Trastorno

ENFERMEDAD "AATRA"

Hoy el día permanece sereno y majestuoso, como si la naturaleza despertara lentamente bajo un cielo de fuego y oro. El horizonte comienza a teñirse de un suave color lavanda, una penumbra azulada se extiende sobre los campos abiertos y las ondulantes colinas. El aire es fresco, impregnado del aroma de la tierra húmeda y el césped silvestre. Una brisa ligera acaricia los vastos terrenos que se extienden más allá de lo que la vista alcanza a ver.

A medida que el sol asoma en el horizonte, los primeros rayos dorados se filtran entre las copas de los robles y los nogales dispersos, proyectando sombras alargadas sobre los caminos rurales y las cercas de madera que delimitan los ranchos. Las nubes, antes grises y dormidas, se tiñen de tonos rosados y anaranjados, reflejando la calidez del nuevo día.

En la distancia, el silbido lejano de un tren atraviesa la quietud matutina, un sonido melancólico que se mezcla con las dulces melodías de los sinsontes norteños que despiertan en los árboles. Las vacas en los pastizales dejan escapar sus primeros mugidos, y el aleteo de una bandada de gorriones corta el aire con un leve susurro. Los burros reciben un pajuelazo innecesario de los empleados para que avancen hacia su delimitado lugar encerrado al que les corresponde estar y empiezan a rebuznar, ¡pero! ¿Qué está sucediendo? Lo que alcancé a oir me resulta extraño ya que prescindimos de empleados, ¿fue acaso producto de mi imaginación?

La esfera radiante que ilumina el horizonte, baña los campos con su luz dorada, revelando el verde vibrante de los pastos y el marrón terroso de los caminos de grava. Las casas de madera y de concreto despiertan poco a poco, con luces encendiéndose tras sus ventanas y humo saliendo de algunas chimeneas, anunciando que la vida en McGregor ha comenzado un nuevo día.

Amanecí con energías, y con muchas ganas de conquistar el mundo. María ya estaba haciendo bulla en la cocina, suenan las ollas, platos, cucharas, y el cuchillo hace ras, ras. Raspando la madera con el filo en una tabla de picar, lo cual asumo que está troceando cebolla, pimiento, o algo más que no tengo ni la menor idea. Mi esposa extendió su brazo para acariciar mis pechos, pude sentir esa fina palma deslizarse sobre mis pelos parvos y distantes entre sí.

—¿Qué hora son? Dijo somnolienta sin abrir sus ojos.

—Son las 7:00. Respondí.

Aún es muy temprano y María ya está haciendo desmanes en la cocina. Se parece mucho a mamá, muy por la mañana se levantaba a relajear, cuando me tocaba ir a la escuela.

Me levanté descalzo. Mi pijama blanca con corazones negros que mi esposa me compró hace tanto tiempo tenía una abertura de entre 10 a 15 centímetros en los costados de mi muslo derecho, traté de taparlo con vergüenza ya llegando a la mesa cuadrada de madera que queda cerca de la cocina. María observó mi desgarre y me dijo: no hay nada más que un buen hilo y una pincha afilada no puedan coser y solucionar. Las máquinas siempre se ponen a maquinar solamente, a mano siempre es más confiable. Las manos tienen mejores funciones que las máquinas, si usté supiera dónde hacen mejor su trabajo.

-A qué se debe la bulla tan temprano, María.

Primero a lo primero, buenos días, eminencia de eminencias, no ha oído que el que madruga come pechuga. Pos, la pechuga a usté hoy le toca jugosa, patrón, ya que fue usté el primero en la fila. Café de olla de la que tanto le gusta y barra de chocolate con leche para los chiquis. Ya no va a tener dos huevos solamente si no que tres. Huevos divorciados, huevos a la mexicana y huevos motuleños. Además de cinco variantes de las más variadas; molletes, tamales, gorditas, enchiladas y quesadillas. Puede usté elegir la elección.

-¿Y lo que sobra?

Pues, mire usté, lo que sobra se lo lleva pa' el camino pa cuando le dé hambre o se lo come más tarde, digo yo. El hambre nunca falta. Mi tío Gervasio decía siempre. De tristeza si que no te puedes morir nunca ya que eso se te quita más pronto de lo que canta el gallo, pero el hambre, ese sí que jamás desaparece. Aún hasta en la tumba te puede dar hambre es lo más seguro, decía él. Pedía limosnas en la iglesia de las Mercedes. Y siempre tenía pa la suyo, hasta que unos días después, personas de mal corazón no le dieron ni pa el zumo. Su estómago quedó bien sequito como hojarasca seca. Razón tenía cuando dijo que el hambre no desaparecía. Y la verdad que nunca desapareció, el que desapareció fue él mesmo. Ya no se dejó ver nunca más, dos metros bajo tierra y ahí quién lo ve, nadie creo, ni el hombre invisible, solo el mesmo si lo quisiera. Yo nunca le vi una gota de confianza a ese tipo de trabajo de extender la mano, pero ahí va. A cada quien le gusta talonear en lo que más le mueve o le ambiciona.

Mi esposa lavó su cara en el lavamanos de la cocina y dijo que no iba a despertar a los chicos. Lo que sobraba lo calentaría para luego de que se levanten y le dio las órdenes a María para que los alimente bien ya que nos íbamos a visitar al neurólogo.

Blanca como la nieve son las paredes de un níveo nostálgico, y ahí me encontraba sentado en un sillón de cuero gris oscuro.

Encima de un escritorio negro se hallaba una laptop que empezó a teclear con sus dedos. Su cabello rizado parecía resorte y su negra piel relucía brillosa cuando la luz del sol entraba por su ventana. El doctor de piel morena que dijo ser mi neurólogo, traía de vestimenta, jean azul, camiseta negra y una bata blanca y oblonga puesta encima. En la camilla de exploración me hizo exámenes físicos. Utilizó martillos de reflejos en mis rodillas y codos. Me dio diapasón para probar mi sensibilidad vibratoria, con monofilamento y aguja de exploración se puso a evaluar mi sensibilidad táctil y dolorosa. Asimismo empleó esfigmomanómetro y estetoscopio - Para medir la presión arterial y evaluar signos vitales. Me hizo resonancia magnética y tomografía cerebral.

El neurólogo me dio unos consejos sobre: Mantener una dieta equilibrada, hacer ejercicio regularmente y dormir bien para proteger el cerebro. Me dijo que debía evitar factores de riesgo como fumar, también tenía que dejar el consumo de alcohol. Me recomendaba leer, hacer rompecabezas o aprender nuevas habilidades para mantener la mente activa. Luego de varias horas de estar allí me dio hambre y un tamal de María envuelto en aluminio satisfizo mi apetito.




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