Trastorno

GATO NEGRO

Estacioné mi auto fuera del Starbuck. Todos los estacionamientos se encontraban vacíos. Al llegar a la casa de mi padre con la respiración entrecortada. El exterior tenía un tono gris antracita que le daba un aire lúgubre y ajeno. Me detuve unos segundos antes de tocar el timbre, tratando de calmar la sensación de inquietud que me oprimía el pecho.

Toqué el timbre una vez. Nada. Volví a tocar entonces con más fuerza y repetición.

La puerta se abrió lentamente, pero quien apareció no fue mi padre. Apareció en la puerta un joven de ojos color miel que parecía tener casi mi misma edad, 32 años. Le pude calcular mi juventud.

Un grupo de extraños me miró desde adentro con una mezcla de fastidio y desconfianza.

-¿Quién es usted?—Le pregunté.

-El hombre frunció el ceño y dijo: Ya te he dicho que no vuelvas por aquí.

—Estaba en shock. Quedé confundido ya que ningún recuerdo sobre ellos tenía almacenado en mis recuerdos.

—¿Dónde está mi padre?

Los extraños dentro, que eran 3 hombres de mediana edad, todos de tes blanca, una anciana de ojos verdes y una adolescente de piel blanca con caballo marrón claro, me quedaron mirando sin pestañear, sin apartar la mirada en mí por un segundo.

¿Y sigues viniendo para seguir preguntando una sarta de estupideces? Dijo el joven parado en la puerta.

Yo estaba tan confundido que casi ni me salían las palabras. Me hallaba tan desorientado que pensé que aquel acontecimiento por el cual estaba atravesando no tenía que ser real.

-Sentí cómo mi estómago se contraía.

-¿De qué estás hablando? Esta es la casa de mi padre.

El joven entrecerró los ojos y su expresión se endureció.

-Tu padre se ahorcó y ahora nosotros somos los dueños-soltó sin tacto, como si la noticia no tuviera peso alguno-. Y añadió: nos dejó esta casa como herencia a mí y a mi familia.

-Sentí que el aire me faltaba.

No lo puedo creer, mencioné. No... eso no es posible...

Pues créelo -dijo él con frialdad-. Y ahora te pido que desaparezcas. No quiero volverte a ver nunca más.

La puerta se cerró de golpe en mi cara, dejándome de pie en la acera, con la mente girando en espiral. Mi padre... muerto. Su casa... entregada a desconocidos. Mi mundo... Quedó destrozado otra vez.

Me quedé allí, inmóvil, con el eco de aquellas palabras clavándoseme en el pecho como cuchillas. Tu padre se ahorcó y ahora nosotros somos los dueños... Nos dejó esta casa como herencia... No quiero volverte a ver nunca más. Aquellas palabras empezaron a resonar como timbales en mi memoria. El viento sopló con fuerza, removiendo particulas de polvo que formaron un remolino que se envolvió a mi alrededor por un corto lapso de tiempo y luego se volatizó sin dejar ningún rastro aparente. Mi cuerpo se sentía pesado, como si lo hubieran enterrado vivo en una realidad que no podía comprender. No podía moverme. Se me cortó el aliento.

—Entonces, la ira de pronto me sacudió.

-Golpee la puerta con el puño cerrado.

-¡Mienten! -grité-. ¡Malditos, ustedes mienten! ¡Mi padre nunca haría algo así!

-Silencio. Me gritó un hombre anciano que salió desde adentro con una escopeta entre sus manos. Te llenaré el estómago de perdigones si no te marchas de nuestro hogar. Maldito, no vacilaré en darte un tiro para reventar tus cesos.

Me apoyé contra la puerta, sintiendo mi corazón martilleando contra mi pecho. Mi padre era un hombre terco, un sobreviviente. ¿Por qué dejaría su casa, su historia, a unos extraños que nunca había visto antes?

Retrocedí tambaleándome y saqué mi teléfono. Busqué el contacto de mi padre. Marqué el número.

En consecuencia el tono de llamada adquirió un silencio sonoro. Conté en mi mente. Uno. Dos. Tres... Acto seguido una voz robótica respondió. El número que usted marcó no se encuentra disponible.

Mi estómago se revolvió. Mi cuerpo dio la vuelta, dando la espalda al hombre de la escopeta y un recuerdo llegó a mí mente cuando recibía órdenes siendo soldado, tenía mi rostro pintado de camuflaje militar. Llegaron como flechas las reminiscencias de mi General diciendo a nuestro batallón...... media vuelta. Marchen...... Y Uno y dos. Y Uno y dos. Y canten:

"Saliendo de la base los comandos ya se van. Dejando atrás mujeres y hogar se van. Sin saber siquiera si van a volver, o en algún lugar irán a caer. Por la patria defender, se van. A tal valor y sacrificio lema audaz. A este grupo de hombres que avanzando van. Rompiendo la noche sin descansar, cruzando los montes, llegando hasta el mar, los comandos ya se van, se van”

Al haberme alejado varios metros voltee para mirar la casa de mi padre por última vez antes de poder marcharme de forma definitiva.

Caminé destrozado hasta mi camioneta sintiendo que cada paso me arrastraba más al vacío. Mi cabeza me pesaba como un bidón de agua.

Todo mi mundo estaba siendo desbaratado como una colisión nuclear : la noticia de la muerte de mi padre me dejó mal herido y esos extraños me dejaron congelado. El agotamiento me ha consumido desde la pérdida de mi esposa, mis hijos y mi hermano. Mi decisión sobre desaparecer de este mundo era cada vez más firme. Pensaba tomar el camino que se me haría el más fácil, el suicidio era lo único coherente que conocía en este preciso momento.

Me dejé caer en el asiento del conductor, cerré mis ojos y exhalé un largo suspiro. Quería pensar, pero mi mente era un torbellino. El dolor, la confusión, el cansancio... todo se mezcló en un abismo oscuro del que no pude escapar y entonces, todo se apagó.

—No supe cuánto tiempo estuve inconsciente.

Cuando abrí mis ojos, lo primero que pude ver de frente fue un gato negro que estaba trepado sobre el capó de mi camioneta. Estaba quieto, con su cola enroscada alrededor de sus patas delanteras, y me observaba con gran intensidad.

El gato no apartó su mirada de la mía. Era algo muy aterrador de poder ver ya que la fijeza de su mirada me causó escalofríos.




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