El concierto de Mike me apetecía casi tanto como una patada en los huevos
de Pascua.
Una vez al año, mi madre me obligaba a atender los berridos a los que
ella llamaba «conciertos musicales». No me hacía mucha ilusión, pero ella
era muy insistente y, además, ya tenía bastante con lo suyo; no quería darle
más quebraderos de cabeza. Y si para ello tenía que tragarme una hora de
mi hermano mayor fingiendo ser una estrella del rock, no quedaba otro
remedio que aceptarlo.
Por lo menos, los demás me acompañarían. No tendría que
emborracharme yo solo en la barra para soportar el martirio.
Aparecí en el salón con la sudadera a medio poner. Will y Sue me
esperaban, y no se molestaron en disimular que habían hablado de mí.
—¿De qué habláis, cotillas? —quise saber.
—De tu pequeña sequía —sonrió Sue.
Hice una mueca.
—¿Eh?
—La compañera de habitación de Naya estuvo en tu habitación —recalcó Will—. A solas. De noche.
—¿Y?
—Que Naya dice que no hicisteis nada.
—¿Y ella qué sabe? Quizá recreamos el Kamasutra entero, solo que
Jenna es silenciosa y no se enteró.
Por favor, que no sea silenciosa.
Sue no se tragó el cuento, claro. Puso los ojos en blanco y volvió la
página de la revista.
—Es obvio que no hiciste nada. La chica estaba contenta y no te insultó
ni una sola vez.
—Pues no, no hice nada —admití—. ¿Algún problema?
—¿Tienes tú algún problema? —Ella fingió que se escandalizaba.
Incluso se colocó una mano en el pecho—. ¿Te encuentras bien, Ross? Es la
primera vez que te llevas a alguien a la habitación sin intenciones sexuales.
—Estoy bien, es que no me apetecía.
Will me miraba con extrañeza, como si no acabara de entender mi
comportamiento. Era la misma cara que había puesto Naya en su momento.
Al principio quise ignorarlo, pero al cabo de un rato fui incapaz.
—¿Qué? —protesté.
—No estarás tramando algo, ¿verdad?
—A ver, he respetado a la compañera de habitación de Naya. ¿No es lo
que queríais?, ¿no deberíais estar contentos?
—¿Te crees que no vi cómo la mirabas? No quiero que mi novia se sienta
incómoda el resto del curso. Además, te recuerdo que ya hiciste lo mismo
con Lana.
—¡No es lo mismo!
—¿En qué se diferencia?
—¡En que éramos pareja!
—Y ha acabado en Francia —apuntó Sue—. Caso cerrado.
Will contuvo una sonrisa, y yo puse mala cara.
—No tiene gracia.
—Lo que quiero decir —continuó él— es que esta noche vendrá Jenna, y
no me gustaría que…
—Espera, espera, ¿se apunta al concierto?
Su mirada cambió a una de advertencia.
Algún día, sería un muy buen padre.
—Ross…
—¿Qué? ¿No puedo alegrarme?
—Mira, nunca me meto en lo que haces o dejas de hacer con tu vida
sexual, pero ten cuidado, ¿vale? No hagas nada inapropiado.
—No sé qué insinúas, pero me estás escandalizando.
Obviamente, durante el trayecto en coche estuve maquinando un plan.
Will y Sue debieron de darse cuenta, pero pasaron de mí. Al menos, hasta
que detuvimos el coche justo frente a la residencia y me bajé de un salto.
—¡Voy a buscarlas!
—¡Ross! —protestó Will, pero ya había echado a correr.
Primera norma del sinvergüenza: si no te pillan, no te pueden echar la bronca.
Subí los escalones de piedra y empujé la puerta con una mano. Chris, que
estaba sentadito al otro lado del mostrador, dio un respingo nada más
verme.
—Subo un momentito, ¿eh? —lo avisé.
Pero, por supuesto, eso iba en contra de todas sus estúpidas normas.
—¡De eso nada! ¡Las visitas no autori…!
—¡Solo serán veinte segundos, Chrissy!
—¡Nunca son veinte segundos!
—¡Voy a ver a mi futura novia, amargado!, ¡déjame en paz!
—¿Amargado…?
Subí a toda velocidad y crucé el pasillo con una gran sonrisa. Su
habitación, la número treinta y tres, estaba casi al final. Llamé con los nudillos y, paciente, esperé; creía que me encontraría a una Naya cabreada,
pero el universo fue lo suficientemente majo como para sustituirla por una
Jenna sonriente.
Me tomé un breve momento para recorrerla de arriba abajo. Unos
vaqueros, un jersey rojo y las mismas botas que el primer día.
Oye, se supone que estás aburrido de esperarlas.
