Tras el rastro del General

El resumen de la historia. Últimos preparativos. Una sorpresa para Michelle. El origen de los pétalos

El resumen de la historia.

Últimos preparativos. Una sorpresa para Michelle. El origen de los pétalos

 

 

 

 

La lucha no termina, continúa por siempre.

Por el bien de la humanidad.

 

 

Regresamos a Córdoba, al pueblito de Paunero. El viejo estaba asom- brado con toda la historia. Tenía preocupación por su camioneta. La fiebre le había claudicado. No por lo médicos, sino que de manera asombrosa. Sabíamos que algo de esta historia había surgido efecto en tal evento. Tomé notas el siguiente día de lo sucedido. Rodrigo viajó para el pueblo en el cual estaba viviendo en su auto.

—Mi amigo, ¡ha sido un  placer  verte!,  compartir  contigo una aventura.

—¡El placer es mío!, ¿por qué no vienes a Buenos Aires?

—¡No!, por el momento estoy bien aquí! Tengo que ver a mi fami- lia -dice un poco triste por tener que irse-, pero don José, Michelle. Estoy a su disposición para lo que sea.

—Al contrario, mi amigo, mi espada es tuya -le dice don José.

—¡Gracias! - sonríe Michelle y lo abraza.

Rodrigo se queda de espaldas a nosotros, medita y se da la vuelta.

—¡Estaré ahí en Buenos Aires antes de que partan!, ¡lo prometo!

Lo miro con agrado. Nos damos un abrazo fraternal y luego la mano. Éramos los amigos de tantos años. Éramos compañeros de aventuras y leyendas. Y se fue tranquilo por el camino que lo vio venir aquella noche. Se subió a su automóvil, colocó la llave y encendió el motor, y sacó la mano por la ventana saludando. Nos quedamos para- dos viendo cómo su carro levantaba el polvo, y se alejaba. Es lo malo de las despedidas. Son fuertes y abrumadoras. Desoladoras, y nostálgi-

 

 

cas y es lo bueno de los reencuentros que todos esos sinónimos se vuel- ven antónimos ante ello. Al otro día nos tomamos el primer bus para Buenos Aires. Nos despidió el viejo con una botella de vino y un buen asado. Desde el micro veíamos la carretera. Me eché a descansar un poco del agotamiento de tanto viaje. En un sueño de héroes y villanos. De caudillos y amantes de lo imposible. Era un sueño en el cual los pétalos aparecían nuevamente. Intriga de lo más raro. Casi diez horas. El ómnibus hizo un recorrido fantástico. Tomamos café y charlamos de los lugares que visitaríamos. Mi camarada me susurra que tiene un plan para Michelle, algo fantástico, y si conocía algún bar… Por mi parte comencé en el mismo viaje el informe para la revista. “El mito o la realidad”, se llamaría.

Llegamos y al tomar nuestros embalajes ellos me esperaban. Mila- gros y Rodolfo.

—¡Papá! -y me abraza fuertemente.

—¿Parece que estás casando? -dice ella alegre  y  me  da  un beso pasional.

—He vivido unas cuantas aventuras.

—¡Me imagino! -me dice.

La miró extrañado frunciendo el ceño, y observando fijamente.

—¡Hay mucho que contar! -me dice ella. Don José y Michelle aparecen.

—¡Querida Milagros! -y le da un beso en la mejilla-, pequeño bri- bón -y saluda a Rodrigo despeinándolo-. Les presento a mi compañe- ra Michelle.

—¡Hola, es un gusto! -sonríe ella.

—¡El gusto es nuestro!, por fin poder hablar con otra mujer. Estos varones y sus conversaciones aburridas.

Ella se ríe. Todos nos reímos. Tomamos el primer taxi al hotel. Don José y Michelle también se hospedarían ahí. Fuimos a almorzar y caminamos por la avenida Corrientes. Y nos preparamos para la noche. En una cena especial con un pequeño escenario. Antes de salir Mirari me comenta.

—¿Así que aventuras?

 

 

—¡Estemm! ¡Sí!, ¿y sabes?, vi como tu imagen borrosa, en la cual requerías ayuda.

—¡En los sueños! Me alegra haber participado-se burla sonrojándose.

—¿Cómo?

—¡Tonto!, ¿no te diste cuenta? -se alegra ella-. Te he soñado. A ti y tus amigos en la cueva.

—¿Entonces cuando el chivo atacó, vos me sacaste? Ella asiente y sonríe.

—¡No sos el único que vive aventuras! -cita con gracia. Inmediatamente la abrazo, y la beso.

—¿Y los pétalos? -pregunto curioso en cuanto mi boca se une a la de ella, -¿los pétalos?

—También, alguien tenía que marcarles el camino, ¡cortesía de la florería!

—¿Y cómo?

—Aún no lo comprendo, lo sentí -dice ahora cruzada de brazos en cuanto dejamos de abrazarnos-, sentí que te perdía, que estabas en peligro, y me asusté. Creí que era una pesadilla, aunque no era real. Tú, el general Juan Facundo Quiroga.

—¿También lo ayudaste?, ¿limpiaste su herida?, ¡eres mi héroe!

-me alegro, y con júbilo lo expreso.

—¡Tal vez!, solo sé que tenía que estar ahí para vencer a ese demo- nio sea lo que sea, y no perderte. ¡Te amo!

—¡Yo, a ti, mi vida!

La volví a besar. Rodolfo apareció y nos abrazó a ambos. Estábamos listos para irnos. Al llegar a aquel restaurante nos esperaba Michelle en una mesa con Rodrigo que pudo cumplir su promesa. Antes de cenar había que cumplir un designio. Michelle no sabía qué era, pero el portugués se mostraba muy misterioso. De antemano sabía bien de qué se trataba, de todas formas, era una sorpresa.

Del pequeño escenario se abre un telón y aparece don José con una guitarra de fado. Golpeo mis palmas en aplausos espaciosos, y el pú-




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