Dos largos años habían pasado. Y los pequeños descendientes comenzaban a crecer. Tanto Margarita, el pequeño John y Gianfranco, todos con dos años de edad, se habían vuelto unos niños traviesos. En aspecto, se veían más grandes que los niños de su edad y también, comenzaban a evidenciar el desarrollo prematuro de sus dones.
John, por su parte, podía curar pequeñas heridas de Nora. Infligidas por Horus al ella tratar de hacer que se vaya.
En su pequeño cuarto, dentro de la caja negra, innumerables objetos de su mamá lo rodeaban. Y es que parecía que Horus, en dondequiera que estuviera, estaba pendiente de los hijos de Rose. Como si a su manera, aún cumpliera la petición que ella le hizo en la otra realidad.
Margarita, por su parte, parecía heredar el mismo gusto y pasión por aprender que su padre. Con dos años podía hablar con fluidez y resolver pequeñas operaciones matemáticas. Leía mucho, por lo que los sabios sacerdotes del templo de los registros ya la veían como futura sacerdotisa.
Gianfranco por su parte, era muy ágil y fuerte. No solo ayudaba a James con las labores en el bosque, sino también entrenaba con su papá. Dante lo visitaba a diario.
Pero había otro prodigio en oculto. Uno que no llevaba sangre Klat’ka en sus venas, aunque había recibido del néctar de vida de Rose, su leche materna.
Matías, el niño huérfano que Rose amamantó en el hospital y que posteriormente fue adoptado. Estaba siendo criado por Michael y ya evidenciaba las consecuencias que la lactancia había generado en su psique y en su alma.
Sentado en su pequeña sillita de niño, solo observaba el vaso infantil fuera de su alcance.
—¡Hola, hijo! ¿Qué observas? —preguntó Michael preparando su desayuno.
Él actualmente trabajaba como doctor en el hospital en donde John Jr. había fallecido. Servía a la comunidad con sus conocimientos y el resto del tiempo cuidaba a su pequeño hijo. Él era todo su mundo.
El pequeño solo observaba el vaso y con un pequeño quejido lo hizo desplazar hacia él. Lo tomó y comenzó a beber tranquilamente.
Michael, quien observaba los acontecimientos, se petrificó. Golpearon la puerta, por lo que no dijo nada y abrió. Una señora de la tercera edad estaba parada afuera. Su vecina, quien gustosa, cuidaba de su hijo mientras él trabajaba.
—Hola, Susana pasa —murmuró nervioso.
—¿En dónde está el pequeño? —preguntó la señora muy animada. Amaba cuidarlo.
Al verla, el pequeño se emocionó. Pero había un detalle en él. No decía una palabra, solo pequeños quejidos o balbuceos. Algo que preocupaba a Michael y a Susana, pero que por el momento mantenían como algo normal en su desarrollo.
Por otro lado, Ashley seguía profundizando en sus dones. Notó que cuanto más meditaba y se conectaba con el todo, mayor era su intuición, sensibilidad y presencia. Ahora veía todo con ojos diferentes. Como si el mundo se moviera más lento, dándole tiempo de apreciar los detalles.
Observaba a su mamá feliz y tranquila en su proyecto con las viudas y huérfanos del área 737. Pero a su padre, lo veía en un ambiente denso. Sentía como si una energía oscura lo rodeara. Tenía miedo de que algo le sucediera, por lo que hizo las paces con él.
Aun así sentía que no estaba en donde debía estar. Intuía que sus dones, al igual que los de su mamá y tío, eran para ayudar a los demás. Pero cada vez que pensaba en eso, algo dentro de ella ya le decía que pronto pasaría algo que la encaminaría con su propio destino.
—Paciencia, Ashley —susurraba, mientras observaba su reflejo en el espejo.
Horus apareció en su habitación de imprevisto, acercándose y restregando su hocico en ella, marcándola como parte de su manada.
Aún le tenía respeto, sentía que su aspecto aterrador no solo era para disuadir. Incluso si jamás había sido agresivo con ella.
—¿Bebé, has visto ropa mía en algún lugar? —preguntó Rose entrando en la habitación, en búsqueda de una de sus botas.
—No, ¿qué sucede? —preguntó la joven, restándole importancia.
—Estoy notando que mis cosas se pierden, ropa, calzado, hasta mi cepillo del cabello —murmuró Rose desconcertada.
—Si veo algo, te lo llevaré —suspiro Ashley, mientras se dirigía hacia ella a abrazarla de forma amorosa.
Ese solo gesto calmó los ánimos de Rose, que hasta ese momento, estaban caldeados. Se permitió observarla con detenimiento. Su pequeña ya la superaba en altura y cada día se parecía más a su papá. Alex ya no estaba, pero su pequeña, mantenía el recuerdo vivo día con día.
La alarma de la base sonó rompiendo el hermoso momento. Todos se dirigieron hacia la sala de operaciones como era habitual, y al llegar Rose, todas las caras estaban serias.
—¿Qué sucede? —preguntó tomando asiento.
—Es Kim Yuna —murmuró Maskedman con un nudo en la garganta que no le permitía hablar—. Fue asesinada por los Thek’ar —soltó dejando a todos callados.
Rose se permitió unos segundos para procesar las palabras que había escuchado. No podía ser. Su amiga estos últimos dos años, su única amiga, estaba muerta. Y por ellos. Sus ojos y cabello se tornaron de un rojo intenso. No habló ni gesticuló, solo se sentó en su silla.
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Editado: 17.08.2025