Trastorno

EN BUSCA DE MI FAMILIA

El sol aún no despuntaba cuando abrí los ojos. Algo en el aire se sentía extraño, una quietud que helaba los huesos. Extendí la mano hacia el lado de la cama donde debería estar mi esposa, pero solo encontré sábanas arrugadas que se sentían frías y vacías. Me incorporé de golpe, con el corazón chocando contra mi pecho.

-¿Hailey? -llamé en la penumbra. Por todos lados, en el baño, en la sala y no hallé respuesta.

Tan solo el silencio respondió por mí. Me envolvió en un manto de terror y melancolía. Me levanté y recorrí la casa con el miedo creciendo dentro de mí como una sombra. Pasé por el cuarto de los niños, esperando verlos dormidos entre sus juguetes, pero sus camas estaban intactas. Sus cobijas dobladas de la misma forma en que las habían dejado la noche anterior. Fui a la habitación de mi hermano Averett y sus sabanas al igual que la de mis hijos estaban igual de perfectas sin una arruga tan siquiera, parecía como si hubieran tenido el tiempo de tender la cama. La tele estaba prendida y había utilizado un artefacto mío de colección, se trata de un reproductor de DVD donde había puesto uno de los discos para reproducir una película. Que era una de sus favoritas: Pearl Harbor. No recuerdo nada de esa película ya que he perdido la mayor parte de los recuerdos existentes en mi vida.

No parecía que habían entrado a secuestrar a mi familia sin que yo haya sentido la devastación. Todo me resulta tan extraño y carece de lógica.

Corrí hacia la puerta principal y estaba cerrada. La camioneta seguía en su sitio, estacionada afuera de mi residencia. Todo estaba en orden, todo menos la ausencia de mi familia.

Marqué por llamada de emergencias y detrás de la línea la operadora me respondió: Señor Joseph ya le hemos respondido sobre su familia y déjeme decirle algo. No quiero que vuelva a llamar otra vez para preguntarnos por lo mismo. Sabemos los resultados y trate de anotar los recuerdos de nuestras conversaciones anteriores.

No entendí qué estaba sucediendo. No recuerdo qué tipo de conversaciones había tenido con el 911, la voz molesta de la operadora me resultó desagradable, parecía que no le importaba mi caso en lo más mínimo.

En vez de preguntarme por la información de mis desaparecidos la operaria actuó de forma antinatural y me pareció poco profesional. Mi desesperación llegó al límite. Fui al cuarto de María y aún estaba dormida. Le toqué el hombro y me relató que mi familia estaba desaparecida desde el día de ayer.

Le reclamé que por qué no me había dicho nada y María me dijo que ya me había comunicado del asunto y también supo informarme que yo había conversado con la operadora del 911 dentro de casa el día de ayer. Pero ella me anunció que no sabía qué exactamente me habían dicho, en la hora que fue pasada del mediodía. No obstante todo se me hizo muy confuso ya que la operadora del 911 dijo: "conversaciones anteriores". Daba a entender como si hemos tenido múltiples conversaciones. O quizás se expresó de forma equivocada.

Desesperado, recurrí a la única persona en quien aún podía confiar: mi padre. Un hombre de pocas palabras y demasiados secretos. Le conté todo. Él me miró con esos ojos cansados de quien ha visto demasiado en la vida y me dijo:

-Déjamelo a mí que yo me encargo de buscarlos.

Al llegar la noche solo me quedaba esperar. Sentado en el porche de la hacienda, con los brazos cruzados y el alma en vilo, contemplo el horizonte mientras me pregunto si alguna vez volveré a ver a mi familia.

De repente me llené de mucha ira y me acordé de algo que tenía pensado hacer antes pero que no hice por mi descuido mental. Así que fui a ver el hacha al establo, luego me dirigí hacia mi habitación y me puse frente a la cómoda que me regaló Gael.

El filo de mi hacha relució bajo la luz mortecina de la habitación. El aire huele a polvo viejo y a madera seca y ahí estaba esa bestia de roble rojo brillante como el rubí, se ve firme y desafiante, con sus cajones con formas de ojos que me resultan repugnantes, sus cajones al estar abiertos parecen bocas que se niegan a soltar lo que guardan. Saqué cada cosa que traía dentro, toda la ropa y lo vacíe por completo.

En aquel momento inhale y exhalé oxígeno. Apreté mis dedos alrededor del mango de madera, sintiendo su peso, su propósito. Luego, con un grito lancé el primer golpe. El hacha se hundió en la superficie con un crujido seco, desgarrando la primera capa de barniz y astillando la madera con una herida irregular. Pero la cómoda no cede. Sus imágenes de faraones y carruajes empiezan a desaparecer por el filo de mi herramienta.

Golpee una y otra vez, cada vez más fuerte. Una grieta serpentea por el costado, como una vena rota, y un cajón se desliza, tambaleándose antes de caer al suelo con un estruendo hueco. El sonido resuena en la habitación, pero no me detengo. Levanté el hacha de nuevo por encima de mi cabeza y lo dejé caer con todas mis fuerzas.

La madera se partió en fragmentos que vuelan como esquirlas de un naufragio. Los cajones se destrozan, sus entrañas quedan expuestas en un caos de recuerdos olvidados. Golpee sin parar y seguí golpeando hasta que la cómoda dejó de ser cómoda y solo quedaron pedazos rotos esparcidos por el suelo, astillas como huesos destruídos bajo mis pies. Al final me encargué de partir el espejo ovalado que estaba ubicado en el centro de esa monstruosidad y lo hice cientos de pedazos. Pude recordar que esa cómoda era la maldición de mis desgracias y por ellos fue que la destrocé por completo.

El aliento aún quemaba mis pulmones. Mis manos temblaban, el hacha pesaba el doble que antes. Y allí estaba: lo que una vez fue una cómoda orgullosa, reducido a ruinas. Un montón de madera destrozada, inservible, callada. Pero en el silencio quedó el olor a polvo y barniz quebrado, fue algo parecido a la paz. Saqué cada fragmento de lo que una vez fue un obsequio admirable y ahora tan solo me serviría como fogata. Después de sacar de casa cada pedazo de esa maldición egipcia le prendí fuego.




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