Tras el rastro del General

Camino a la cueva de la Salamanca. Dos personajes misteriosos

Camino a la cueva de la Salamanca. Dos personajes misteriosos

 

 

 

Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo escaso.

Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad.

Peligro constante. No se asegura el regreso. Honor y reconocimiento en caso de éxito

Ernest Shackleton

 

 

Con la tarde en ingreso pasamos a gran velocidad la carretera que apunta por sobre las sierras de un parque de tierra colorada en la pro- vincia de San Luis. Don José se sentía complacido al ver tanta diver- sidad de naturaleza. Habíamos pasado por un largo desierto y ahora estábamos en un terreno con mayor vegetación. Él, como Michelle, estaban acostumbrados a relieves no tan heterogéneos y con poca multiplicidad en una naturaleza de bosques, arboledas y pastos oriun- dos escondidos.

—¿Y?, ¿qué les pareció? -pregunté con duda sobre el libro en lo concerniente a la llamada Salamanca.

—¡Interesante! -cita Michelle-. Se encuentra a mil seiscientos me- tros al norte sobre la villa de Sanagasta, en la provincia de La Rioja. En una caverna a lo alto de un cerro con una boca enorme se esconde ella. Tiene unos cincuenta metros de profundidad aparentemente.

—El libro expresa que en su infinito se ha de llegar rompiendo la pared de cristal -dice don José-. Es una metáfora.

—Debe haber grietas -aclara Rodrigo.

—¡Bien! Se dice que se escucha música hipnótica que llama a los adeptos a la trampa. Así mencionan los residentes. Las brujas llegan desde otras localidades como Famatina, tal vez en la provincia de Ca- tamarca o Santiago del Estero. Habla de infinidad de cuevas en el norte argentino, y parece que nuestra búsqueda, bien dijo el cacique, es aquí.

 

 

—En Salavina es el centro nacional de todo está este periplo de aquelarres y nigromancia.

—¡Claro! El vocablo es quechua. Significa en su etimología: peña baja o infierno. En son de la reunión.

—¿Habla de un rey? -interpeló.

—Un Zupay, quien preside las reuniones, sella los pactos de los hombres que acuden a él en busca de la verdad eterna de la vida. La supuesta verdad absoluta que conlleva la ciencia y la carne y el secreto misterioso del mal. ¡Refugio del demonio!

—Las brujas satisfacen a este en deseo sexual como su harén -dice de brazos cruzados don José mirando al suelo de la cuerina de la camioneta.

—Hay párrafos dedicados al macho cabrío, en fiestas dadas por los Calcus, una especie de brujo. Se bebe chicha y aguardiente. Se citan todas las almas que merodean los infiernos. La luz proviene de lám- paras de aceite humano y carcajadas son escuchadas a lo lejos. Pasan días de fiesta, y juerga. Y luego se desvanecen con el don de poderes mágicos -sentencia Michelle.

—Y el propio mandinga se aparece como gaucho con ador- nos de plata y ornamentos -dice Rodrigo-, y esas personas no pro- yectan sombra.

—Las pruebas son las siguientes, como explayaba el nativo ranquel. El ataque de un chivo maloliente de ojos rojos. La segunda es aguantar la presión de los anillos de una serpiente peluda llamada culebrón, y la tercera vencer a un basilisco de ojos criollos centellantes y desafiantes. Hay que demostrar que no se les tiene intimidación a esas amenazas. El problema radica en que su emblema genera sí, o sí, el miedo. -Mi- chelle al comentarnos se queda un tanto reservada. El lúgubre pesar llamó la atención de don José.

—¿Qué ocurre?

—Nada, solo que dice que seres reales han de encargarse en las pruebas. Las ánimas no pueden interceder en tal sentido. No concuer- da la claridad, solo intuyo que alguien vendrá.

 

 

—El cacique hizo un comentario de recibir ayuda, o no. ¿O estoy loco? -manifiesto.

—¿Sí?, en alguien, o algo -comenta Rodrigo.

—Bueno, me dije (y me toco la barbilla). Ya incorporamos la in- formación dada. Por lo menos con lo que poseemos sabemos cómo manejarnos.

Al cruzar doblamos a otro camino que sería un poco más eficaz para llegar al norte de la provincia, todavía teníamos la ruta que lleva a la ciudad de San Juan, tierra de Sarmiento, quien escribió el famoso libro el Facundo calumniando al régimen federal desde la persona de este. Hicimos para agregar tres horas de viaje. Hasta llegar al centro. Con una parada para almorzar a eso de las dos de la tarde. Era un res- taurante típico de variedad de comidas. En él se podía ver la persona- lidad de Domingo Faustino Sarmiento. Rodrigo me codea y articula indicando su malestar.

—Míralo, el padre de la educación -con un ligero sarcasmo.

—Es y no es, no podemos citar lo que el pasado ha dado de nuestros personajes más célebres.

—¡Vamos! Era un hombre del partido unitario que hablaba blasfe- mias de los pobres gauchos e indios salvajes.

—Entiendo, lo sé, mi amigo, lo sé. Era como se cuenta un ser com- plicado, y su libro mismo lo manifiesta cuando de estropear la perso- nalidad de otras celebridades se encarga, con su pluma y tinte fuera de su país. Crónicas de los manuales.

—Cobardía, diría yo. No merece ni un ápice de respeto de mi parte.

—Ni de la mía, ¡pero ha pasado a la historia!

—Justo, Urquiza, Florencio Varela, Roca, Avellaneda, Aramburu y si te gusta puede ser Videla también. Y no dejaban de ser personajes tan nefastos -aclara con odio Rodrigo.




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