Trono Imperial #1

06

Thelian detuvo su caballo y, de un salto, se desmontó.

—¿Dónde está Lyanna? —preguntó con voz firme. Trueno corría detrás de ellos.

—Se cayó del lomo de Trueno—respondió Thalia, mirando hacia atrás—. No sé dónde estamos, el camino ha cambiado.

—Lyanna no está aquí —Althea terminó de atar a Trueno a un árbol—. ¿Qué vamos a hacer, Thelian? Debemos buscarla.

—Morirá si no lo hacemos. Volvamos por donde vinimos —dijo Thelian mientras se subía nuevamente a su caballo.

—No irán a ningún lado. Ella desapareció cuando traté de atraparla. Incluso, ahora mismo podría estar muerta en algún lugar. La bestia la atacó —dijo Calian con frialdad.

Thalia, sin poder contenerse, lo miró con incredulidad—. Mientes.

—En el fondo sabes que no lo hago, al menos no esta vez. Ustedes tres serán prisioneros del rey de Versallia, y si ella está viva, tratará de encontrarlos —contestó Calian, con una sonrisa oscura en el rostro.

Thelian desenvainó su espada, pero Calian era más fuerte y ágil. Antes de que pudiera reaccionar, ya lo tenía acorralado.

—Yo no haría eso si fuera tú —dijo Calian con voz calmada, moviéndose tan rápido que Thelian apenas pudo seguirlo con la vista—. Si haces un solo movimiento, ambas morirán.

Thelian suspiró, derrotado, y dejó caer la espada en la nieve, su hoja hundiéndose lentamente en el frío manto blanco.

Frente al rey se encontraba Calian, el hijo de su mejor hechicero, quien nunca antes había fallado. Pero ese día, por primera vez en años, lo hizo.

—Tu padre nunca me ha fallado —dijo el rey, poniéndose de pie y avanzando hacia él—. Dime, ¿qué sucedió para que esa niña escapara antes de que la trajeras aquí?.

—No la encontré en el bosque de nieve. Desapareció junto con un monstruo que la atacaba —respondió el joven. Era cierto, Calian había tenido a Lyanna en la mira, pero luego, ella simplemente no estaba.

—Vete de aquí. Cuando tu padre regrese, quiero verlo de inmediato en la sala del trono

El joven se retiró en silencio, desapareciendo tras la puerta. Poco después, entraron en el salón el hijo mayor del rey y su esposa.

—¿No fuiste muy duro con él? Siempre ha cumplido su tarea de manera excelente —dijo la reina.

—No puedo permitirme que mis mejores hombres fallen. Soy el rey, y mi reino será el mejor. Además, esa niña sigue suelta.

—Pero, ¿quién es ella? ¿Por qué te pones de mal humor cada vez que la mencionan?

—Esa mocosa guarda un gran poder en su interior. Es una amenaza para Versallia.

—¿Quieres utilizar ese poder para proteger a Versallia?.

—Te equivocas. No quiero proteger, quiero destruir los demás reinos. Ese poder será mío.

—Pero si le quitas su poder, ella morirá.

—Así será —admitió el rey, sin emoción alguna.

Su esposa lo observó en silencio. Esperaba esa respuesta. Sabía que nadie llegaba al poder con las manos limpias.

—¡Soldados! —llamó el rey, y dos guardias se acercaron. Sabían lo que debían hacer.

Uno de ellos sujetó a Vaelan, inmovilizándolo, mientras el otro le entregaba la espada al rey. La reina, al ver lo que se avecinaba, intentó huir, pero era demasiado tarde. El rey solo estuvo con ella para tener un heredero, pero su hijo había heredado su bondad, no su fiereza.

—Mi amante favorita me dio un hijo digno de mi temperamento. Ya no los necesito a ninguno de los dos —sentenció Aric, con frialdad.

Isolde corrió, dejando atrás a su hijo, pero el rey arrojó su espada con precisión a su espalda. Isolde cayó de rodillas. Debería haberla eliminado mucho antes, pensó. Ahora su hijo, quien merecía una educación adecuada, no sería visto como un bastardo.

—Llévenselo. Enciérrenlo en un lugar donde no vuelva a ver la luz del sol —ordenó.

Vaelan sintió un escalofrío en las manos. Sabía que su madre moriría, pero no esperaba verla perecer así. Sin embargo, el rey solo bebió de su copa de vino con indiferencia.

—El hechicero que enviamos a Ravenholt ya está aquí, majestad —anunció un soldado.

El rey sonrió y le indicó que lo dejaran pasar. El hechicero, Fenris, entró y apenas miró el cuerpo de Isolde mientras se dirigía al rey.

—Sé que mi hijo falló en la misión. No lo culpo; el bosque de nieve es extraño incluso para los hechiceros.

Aric entendía esa parte, pues había experimentado de primera mano lo que el bosque podía hacer a los hechiceros.

—¿Cuántos años crees que tenga la niña? —cambió de tema, evitando los recuerdos dolorosos.

—Le calculo unos dieciséis o diecisiete, majestad. Pero no utilizará ese poder. Los hechiceros tardamos décadas en controlar nuestra magia. Ella es débil, y antes de aprender a dominarlo, el poder la consumirá.

—Y quiero ese poder para mí, hechicero. Tráeme a esa niña antes de que lo controle o que el poder la destruya.

—Puedo rastrearla sin problema. Todavía es solo una humana sin control. Buscaré a la bruja que la ayudó. Además, varios hombres de Etherion llegaron a Ravenholt... y todos están muertos.

—Perfecto —murmuró el rey, complacido. Etherion ahora era más pequeño y vulnerable que Versallia.

—Sin embargo, vi algo que me dejó desconcertado —continuó el hechicero, con un toque de preocupación en la voz—. Algo que no pude identificar.

—¿Qué viste, Fenris? —preguntó el rey, intrigado.

—Algo de gran tamaño destruyó una montaña cerca del bosque de hielo.

—Cualquier temblor podría haber hecho eso.

—No, majestad. La montaña estaba quemada, y parece que lleva así más de un año.

—Algún hechicero pudo haber sido responsable —replicó el rey con desdén—. Investiga quién quemó ese lugar. Cualquiera con semejante poder podría destruir un pueblo en cuestión de segundos.

—Los hechiceros no podemos crear fuego, solo manipularlo —aclaró Fenris.

—Vete e investiga —ordenó el rey.

Había resuelto un problema, solo para descubrir otro. Una amenaza desconocida se cernía sobre ellos, y pronto, volvería de las cenizas.




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