueno, por su rostro, veo que le ha gustado -murmulla el galán.

—¡Totalmente! -He leído desde pequeño otras de sus obras como El tarotista, El alienista. También otros autores como Lima Barreto me han apasionado con Policarpo Quaresma.




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