Mi alma se ennegrece, en mis oídos escucho voces susurrantes. Unos chillidos son dulces, mientras que otros pareciese que se raspan en filosas piedras.
Maldigo los momentos breves. La tranquilidad se esfumó de un día para otro. La tos maléfica ha vuelto con más fuerzas en su garganta. Cinco veces hemos ido al médico, pero nada parece tener resultado. Medicinas, jarabes, inyecciones. Nunca es suficiente. Detestable ante mis ojos se ha vuelto su presencia que ahora odio con naturalidad desmedida. La paz me trajo a la guerra. Los volcanes de mi rostro han hecho erupción. La lava ardiente que proviene del furor de mi paciencia se desliza por mi rostro hasta herir las faldas de mis pies. Que es igual como cuando la lava se desliza por la falda de un volcán. No obstante mi ira ya no está solo en mi cabeza, ha infectado cada fibra de carne renegrida en mi cuerpo.
La fiebre de mi ira ha sobrepasado los cuarenta grados y ha excedido el límite. Mi cama se ha vuelto mi tumba, mi cerebro se encuentra exprimido en una centrifugadora de ropa. Me encuentro cayendo en el abismo del universo. Escucho silbidos de vientos huracanados y pareciera que me estoy deslizando en el tobogán de la incertidumbre y la locura.
Mientras pasan las horas menos hablo con mi familia, la batería de mi vida ya no tiene energía. Es en este preciso momento cuando empiezo a odiar las palabras que salen de mi esposa y la de mis hijos sin tener ningún motivo aparente. No existe ningún fundamento sólido para odiar, tan solo apareció ante mí un ser horrendo y antinatural. Se trata de un ser oscuro que tiene un gran parecido a la muerte que dibujan los caricaturistas, pero en su rostro solo puedo observar una sombra oscura. Tiene una lanza con punta de ancla, de un brillante plateado en su mano, y su cuerpo está cubierto con una túnica gris de Algodón que le llega hasta sus pies. Sus manos son esqueléticas. He escuchado que la bebida te hace ver alucinaciones y creo sin más que esta ilusión tan solo la tengo formada en mi cabeza. Estoy convencido que la proyecté con mis ojos igual que un proyector de cine. Ya que me suena imposible que un espectro como este pueda ser visto por una fuerza humana si fuese real. Considero que ningún ser humano es capaz de entender lo que existe detrás del telón de lo que se encuentra en el más allá.
Siento que la culpa no es toda de mi hermano, creo que yo solo he perdido la razón porque quise, quizás por que me he vuelto débil. Veo reir a mis hijos, veo también carcajearse a mi esposa con mis hijos. Ellos han sabido acostumbrarse a las imperfecciones de nuestro entorno y han podido conservar la naturalidad del descanso. En cambio yo me encuentro viviendo atormentado. Recientemente choqué la camioneta con un árbol y por poco me mato, me quedé dormido al volante. Tengo suerte de que la bolsa de aire resistió al impacto. Asimismo me siento afortunado de no haberme roto el cuello, una pierna, un brazo, etc.. Lo malo de todo esto es que antes de este accidente bebí ginebra de más y maneje en dicha condición siendo un total imprudente. Aquello fue lo que hizo estrellarme. No obstante mientras me siento a detallar lo atormentado que me encuentro entre mis pensamientos. Me sumergí profundamente en el odio desmedido que lucha con otra parte de mí que es a lo que le denominan consciencia. Se armó una guerra de pensamientos de abstención de la consciencia o ceder ante la enajenación de mi ira. Por ello, entre estos pensamientos, cuando me perdí en la disquisición no me di cuenta cuando tuve muy de cerca a un ciervo albino que murió instantáneamente quedando completamente destrozado. No parecía un ciervo joven. Se veía más como uno adulto. No entiendo por qué me permitió a que le pasara por encima, pudo haber corrido y haberme evitado. Al fijarme de inmediato me di cuenta de que se trataba de una hembra. Las llantas de mi camioneta le pasaron por encima de su estómago y se le salieron sus intestinos.
Por aquello fue que me estrellé en aquel árbol y después de llenarme de tristeza, sucumbí ante el pecado de huir como un cobarde para poder ignorar mi terrible pecado.
Vivo sin querer vivir. Lo que he hecho comúnmente siempre, ya no lo hago porque siento que me agrada, lo que hago lo realizo con desprecio y he empezado a odiar todo. Odio los ladridos, los relinchamientos de los caballos, los mugidos de las vacas, el rebuznar de los burros, los cacareos de las gallinas, los cantos de los gallos. El graznido de los patos y hasta la de los gansos. Odio la cama donde duermo, el color terracota interno de las paredes de mi sala. El color celeste que eligió mi esposa para las habitaciones, todo me resulta abominable. La ginebra es mi fiel elemento y ahora escucho las palabras de Hailey que se convirtieron en horrendos y espantosos gritos cuando he bebido más de la cuenta.
El amor perfecto ahora es más imperfecto que un judío ante los ojos de Hitler. Es más imperfecto que una prostituta ante los ojos de la miseria. Ahora duermo en una cama sofá que se encuentra en la sala. Solo mi amarga ginebra me acompaña, es la que ahora me envuelve en calor y me ha enseñado lo que es la aparente felicidad suprema.
En mi continuo caminar un mueble golpeó el dedo pequeño de mi pie izquierdo y odié su falsa ubicación. Así que fui a ver el hacha y destrocé sus cojines y cada fibra de madera existente que lo sostenía fue resquebrajada por el filo de mi herramienta.
Por lo que sigue fui a quemar sus restos en el patio y entre las llamas sentí una paz absoluta, el fuego me daba una paz insondable que tranquilizó mis emociones. Observé la llama ardiente por mucho rato y a continuación escuché murmullos que me parecieron extraños, pero a la misma vez tales palabras me fueron muy dulces, ya que separaban de forma correcta mis innumerables entusiasmos que serían guardados para hallar un balance perfecto en la tranquilidad de mi aura, para así poder tener la oportunidad de acallar mis tormentosas cavilaciones.
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Editado: 11.03.2025