Ravenholt , un reino árido donde el agua era un lujo, la nieve un mito. El rey observaba desde su balcón cómo los aldeanos se reunían, ansiosos por escuchar su discurso anual
Lyanna miraba con fascinación a los soldados del reino. En su corazón, soñaba con empuñar una espada y galopar en un caballo, no con bordar telas bajo la atenta mirada de las damas cortesanas.
—Compórtate, Lyanna. No quiero volver temprano a casa —advirtió su hermana mayor, Thalia, con un tono severo. Lyanna, por primera vez, decidió hacerle caso. Ella tampoco deseaba encerrarse tan pronto.
Un adolescente chocó con ella en la multitud, y antes de que pudiera reaccionar, Lyanna intentó golpearlo. Sin embargo, Thalia colocó una mano en el hombro, deteniéndola.
—Es el hijo menor del rey. Si le haces daño, nos ejecutarán frente a todo el pueblo. Por favor Lyanna, prométeme que te comportarás.
—Lo prometo. No haré nada... por ahora—murmuró Lyanna, lo último en voz baja para que Thalia no lo oyera.
La multitud comenzó a corear el apellido del rey cuando este salió al balcón.
—¡Rey Faylen, Rey Faylen!
Pero Lyanna no tenía interés en el discurso ni en las promesas vacías del monarca. Desapareció entre la multitud, alejándose sin que Thalia notara su ausencia. Mientras el silencio caía sobre el pueblo cuando el rey comenzó a hablar, Lyanna escuchó algo que captó su atención: el sonido de dos espadas chocando en combate. Se acercó sigilosamente, y observó cómo un hombre alto entrenaba a un chico de su edad. Reconoció al entrenador de inmediato: era Kaltor, el maestro de su hermano Kael y amigo de su padre.
A lo lejos, vio a dos adolescentes equilibrándose en un objeto de madera que se movía lento. Uno de ellos cayó desde una altura de dos metros.
—Casi lo logras, vuelve a subir. No dejes que la caída te detenga muchacho—gritó Kaltor con autoridad. El entrenador era estricto, asumió Lyanna al ver cómo no dejaba descansar a sus pupilos.
Mientras tomaba un descanso para beber agua, Kaltor se percató de la presencia de Lyanna. Su expresión endurecida se suavizó al reconocerla: la hija pequeña de su viejo amigo Soren.
—¿Te has perdido? —preguntó, con un tono burlón—. El salón de baile no está por aquí.
Lyanna retrocedió y se ocultó detrás de la pared. Volvió a dar un paso hacia adelante y Kaltor ya se encontraba en frente de ella, lo que hizo que cayera sentada en el suelo.—¿Te perdiste? —Lyanna negó. —¿Tu padre sabe que estás aquí? —Lyanna volvió a negar. —¿Entonces, ¿qué pretendes hacer aquí?.
—Quiero intentarlo. Kael me ha enseñado a usar una espada. A veces entreno con él, aunque siempre pierdo. Bueno, excepto una vez...
—¿Derrotar a tu hermano? ¿Es una broma?
—No lo es —replicó, ofendida.
Kaltor arqueó una ceja y, tras una pausa, dijo:
—Está bien. Puedes intentarlo— Lyanna no se movió. Su corazón dio un brinco. Había captado la atención del entrenador más respetado de Ravenholt. Kaltor se alejó por un momento y regresó con una espada, la más delgada de su arsenal.
—Pelea con uno de mis chicos —ordenó, y llamó a un adolescente, Lyanna se sintió más segura al no tener que hacerlo con el maestro—. Karn, ven aquí.
Karn dejó de entrenar para responder al llamado del maestro.
Lyanna sostuvo la espada que Kaltor le entregó, pero casi de inmediato la dejó caer.
—No con espadas reales. Usaremos madera —dijo Kaltor, sonriendo levemente. Karn, quien lo notó, también esbozó una sonrisa, aunque Lyanna no lo vio.
Karn trajo las espadas de madera. Los demás muchachos dejaron de entrenar, curiosos por ver cómo una chica se defendía en el campo de entrenamiento.
Lyanna temía que su hermana interrumpiera la muestra y lo peor de eso es que se lo diría a su padre y castigarán a Lyanna por ello.
—Bien, toma esta que es más liviana —Karn se la entregó, ella se sintió feliz porque ninguno de los chicos a su alrededor la menospreciaban por ser mujer.
El combate comenzó. Karn, con una sonrisa confiada, atacó primero, y su espada de madera golpeó el brazo de Lyanna. El dolor fue inesperado, pero Karn no se detuvo. Kaltor no intervenía, permitía que el joven continuara. Lyanna intentaba defenderse, pero no tenía la experiencia ni la fuerza para contrarrestar los golpes de Karn. Su cuerpo pronto se llenó de marcas: En los brazos, piernas, espalda. Ninguna parte de su cuerpo quedó sin moretones.
Kaltor alzó la mano. Lyanna se defendía lo mejor que podía, sin tener éxito alguno.
—Basta —dijo con autoridad. La espada de Lyanna se detuvo a centímetros de la cabeza de Karn. Por un segundo, ella había estado a punto de golpearlo.
—¡Eso no es justo! Estuve a punto de darle —gritó Lyanna, frustrada, sin importarle las miradas de los presentes. Recibía miradas reprobatorias por parte de la servidumbre del castillo.
—Karn no ha recibido un solo golpe de ti —respondió Kaltor—. Mientras que tú... bueno, ya ves los resultados.
Lyanna dejó caer su espada de madera al suelo y dio media vuelta para irse. Sentía que todos sus esfuerzos habían sido en vano. Sin embargo, la voz de Kaltor la detuvo.
—¿Te retiras al primer fracaso?
Lyanna se giró, Kaltor la observaba con una mezcla de interés y desafío.
—Karn ha entrenado desde que cumplió diez años. Ahora tiene diecisiete. Es natural que...
—¿Puedo volver mañana? —interrumpió Lyanna, con la esperanza de que el maestro la aceptara como su pupila.
Kaltor la miró con el ceño fruncido. Una duda invadía su mente.
—¿Cómo evitarás que tu padre lo descubra?
—Diré que estoy en clases de danza. Nadie sospechará. Su hermana no dirá nada.
Kaltor esbozó una sonrisa apenas perceptible.
—Entonces vuelve. Mañana temprano.
Lyanna sonrió por dentro, sabiendo que finalmente había dado el primer paso hacia su sueño.
Cuando regresó junto a su hermana, Thalia no se percató de su breve ausencia.
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Editado: 14.11.2024