Tras el rastro del maestro

El encuentro VIII. Aprovechar el tiempo

La puerta del restaurante estaba ahí, esperando que uno de los tres hiciera los honores para entrar. Don José, caballero del estilo medieval, fue el primero en abrirla. De todas maneras, él es quien nos conduce hasta este sitio. Con mis manos hago el gesto a don Antonio para ingresar primero, él me ve y pasa sin decir nada. Como dije es un tipo extraño. Luego don José me dice que ingrese y a medida que estoy pasando tras de mí viene él.

Tomamos una mesa alejada de las ventanas. Eso no nos hace vulnerables a la policía que siempre está patrullando las zonas en busca de oposición subversiva.

Tomamos la mesa cercana a los baños. No estaba ni en el fondo a la derecha como suele el dicho decir que un baño se encuentra. Ni al fondo a la izquierda. Casos que a veces ocurre que un baño se encuentre aquí.

En la mitad del restaurante del lado de una pared que tenía un cuadro de la cantante Edith Piaf consta un lema que decía La vie en rose. La vida en rosa.

Antonio se queda viendo el cuadro y con sus labios lee la frase, una, dos, tres veces. Don José le pregunta cuidadosamente si conoce la canción. Antonio se incorpora y sigue nuevamente observando el cuadro contestándole sin dirigir mirada alguna a nuestro interlocutor.

–Conozco el sufrimiento que es distinto de la persona, conozco el dolor mismo por el dolor de otros. Capto la desdicha de la vida en una canción. La vida es rosa.

–No, para nada, la vida es empeño –objeta–, sepa, mi amigo. Si lo puedo llamar así, que como usted en un modo un tanto cerrado nos dice que conoce el sufrimiento. Debe conocer a la cantante creadora de esta canción que acuña la frase del cuadro. Ella era puro sufrimiento, era barbarie, era pobreza.

–Era una botella de vino encontrada en las calles parisinas, mientras entonaba el himno tan conocido de la libertad: La marsellesa.

–Era sufrimiento –nos vuelve a comentar Antonio Moura. Ahora don Antonio.

El mozo se acerca, un hombre joven de veinticinco años. Se coloca cerca del portugués.

–Caballeros, les dejo los menús. ¿Desean algo en especial?

En ese segundo nos vimos los tres. Con el típico ¡eh!, bueno, ¡eh! Dijo don José:

–¡Este!... Tráigame una botella de oporto, mi amigo, ya veremos qué decidimos con relación a la comida.

–Como guste, señor, de inmediato les traigo una botella de oporto.

–¡Gracias!

El mozo dio media vuelta y volvió al sector de la barra para anotar una botella de oporto.

–Sabe, don Antonio –le comenta mi colega suspirando–. Esta muchacha ha sufrido lo que Francia. Ahora nótese que su fama dio vuelta al mundo. Tal vez la fama se adquiere con el sufrimiento, como el escritor cuando plasma en papel sus lamentos.

–El sufrimiento es un estado divino del dolor. Un estado psicológico que optamos quienes no tenemos fuerzas para admitir que lo que nos duele nunca pudo ser superado y entonces lloramos desconsoladamente por los rincones de la casa, de las calles, de alguna iglesia en sus escalinatas.

–¿Usted sufre?

–A veces, pero lo necesario. Inmediatamente expuse mi parecer al tema.

–No quiero ser imprudente, pero sufrir es una opción evitable. Nosotros seres humanos, podemos gastar el dolor hasta reducirlo a la nada.

A Antonio le pareció que algunas de mis palabras eran factibles, pero otras erradas.

–Disculpe, pero discrepo. El sufrimiento está dentro del dolor. El dolor nos consume. Nos manipula a su modo y cuando quiere aparece y desaparece. El dolor es como una enfermedad que conlleva a otras. Es una enfermedad del alma. Lo que nos produce dolor psíquico y luego físico nos hace sufrir. Son como gotas de agua.

–¿Pero puedo optar si quiero sufrir o no? –le comenta don José–. Si quiero puedo no sufrir, por ejemplo, digamos un amor de una señorita que nos dejó.

–Sí, puede. Una mente fuerte puede; no obstante, el dolor sigue ahí y un día con cierta debilidad mental nuestra. Él reaparece y ahí es donde volvemos nuevamente a sufrir.

–Creo que el dolor puede eliminarse con el tiempo –le comento.

–Como poder se puede, solo que es un proceso intermental de uno consigo mismo. Meditación, experiencias y observar al sol y luego en la noche a la luna y adquirir el poder de estos astros y sus energías. Adquirir el poder de los dioses y rezar por ellos.

Tantos crucigramas de fragmentos que la sorpresa, el asombro y la ironía se presentaban ante este hombre. Don Antonio estaba lúcido, pero su juego lúdico de frases era desconcertante.

–Está perfecto su pensamiento, don Antonio.

El mozo se acercó con la botella de oporto. Colocó de su bandeja tres copas. En cada punto donde nos encontrábamos cada uno de nosotros. Por cada copa un posavasos para no dañar la base de madera de la mesa. Luego abrió con cuidado la botella y la descorchó. Y sirvió en cada copa un poco del delicioso oporto.

Tomamos los menús rápidamente para ver qué podíamos elegir de cena. Don José se nos adelantó y pidió coxido a la portuguesa. Carne de pollo, embutido de cerdo, ternera, zanahorias. Un manjar por decir algo notable en este plato. Don Antonio también fue rápido en su decisión y colocó el dedo sobre el nombre caldo verde. Para un religioso este plato es ideal. Sopa hecha con patatas, berzas y trozos de embutidos de cerdo. Algunas cebollas. Faltaba yo, que no sabía qué pedir. Siendo de otro país se me hacía muy difícil a la hora de pedir un alimento sin saber bien los ingredientes. Me sugirieron un plato especial ante mi ignorancia.




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