Tras el rastro del maestro

El encuentro V. Todo comienza a volverse extraño y difuso

La luz entra en pequeños fragmentos por la ventana anunciando un nuevo día en Lisboa. Un pájaro se posa por el fierro de la baranda y comienza a cantar. El día va tornándose de color gris. No es tan agradable para la psiquis humana. El sol tiene el poder psicológico de modificar el estado de ánimo de las personas. En este instante, mi cuerpo sigue en fase de letargo, y continúo durmiendo sin importar lo que ocurra alrededor.

Una pizca mínima de luz va entrando de a poco; da en mi cara un golpeteo reluciente, pero no hago caso. Sigo a pie con ronquidos de quien está vencido por una noche agitada de juerga. El pájaro sigue su canto como el gallo de la mañana, otro colega de la misma especie. Este se posa, y con ánimo emprende el concierto matinal.

Algunos seres no se dan cuenta de que otros seres descansan y dan rienda suelta a su placer de comunicarse como si nada. Como si no importara. Y la verdad es que quisiera a veces ser un ave de este tipo. Despreocupada de la vida y solo remitiéndome a cantar en lapsos del día, buscar alimento, una compañera, y un nido donde criar a los hijos, tener relaciones. En un árbol alto como edificio de los Estados Unidos.

Ellos sí que están fuera de la noción de los problemas. Pero ahora que lo pienso tal vez tengan sus dramas e inquietudes. Tener el cuidado de que un gato no los ataque, que sus huevos no se caigan del nido, que su pareja no los abandone; tal vez emigrar a un mejor sitio donde formar nuevamente todo ese círculo de vida que mencioné.

Ellos mientras siguen con sus cantos. Y la luz candente cada vez se hace más poderosa hasta el punto de despertarme de golpe.

Doy un salto de la cama, y abro los ojos de repente como fuera de toda noción de la realidad. Llevo mis manos a ellos, y me froto con ambas, para aclarar el sentido visual y quitar cualquier jugo aferrado a las retinas. Luego me quedo observando adelante a la nada. Mi cabeza explota producto del alcohol. Y siento el canto de los pájaros como taladro. Ahora no son dos, se sumaron tres más y son un coro de cinco aves tocando en un concierto de tenores para mí. Soy un privilegiado al tener un recital en vivo en mi cuarto en la ventana del hotel.

Tomo el reloj de pulsera, no tengo idea del horario. Al mirar veo que son las 11 de la mañana. Llegué a las 4 de la mañana, y he dormido todo lo que podría dormir un ser humano. Confieso que me agradaría seguir, pero mi día se

acortaría, y no sería prudente si quiero seguir mi investigación, aunque hasta que don José no me llame no podré hacer nada en absoluto.

El coro de cantores sigue su rumbo, se cansaron de dar el concierto, y ahora van a otra ventana a verificar si alguien está durmiendo para despertarlo. Quizás esa persona o personas puedan apreciar mejor que yo ese jolgorio musical que ellas expresan. Hoy mi cabeza, producto de la resaca, no es más que una bomba de tiempo.

Sigo inmóvil mirando un punto fijo, la nada. Despeinado totalmente, parte de mi calvicie, junto al pelo de carácter graso, dan una performance triste de mi persona, que junto a mis patillas de orden federal llamarían la atención de quienes pensasen que tienen un hippie indigente. También el olor de mi anatomía expresa la orden marcial de que debo darme un baño con suma urgencia. No obstante, no tengo fuerzas, sigo con ese punto fijo. Pensando en la nada misma, nada de nada, y para nada.

Me vuelco nuevamente ante los brazos de Morfeo, y me tapo con las sábanas. Quiero seguir durmiendo nuevamente, preciso descansar, y aprovechando que mis amigos cantores a capela no están, puedo volver a mi empresa dominada por el dios Hipnos, dios griego de los sueños que me llama para el rito de relajación, suerte de descanso, un tiempo más, antes de comenzar un día tarde en Lisboa.

Al correr mi cuerpo de un costado en la cama, me quedo ahora observando la mesa de luz, y el velador que con ella comparten, y son parte de mi cuarto, miro un momento, y doy la vuelta, y ahora solo veo del otro lado una estufa vieja de hace muchos años. No me había percatado que el hotel es un edificio de fachadas antiguas, y es que uno cuando comienza a rever cada parte de un lugar determinado, este cuarto como también la formación de las escaleras, paredes, ascensor, averigua qué tipo de arquitectura suele tener un edificio.

Aquí a partir de la estufa vetusta me di cuenta. Puede que también por el hecho de estar tirado en una cama sin querer tener voluntad de levantarme e ir al baño para darme una ducha y quitarme el sabor candente de la noche para volver a tener un cuerpo limpio al estilo griego. Puro para poder arrancar y volver a complementarlo nuevamente con sapiencias, alimentos, alcohol, sexo, ruidos auditivos, visuales, y todo lo que sea posible y al otro día nuevamente volver a darme la ducha y limpiarlo de toda contaminación y así sucesivamente por el resto de los días.

Dejo de observar la estufa, como también el contorno de las paredes, ya es hora de salir de la cama. Listo, ahora solo veo el techo y me digo es hora de arrancar. Me incorporo nuevamente sentándome en la cama, me paro. Todo parece un

proyecto para armar, como si estuviera emprendiendo una empresa de construcción y cada parte de mí va ingresando. Las piernas, luego los brazos, y la cabeza manda a partir del cerebro que da órdenes. Cada pieza viene a mí.

Me paro, y voy al baño, prendo la luz. En la ventana se escucha nuevamente el

coro de amigos cantores que están decididos a no dejarme en paz hasta que no los aplauda. Ahora son tres, otros dos, a lo mejor fueron a formar parte de un dueto ante alguna discusión. Las bandas no duran toda la vida. Lo sé con seguridad de bandas como The Beatles, The Kings, The Zombis y tantas de la invasión inglesa que llega un momento que se cansan de tanto éxito y de convivir. El humano no está hecho para convivir constantemente en su naturaleza. Y será motivo por el cual también que sube la tasa de divorcios. Qué digo divorcios, ¿música? Debería ir a ducharme de una vez y dejar de pensar boberías.




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