Tras el rastro del maestro

El encuentro VI. El guardador de rebaños y sus discípulos

Completamente dormido. Un golpeteo con los dedos en la sien de una persona confunde mi estado. Alguien parece querer despertarme, no capto lo que ocurre. Abro lo ojos y solo veo oscuridad, no capto nada, solo el color negro. Una sombra al lado mío me observa. Esto es un sueño o una pesadilla, no lo sé. Debería estar en esa etapa fisiológica de autorregulación a la que llaman sueños. Verifico mi estado y siento que estoy transpirando, mi circulación aumenta, cuando debería estar baja. ¿Dónde estoy?

–Tranquilo, señor César.

Visualizo la sombra, pero no entiendo quién es, ¿un demonio de la noche?

¿Un ángel?

–Tranquilo, señor César. Usted está en su habitación, son exactamente las tres de madrugada. Observe que solo hay silencio y dentro de ello nosotros.

–¿Quién es?

–Soy alguien conocido por usted.

La sombra se dejó ver y apareció ante mí con una tenue luz brillante. De a poco esa luz aclaraba y dejaba ver a la persona de la sombra.

–¿Quién es?

–Soy alguien a quien usted conoce. Soy el guardador de rebaños. El poeta, maestro de maestros. Soy Alberto Caeiro.

–¿Caeiro? Usted es una mentira. Una ficción creada por Fernando Pessoa.

–¿Una mentira? ¿Una mentira hablaría con usted ahora mismo?

–Esto es un sueño.

–¿Lo es? ¿Realmente lo es?, qué es real y qué no? Tal vez nunca fui un invento de un loco poeta. Tal vez soy real. Vea, oiga, toque, huela.

Enseguida don Alberto me tocó el brazo y sentí su carne caliente en mi cuerpo. Su anatomía era tan real como cualquier ser. Se sentía la circulación de la sangre. Sus ojos de campesino, su cara joven de un hombre del siglo pasado. Todo era tan cierto que no podía responder.

–¿Qué quiere, señor Caeiro? ¿Qué busca?

–La pregunta es qué busca usted, señor César.

–Sé exactamente lo que busco.

–Al poeta, su poema, su fama, ¿busca el amor de una dama portuguesa? ¿Busca una vida? ¿Salir de la suya?

–Discúlpeme, amigo, no preciso de un psicólogo. Si lo quiero, lo contrataré.

Alberto Caeiro comenzó a reír, sus muecas se vislumbraban en medio de la penumbra.

–Mi buen amigo, vengo a darle un consejo que lo ayudará.

–¿Y por qué quiere ayudarme?

–Porque el maestro también lo busca. Lo requiere.

–¿Usted es un soldado de él?

–No, soy su amigo. Su mejor amigo.

–No logro interpretar lo que me expone.

–Mire. Se dice que don Pessoa tenía la facilidad de dar vida a personajes ficticios. Personajes que no son reales. Pero como le dije, qué tanta realidad y qué tanta ficción hay. ¿Somos solo imágenes creadas por alguien? Amigos imaginarios, ¿un engaño? Todos los personajes de nuestro amigo han cobrado vida. Gracias a él estamos aquí, solo que el mundo que usted conoce y por algún motivo conozco yo, no puede entender cómo hay vida en una fábula de hombres inventados.

Me agarré la cabeza y me di dos golpecitos con los puños a ver si despertaba. Estaba conversando con un tipo que me decía que era real, así como otros personajes que se hacían llamar heterónimos. Agaché la cabeza y respiré hondo. Volví a levantar la cabeza y a agacharla. Quería despertar si esto era una pesadilla.

–¿Se siente bien, señor César?

–Sí, solo que no capto lo que sucede. Todo parece muy abstracto. Está muerto,

¿estoy muerto?

El guardador de rebaños se quedó meditabundo unos momentos sentado en la silla. Luego se levantó, y puso sus manos atrás, en su cintura, tomándose ambas, fue a la ventana, y miró el paisaje nocturno.

–¿No es hermosa Lisboa? ¿No cree que hay una suerte de magia en esta ciudad?

–suspira Alberto. Cierra los ojos, y vuelve a suspirar y cita:

No siempre soy igual en lo que digo y escribo. Cambio, pero no cambio mucho

El color de las flores no es el mismo al sol que cuando una nube pasa

o cuando entra la noche

y las flores son color sombra.

Pero quien mira bien ve que son las mismas flores. Por eso cuando parezco no estar de acuerdo conmigo, Fíjense bien en mí:

si estaba vuelto a la derecha,

Me he vuelto ahora a la izquierda

Pero siempre soy yo, teniéndome en los mismos pies.

El mismo siempre, gracias al cielo y a la tierra y a mis ojos y oídos atentos

y a mi clara simplicidad de alma...

Don Alberto Caeiro, heterónimo de Pessoa, recitó el poema, un poema de acuerdo a la belleza, a la naturaleza. El cambio.

–Pudo discernir lo que dije, señor César.

–Un poema.

–Sí, mi amigo, su cuerpo y mente están en un proceso de mutación evolutiva, y no es malo cambiar. Transformarse. Usted no quiere su vida. Quiere algo nuevo.

–Ahora sí que estoy en un embrollo.

Alberto Caeiro da la vuelta girando su cuello y mira al hombre que se llama Armando César.

–Usted es Armando César, ¿no? Hoy Armando César puede ser un redactor de

una editorial, allá por Buenos Aires, y mañana un prestigioso historiador, y pasado un poeta. ¿Usted suele elegir lo que realmente desea? Puede sí, y debe, y el destino como bien lo ha pensado usted se encargara de reescribirse.

–¿Usted está en mi mente?




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