¿Eh? Mierda, era verdad. Hora de borrar la sonrisa.
Segunda norma del sinvergüenza: hay que estar preparado para improvisar.
—No es por meter prisa, pero Sue se está poniendo nerviosa —dije en la
entonación más monótona que pude—. Y yo no pienso responsabilizarme
de lo que le haga a Will ahora que están solos.
—Naya se está…
—¡Me estoy maquillando, pesado!
—¿Por qué me da la sensación de que ya he vivido esto? —Negué con la
cabeza—. Ah, sí, porque pasa cada vez que queremos salir.
Creo que Naya me dijo algo, pero yo estaba demasiado ocupado con la
sonrisa divertida que esbozaba Jenna. Se había pintado los labios de rosa.
—Puedes intentar convencerla de que no necesita retocarse —me ofreció,
y abrió la puerta del todo—. Yo ya lo he intentado.
Oh, no. No entraría. Era mejor alejarme de la tentación y seguir un poco
sereno.
—No, tengo un método más efectivo. —Asomé la cabeza lo justo y
necesario para ver a Naya retocándose el maquillaje—. ¡Si en cinco
minutos no estás lista, nos iremos sin ti y no pienso decirte si Will mira a
las chicas del bar!
Apenas tardó dos segundos en salir.
—Lista.
Mientras esta desaparecía por el pasillo, Jenna cerró la puerta y se guardó
las llaves en el bolsillo.
—¿Has pensado en ser profesor alguna vez? —me sugirió—. Tienes
mucha autoridad.
—Y mucha falta de vocación.
Y, por primera vez en mucho tiempo, no supe qué más decir.
Normalmente tenía temas de conversación de sobra, la gente incluso decía
que hablaba demasiado. Pero, en ese momento, me quedé en blanco.
Jenna me siguió escaleras abajo y nos encontramos a Chris, me miraba
como si me hubiera cargado a alguien.
—Han sido más de veinte segundos —señaló, enfadado.
—Vamos, Chrissy —protesté—, las visitas cortas están permitidas.
—Que no me llames Chrissy. Además, ¡en el momento en que oscurece
fuera, se considera horario nocturno! Y no debe haber visitas sin planificar
por la noche, Jennifer.
Oh, un nuevo objetivo de ataque. La aludida dio un pequeño brinco.
—Si solo han sido dos minutos.
—La ley es la ley y debe respetarse.
Estaba claro que no encontraríamos un punto en común, así que le abrí la
puerta a Jenna para que saliera de la residencia.
Tercera norma del sinvergüenza: de vez en cuando, finge ser un caballero.
—La ley es la ley y debe respetarse —lo imité entre dientes.
Pero solo con quien te interese, claro.
Para mi alivio, Jenna se rio.
—¿Qué tal? ¿Te ha gustado?
Mike, mi hermano mayor, esperaba impaciente una respuesta. Acababa
de bajar del escenario y, pese a que no había movido un solo músculo más
allá de los necesarios para chillarle al micrófono, parecía muy acalorado por
el esfuerzo.
Hasta ese momento no me había planteado que la primera impresión que Jenna tendría de mi familia sería en un bar apartado del mundo y con un
hermano sudoroso apoyado en nuestra mesa. De hecho, no me había
planteado que conociera a mi familia, en general.
Madre mía… Preferí no saber qué estaba pensando.
Ella estaba sentada a mi lado y me contemplaba, así que me obligué a no
ser un asco de persona y responder.
—Fascinante.
—Sí, ¿verdad? —Mike se mostró de acuerdo—. ¿Y a vosotros?
Los demás pusieron caras de incomodidad. La única que se atrevió a
responder fue la propia Jenna:
—Ha estado bi…
—¿Y tú quién eres?
Oh, no.
El tono de interés me puso en alerta, especialmente cuando vi que Mike
clavaba sus ojos hambrientos en la compañera de habitación de Naya.
Recuerdos desagradables acudieron a mí, y fui incapaz de decir nada.
—Creo que no te tenía fichada —soltó el muy imbécil.
—Normal, no soy una ficha.
Miré a Jenna, sorprendido y encantado a partes iguales. ¿Acababa de
acallar a mi hermano del modo más disimulado de la historia?
Cada vez me gusta más.
Mi sonrisa se vio interrumpida por el ruido de la silla que mi hermano
arrastró entre nosotros. Se dejó caer en ella con toda su alegría.
—Me llamo Mike —se presentó—. Soy el hermano de este idiota.
Supliqué que no me relacionara demasiado con él, porque, como
sospechara que nos parecíamos, pasaría de mí en cuanto saliéramos de ese
bar.
Jenna parecía perpleja.
—¿Sois hermanos?
—Desgraciadamente, sí —murmuré.