Me daba igual que me hubiera visto consumiendo. Me daba absolutamente
igual. ¿Su cara de decepción?, ni me acordaba de ella, no me importaba en
absoluto.
Ajá.
Solo me molestaba que me hubiera prestado dinero, quería dejarle bien
claro que no necesitaba su estúpida caridad, que yo solito me las apañaba a
la perfección.
¿Y no será que te sientes culpable por haberla engañado?
No era eso, en absoluto.
Ya que pasaríamos una temporada en la ciudad, Vivian había decidido
dejar el hotel y alojarse en un piso. Esa misma noche tenía la fiesta de
inauguración, a la que estaba invitado; pero ya habría tiempo para eso,
primero quería devolverle su estúpida limosna a Jen. Después ya iría a
divertirme.
Iba con las ideas muy claras, así que abrí la puerta del piso con toda la
confianza del mundo.
—Oye, Will —lo llamé al entrar al salón—. ¿Dónde está Jen? Tengo
que…
Me detuve de golpe. La aludida, sentadita en el sofá, me miraba con los
ojos muy abiertos; un chico no identificado estaba sentado a su lado.
Además, este le pasaba un brazo por encima de los hombros.
Vaya, vaya.
Tan solo me jodió que me oyera llamándola «Jen»; le estaba aplicando la
ley del hielo, que implicaba llamarla «Jennifer» en tono despectivo y
mirada indiferente, y lo último que quería era que se pensara que había
empezado a perdonarla.
Sí, eso fue lo único que me jodió.
¿Y lo del tipo ese que tenía pegadito a ella?, un dato insignificante.
Me daba completamente igual. Ni me había fijado.
Bueno…, vale, me jodió un poco. ¿Contentos?
Mucho, gracias.
Indignado, saqué la mano del bolsillo de la sudadera. Ahí se quedaba su
estúpido dinero. Que viniera a reclamarlo, si es que lo quería.
—Ah, hola —dijo Will, en un intento de romper el silencio incómodo
que nos engullía. Naya, Sue y la nueva parejita no decían nada—. Este es
Curtis, un amigo de Jenna.
Supe que lo había denominado «amigo» para calmarme, pero solo logró
que me pusiera más a la defensiva. ¿Qué me importaba a mí que fuera su
amigo o no? Por mí, como si tenía veinte más como ese, que además no me
llegaba ni a la suela del zapato. ¿Qué era?, seguro que nada importante. Yo
era director de cine, fíjate si sonaba bien. Seguro que con él se aburría, y
seguro que no la conocía tan bien como yo, que había…
Calma, vaquero.
Sí, calma. Tuve que recordarle a mi cara que se suponía que me daba
igual.
—Pues muy bien —musité con retintín.
Fui a buscar una cerveza y, aprovechando que el nuevo me estaba
mirando, la abrí usando el truco de Mike. Tras asegurarme de que lo había visto, me sentí más orgulloso de mí mismo.
¿A que él no podía hacer eso?, ¿eh?
Qué malote, seguro que esta noche llorará hasta quedarse dormido.
Podría haber tomado asiento en el otro sillón para mantener un poco de
paz, pero no me dio la gana. En su lugar, me senté al otro lado de Jen,
asegurándome de dejarla bien apretada e incómoda entre ambos.
Qué maduro todo.
De nuevo, estábamos rodeados de un incómodo silencio. Vi de soslayo
que Will le hacía señas a Naya, y ella se apresuró a intervenir:
—Nuestro querido amigo es director —le dijo a Curtis—. De hecho,
estrenará una película.
—¿En serio? —se interesó el pringao—. ¿Cuándo se estrena?
Cuando me diera la real gana, ¿por qué tenía que hablar de mí?
—Dentro de dos semanas —mascullé.
Jen —mierda, Jennifer, volvía a ser Jennifer porque me había enfadado—
me miró de reojo, pero no dijo nada.
—Se te ve muy ilusionado —comentó Sue.
Para dejar bien claro lo contento que estaba, pasé de responder y seguí
mirando la televisión.
—¿Vivian estará en la premier? —preguntó Will entonces.
Lo miré con el rabillo del ojo. Tenía puesta aquella sonrisita traviesa y,
aunque en ese momento quería hacerme el duro porque una nueva plaga
invasora había irrumpido en mi salón, se lo agradecí. Especialmente cuando
Jen se tensó de un modo muy evidente.
Así que los celitos no le gustaban, ¿eh? Pues a mí tampoco.
Que no es que estuviera celoso, ¿eh? No lo estaba en absoluto.
Claro.
—Obviamente —murmuré.
—Estoy deseando conocerla —saltó Naya con ilusión.
Y se caerían bien, estaba seguro. Vivian era de esas personas capaces de llevarse bien con todo el mundo, si le interesaba. Quizá le pondría pegas a
Jen —más que nada, por lo que le había contado sobre ella—, pero de los
demás no tendría tantas quejas.
Transcurrieron unos segundos terriblemente incómodos, y cuando miré
de soslayo al amiguito de Jen —Jennifer, joder, Jennifer—, él captó la
indirecta y se levantó.
—Tengo que irme —le dijo a ella—. Pero ya hablaremos, ¿eh?
¿De qué iban a hablar tanto? ¿Y por qué lo expresaba con tanta
confianza? Fruncí el ceño, enfurruñado, mientras ella lo acompañaba a la
puerta. Por lo menos, se marchaba, que ya era una pequeña victoria. Apenas
había abierto la boca dos veces y ya me caía como una patada en el culo.
Pero se demoraban mucho con la despedida de las narices. O al menos
esa fue mi impresión. Probablemente solo habían transcurrido treinta
segundos, pero no pude aguantar las ganas de ir a asomarme.
Solo quería ver si se besaban o algo así, ¡solo eso! ¡No tenía nada de
malo!
Pero no. Simplemente se abrazaron, y Jen —maldita sea, JENNIFER— se
despidió de él. Yo me apoyé con el hombro en el marco de la puerta, tan
casual como pude, y fue en esa postura como me encontró. Por algún
motivo, no pareció muy sorprendida.
—¿Querías decirme algo? —inquirió.
Desde su regreso, ya no me hablaba cariñosamente o con ese tono de
bromita que tanto me gustaba hacía un año, sino en un tono frío, casi de
indiferencia, que me ponía de los nervios. Mucho más que cualquier otra
cosa —buena o mala— que pudiera hacerme.
Ese día vestía unos pantalones verdes y un jersey color mostaza que me
recordó al que había arruinado el año anterior. También se había atado el
pelo y, además, llevaba un poco de maquillaje. Entrecerré los ojos. ¿Todo
eso, para el pringao? ¡A mí me recibía siempre en pijama!
Como no respondía, ella insistió: