Era viernes por la noche. Durante toda la semana, Roseanne había planeado meticulosamente la agenda de los McLaren para poder disfrutar de esa noche libre. No había cenas de negocios con Jason, Walter no tenía reuniones con viejos amigos, no había nada que la interrumpiera; todo fue organizado a la perfección. Era un truco que había aprendido tras años trabajando con ellos. Para esa noche en particular, Roseanne había planificado que Walter tuviera una cena romántica con su esposa, Lauren, asegurándose de que él no la molestaría, ya que estaría dedicado por completo a su amada. Mientras tanto, Jason había decidido ir a un bar exclusivo con su amigo Andrew, un código entre ellos para buscar una mujer con la que pasar la noche. Esto garantizaba que él tampoco la llamaría por horas con algún encargo trivial. Sin embargo, si Jason terminaba la noche con una mujer, Roseanne sabía que el lunes tendría que preparar algunos regalos costosos, como bolsos de diseñador, joyas o un enorme ramo de rosas, en nombre de Jason McLaren.
A Roseanne no le gustaba involucrarse en la vida privada de sus jefes, pero era inevitable no conocer ciertos detalles. Sabía que Jason tenía la mala costumbre de pasar la noche con mujeres y, al día siguiente, enviarles un regalo elegante como un sutil mensaje de despedida: "Gracias y hasta nunca". Sin embargo, muchas veces esas mujeres hacían caso omiso del mensaje, y Roseanne terminaba dedicando tiempo a dar excusas interminables sobre el paradero de Jason hasta que dejaban de insistir. Pero ese era un problema para la Roseanne del futuro. Esa noche, su único plan era disfrutar de una cena relajante con su mejor amiga.
Roseanne llegó al restaurante unos minutos tarde, con el característico aroma a papel y detergente que la oficina de los McLaren había impregnado en ella tras otro largo día, aquel limpiador de pisos y detergente era muy característico que ni siquiera su perfume ocultaba. Apenas cruzó la puerta del lugar, localizó la mesa de su mejor amiga, Jessica, quien agitaba una mano para llamarla.
—¡Roseanne! —gritó Jessica, con su típica energía efervescente.
Jessica era un torbellino de vitalidad, una mujer que, a sus 27 años, parecía estar constantemente en movimiento, equilibrando su trabajo como diseñadora gráfica con un interminable calendario social. Esta cena de cumpleaños era solo uno de los múltiples eventos que tenía programados para la semana. Jessica y Roseanne se habían conocido en la universidad cuando ambas tomaron una clase de Cálculo, ambas eran opuestos como el día y la noche pero aún así habían encontrado un equilibrio perfecto en su amistad.
En la universidad solían bromear mucho que Jessica era Verónica y Roseanne era Betty de Archie Comics y aquella comparación no era solo por sus físicos, si no también por sus personalidades parecidas a aquellos personajes, eran la rubia y la castaña inseparable que no tenían nada en común pero se llevaban bien.
Roseanne forzó una sonrisa mientras se acercaba a la mesa, donde Jessica estaba rodeada de al menos ocho personas, la mayoría extraños para ella.
—¡Feliz cumpleaños! —dijo Roseanne, entregándole una pequeña caja con un lazo dorado.
Jessica la abrazó con entusiasmo.
—Gracias, amiga. No tenías que molestarte.
—Por supuesto que sí. Es lo menos que puedo hacer después de todo lo que soportas siendo mi amiga.
Ambas rieron, pero el comentario tenía un trasfondo más pesado del que Roseanne quería admitir, ser su mejor amiga no era fácil y se complicó aún más cuando Roseanne consiguió su trabajo con los McLaren. Al sentarse, echó un vistazo alrededor de la mesa, obviamente todos eran amigos de Jessica y ninguna cara se le hacía conocida. Las conversaciones eran animadas, y las risas resonaban en el aire cargado de aromas a comida italiana y vino caro.
Jessica la presentó rápidamente al grupo, aunque Roseanne sabía que después de esa cena no recordaría ni la mitad de los nombres. Mientras avanzaba la cena, comenzó a notar un patrón curioso entre los asistentes, con los años trabajando como asistente, se había vuelto más observadora y no podía evitar notar pequeños detalles sutiles de las personas.
A un lado de la mesa estaban los que olían a marihuana, cerveza y a la intensidad de una vida al límite, eran las típicas parejas que vivían en departamentos compartidos, trabajando en empleos temporales y que pasaban más tiempo en bares y festivales que en casa. Eran bulliciosos, llenos de anécdotas y chistes internos que dejaban a Roseanne un poco fuera de lugar, oírlos hablar era como sentirse afuera de un gran chiste internó e incluso podría decirse que Jessica tenía ese mismo olor.
Del otro lado, estaban los que llevaban el aroma inconfundible de una vida hogareña: fragancias suaves de detergente para bebés, un toque de lavanda o vainilla, y esa atmósfera que solo los padres jóvenes exudaban. Una de las mujeres hablaba con entusiasmo sobre las primeras palabras de su hijo, mientras otro hombre explicaba las ventajas de ciertos tipos de coches familiares, con este grupo característica Roseanne se sentía como una niña en una conversación de adultos.
Roseanne, sin poder evitarlo, bajó la mirada a su propia ropa, oliendo sutilmente la tela. El detergente industrial del edificio de los McLaren y una pizca de papel viejo era lo único que la definía. Mientras los demás hablaban de fiestas memorables o las primeras risas de sus bebés, ella pensaba en la última discusión entre Jason y Walter y en cómo había mediado el conflicto antes de que explotara. No tenía anécdotas divertidas y locas de fiestas y mucho menos, tenía historias adorables de bebés y anécdotas románticas, sus historias consistían en como Jason hacía llorar a sus empleados y Walter tenía ideas locas que ponían de patas arriba a una empresa entera.
—¿Y tú, Roseanne? —preguntó una de las mujeres, sacándola de su ensimismamiento—. Jessica dice que trabajas para una familia importante, ¿verdad?