Trillizas del jefe

Capítulo 9

Alejandro Gruñó.

—Bien. Entonces, ¿a qué hora tengo que llegar?

Sigue ella se va y lo deja con las mellizas

Alejandro llegó puntual a la mañana siguiente. Victoria se despedía rápidamente de las trillizas en la puerta.

—Recuerden que si se portan mal con Alejandro lo pagarán. ¿Entendido?

Las niñas asintieron en silencio, pero Alejandro se cruzó de brazos.

—Creo que ya saben que no soy un asistente paternal —dijo con la voz baja y seca—.

Las niñas lo miraron con una combinación de nervios y curiosidad. Se agruparon junto a Alejandro y lo siguieron a la cocina.

—¿Qué quieres comer para el desayuno? —preguntó Alejandro, pero se dio cuenta de que las niñas ya estaban descargando los ingredientes para las tostadas del refrigerador.

—Las tostadas serán perfectas —respondió Lucía con determinación.

Alejandro observó la actividad con una mirada impasible mientras Sofía sacaba la mermelada y Emma el queso y la mantequilla.

—No se apresuren, no quiero comer nada con vidrio o salsa en el desayuno —dijo él con un tono que era más bien una orden.

Victoria se retiró y las niñas continuaron, con un poco más de cuidado esta vez.

Mientras Sofía untaba mantequilla en la tostada y Emma espolvoreaba queso encima, Lucía se aburría.

—Podríamos jugar a princesas después del desayuno —sugirió Lucía.

Alejandro parecía horrorizado.

—Príncipe... ¿princesas? ¿Podemos jugar a algo menos romántico y con más hazañas?

Lucía no estaba dispuesta a ceder. Se acercó a Alejandro y le puso una corona de papel decorada con cuentas de plástico en la cabeza.

—¡Ahora eres nuestro Príncipe Alejandro! —anunció Lucía, su voz llena de complicidad.

Alejandro gruñó, pero se quedó quieto mientras Lucía le puso la corona. Las otras niñas se rieron.

Justo cuando Alejandro estaba poniendo una corona en su cabeza, la puerta se abrió y su esposa, Clara, apareció en el umbral. Parecía preocupada y sorprendida.

—Alejandro? ¿Qué estás haciendo? —dijo Clara con incredulidad.

Las niñas miraron a Clara y se acurrucaron junto a Alejandro como si fuera una especie de faro de protección.

Alejandro trató de apartarse de las niñas y se sacó la corona de la cabeza.

—Es lo que hacemos los hombres para ganarnos la vida, ¿no? —murmuró Alejandro a Clara en un tono suave, como si tratara de tranquilizarla.

Clara le dio un beso en los labios, lo que provocó una respuesta inmediata de las niñas, que comenzaron a protestar.

Sofía se puso en pie, con su pequeño mentón en alto, y dijo en voz alta:

—¡Usted no es tan bonita como mi mamá!

Alejandro y Clara se quedaron helados, mientras las otras niñas se unieron a Sofía.

—Sí, nuestra madre es la más bonita y su vestido es mucho más hermoso que el suyo —añadió Emma.

Clara trató de recuperar su compostura, y su tono de voz se volvió duro y hostil.

— ¿Es eso lo que creen? —preguntó Clara, mirando a las niñas con el ceño fruncido—. ¿Están seguros de que vuestra madre es tan buena para vosotras como yo lo sería?

Las niñas guardaron silencio, intuyendo que habían ido demasiado lejos.

Sigue Alejandro la saca afuera y le dic que no les conteste así. Clara se rie y le dice ¿acaso son tus hijas?

Alejandro agarró a Clara por el brazo y la sacó a la sala, fuera del alcance de las niñas. Le habló en voz baja y severa, pero Clara se rio ante su severidad.

—¿Son tus hijas? ¿Cómo puedes decirme qué hacer, cuando no eres tú quien hace todo por ellas?

Alejandro guardó silencio por unos momentos, considerando la respuesta de Clara.




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