Trono Imperial #1

02

Lorian observó a su padre tomar vino por tercera vez. Era de madrugada, y el reino de Versallia dormía, incluido el hijo mayor del rey, el príncipe Vaelan.

—¿Traicionarás al rey de Ravenholt? ¿Qué pasará con el pueblo, padre?

—Quiero que asesinen a toda la población. Mi reino debe expandirse, y Ravenholt es el territorio que necesitamos. Te harás cargo del ataque; Vaelan es demasiado bondadoso para llevar a cabo la masacre.

Lorian sonrió y se levantó de la mesa junto a Calian, su segundo al mando. Tomó los retratos de la familia que tenía prohibido matar.

—Te doy dos semanas para que no quede ningún aldeano con vida. Quiero la cabeza del rey y de sus hijos — la orden era clara y precisa. Aric Windrider se alejó después de dar la orden.

—El ejército está listo para marchar. Diez mil hombres, cada uno con su caballo —informó Fenris Haldor, padre de Calian.

—Fenris, ¿sabes por qué mi padre quiere que esa mujer permanezca con vida y a sus hijos también.

—Sí, príncipe. La familia ha servido al rey durante años —respondió Fenris.

Lorian arrugó los retratos y los arrojó a la chimenea. Sin creer del todo en las palabras de Fenris, montó su caballo y se dirigió hacia los soldados. En una semana, llegaría a Ravenholt. En pocos días, Ravenholt estaría bañada en sangre y en llamas.

Vaelan se despertó al escuchar el grito de gloria de los soldados. Se levantó y, por la ventana, vio las cientos de antorchas encendidas. Su primer impulso fue salir de su alcoba.

—No lo intentes —lo detuvo su madre, Isolda.

—¿Por qué?, miles de inocentes morirán, madre. No es justo para ellos.

Isolda estaba preocupada por la situación en la que se encontraba su único hijo, y ella también pensó que para nadie era justo.

—Ningún rey es justo, Vaelan —le espetó. Aunque ella deseaba que su hijo llegara a ser el próximo rey, no era el favorito de su esposo, lo que lo ponía en peligro.

—Nunca seré rey, porque no pienso como ellos —Vaelan se alejó de la ventana y se acercó a su madre.

—Eres demasiado bueno y correcto para este mundo lleno de maldad e injusticia.

—Si tomo un caballo, puedo llegar hasta Ravenholt y detener esta locura. Al menos para que el rey esté enterado de que mi padre lo traicionó.Su madre lo pensó y volvió a negar—. Calian y su padre llegarán en menos de una semana, o quizás más con el ejército que llevan. Estando solo, llegaré en dos días. Mi caballo es fuerte, el mejor del reino —y lo era. Su caballo tenía la resistencia de cinco.

—Ve, antes de que me arrepienta de esto, Vaelan. Cuídate —dijo su madre, besó la frente del joven y salió de la habitación. Vaelan tomó su capa y su espada, saltó desde la ventana y se sostuvo de las enredaderas. Cuando tocó el suelo, corrió hasta las caballerías, tomó su caballo y salió del reino sin ser visto.

Su caballo corrió lo más rápido que pudo por el bosque. Vaelan sintió algo detrás de él y miró hacia atrás. En la oscura noche, distinguió unas alas gigantes. Su caballo detuvo el paso y un grifo descendió desde las alturas. Vaelan nunca había visto una criatura como esa. Los maestros de Versallia los consideraban seres mágicos y poco comunes.

Su caballo se alzó en dos patas, e hizo que Vaelan cayera al suelo cubierto de nieve dura. El dolor fue soportable.

—¿Me comerás? —preguntó el príncipe. El grifo lo observó, lo juzgó en un instante. La criatura mágica escuchaba el latido de su corazón.

Los grifos entendían las lenguas humanas, las de los hechiceros y los Nirvarios; sin embargo, no podían comunicarse con esas especies. Vaelan se puso de pie, cuando su caballo se marchó hacía el reino de Versallia.

—Por tu culpa se fue. Mi padre matará a todo un reino, y ahora también es tu culpa —dijo temblando de rabia. Sentía que su pequeño acto de valentía se esfumó en poco tiempo.

—Existe una forma para que llegues a tu destino, muchacho —dijo un anciano canoso que apareció detrás del grifo. Las orejas eran puntiagudas y sus ojos blancos como la misma nieve. A simple vista parecía un ser ciego.

—¿Qué es usted?— a diferencia de Ravenholt, los habitantes de Versallia, tenían un poco más de información, de que no solo los humanos y hechiceros habitaban en el reino de los Vireth.

—¿Cómo voy a llegar? El ejército de mi padre avanza y estoy aquí detenido por culpa del grifo. Mi caballo regresará al castillo y mi madre pensará que me ha sucedido algo malo.

El anciano ignoró sus palabras y colocó una mano en el ala de la criatura.

—Utiliza el grifo para hacerlo. Lo que te tomará dos o tres días con el caballo, con el grifo estarás allí al amanecer.

Vaelan lo meditó; su padre ya debería saber que él no se encontraba en el castillo. Volar en el grifo era la mejor opción.

—Lo haré —dijo, mientras por el bosque se escuchaban pasos apresurados de caballos y las órdenes de algunos hombres.

—Vienen por ti. Haz que vuele hacia arriba. Que las nubes oculten tu recorrido, porque la oscuridad de la noche no será suficiente.

—¿Cómo te llamas? ¿Volveré a verte? —preguntó Vaelan mientras el grifo permitía que se subiera en su lomo y comenzaba a mover las alas para impulsarse y volar. El príncipe observó el bosque y no vio al hombre, que desapareció por completo.

El príncipe vió llegar a los soldados del reino que lo buscaban con desesperación.

—Se ha ido, tu hijo lo ha hecho. Cada vez me decepciona más —dijo el rey.

Un soldado abrió la puerta del salón del trono sin pedir autorización.

—El caballo regresó solo, majestad. No encontramos rastro del príncipe en ningún lugar del bosque.

Casi amanecía y la reina sintió escalofríos al pensar que su único hijo podría estar muerto en el bosque cubierto de nieve.

Aric imaginó a su hijo inerte al lado de un tronco.

—Tienes que buscarlo. Es nuestro hijo —Aric se levantó del trono y se acercó a su esposa.

—Si Vaelan muere esta noche, será el mejor día para mí. Es un traidor y es tu culpa que actúe así. Si tanto quieres a tu hijo, ve y búscalo tú.




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