El rey de Versallia observaba con cautela cómo los sirvientes de Ravenholt llenaba su copa con vino. Sus dedos rozaron el borde del cristal, pero decidió no beber. Había algo en el aire que lo hacía desconfiar.
—Somos aliados, rey Aric —dijo el rey Aegnor, su voz suave hacía dudar al monarca—. No necesitas preocuparte. Si quisiera deshacerme de ti, lo haría de frente, no con veneno.
La puerta de la sala se abrió de manera brusca y Soren entró. La tensión se disipó por un momento, solo para ser reemplazada por un aire de incómoda formalidad.
—Buenas noches —saludó Soren mientras se sentaba al lado de Bran, el príncipe de Ravenholt y prometido de Lyanna. El monarca Aegnor bebió de su copa, sus ojos observaba a todos en la habitación.
—Dime, ¿tu hija ya conoce la fecha de la boda? —preguntó Aegnor de repente, su mirada fija en Soren.
La pregunta golpeó como una hoja de una espada. Soren se tensó en su asiento. Desde la feroz discusión que tuvo con Lyanna, las dudas sobre el matrimonio lo tenían con duda. ¿Era éste realmente el destino que deseaba para su hija?. Definitivamente no.
—No... Mi hija es... terca. No desea casarse con tu hijo —admitió Soren, sintiendo como con cada palabra traicionaba la voluntad de su hija menor.
Aegnor sonrió con malicia.
—¿Terca? —se burló—. Mi hijo sabrá cómo controlarla. Por cierto, nunca has mencionado su nombre. Tengo entendido que tienes dos hijas.
Soren tragó con dificultad. Bran, su futuro yerno, tampoco sabía el nombre de su prometida. Tampoco le era importante. Había escuchado hablar de la belleza de Lyanna, con esa descripción le era más que suficiente.
—Lyanna —dijo—. Lyanna es la prometida de tu hijo. Thalia es mi otra hija.
El rey de Versallia, ajeno a la creciente tensión, cortó un trozo de carne de jabalí y se lo llevó a la boca. Saboreó la carne y luego tragó.
—Dejemos estos asuntos triviales. Hoy he visto algo que no veía desde hace décadas... un grifo.
Soren, y Aegnor intercambiaron miradas sorprendidas. Nunca habían visto uno de esos seres míticos. Bran nunca escuchó hablar sobre los grifos.
—¿Qué significa su aparición? —preguntó Soren.
Aegnor, que hasta ese momento había mantenido una fachada tranquila, se inclinó hacia adelante. Su expresión se oscureció.
—Destrucción y muerte —murmuró con burla el rey de Versallia. Soren se levantó de la silla y tomó su espada.
El silencio se apoderó de la sala, pero fue roto cuando Aegnor comenzó a toser de manera violenta. La sangre salpicó su elegante vestimenta. Todos se quedaron helados al ver cómo el rey de Ravenholt se desplomaba, escupiendo sangre.
—¿Qué... me has... hecho? —balbuceó antes de desplomarse sobre la mesa, su vida escapó de su cuerpo. La sangre salía de su nariz y oídos.
El rey de Versallia se levantó de golpe, su rostro frío y satisfecho. Soren, alarmado, desenfundó su espada por completo, pero Bran ya tenía la suya en su cuello.
—Quieto —susurró el príncipe con voz letal—. Si te mueves, vas a morir como lo hizo mi padre.
—¡Mátalo! —rugió Aric, su autoridad no afectaba al príncipe Bran.
Bran apretó los dientes. No quería matar a Soren. No después de todo lo que había sucedido con su padre.
—Dijiste que solo mi padre moriría esta noche —murmuró Bran, con su mirada clavada en Aric—. No tengo intención de matar a nadie más. Ya conseguí lo que quería.
Aric lo observó con desprecio. El monarca acercó una espada de acero al cuello del joven príncipe.
—Eres un estúpido si crees que dejaré vivos a quienes podrían volverse en mi contra. Tú mismo traicionaste a tu padre. ¿Qué te hace pensar que te confiaré mi reino?.
Soren, vió la oportunidad, empujó la espada de Bran con un rápido movimiento. El sonido del acero chocando resonó en la sala como un trueno.
—Mi hija no será tuya —gruñó Soren antes de clavar su espada en el abdomen de Bran. El joven príncipe cayó hacia atrás, sus manos se mancharon de sangre al presionar la herida.
—Prefiero morir antes que ver a mi hija en manos de alguien como tú.
Bran cayó de rodillas, su rostro palideció mientras el dolor y la pérdida de sangre lo debilitaban.
—Me la prometiste, y Lyanna será mía —dijo con la entrecortada y llena de sangre.
—Eso fue antes de descubrir que eras un traidor —respondió con frialdad Soren.
Kaltor apareció detrás del rey de Versallia. Aric sabía que su hijo, Lorian, estaba en la frontera de ambos reinos. Su presencia en Ravenholt ya no era necesaria, y además, su cuerpo comenzaba a debilitarse.
Con un movimiento rápido, Kaltor corrió hacia el rey. El monarca, ajeno a la presencia del maestro, no tuvo oportunidad de reaccionar. En un segundo, la cabeza del rey de Versallia rodó por el suelo.
—¿Qué hemos hecho? ¡Es traición! Traición contra la corona —murmuró Soren, estupefacto. La situación había cambiado en cuestión de minutos.
Sin embargo, lo que más llamó la atención de los presentes fue que, a pesar de la brutal decapitación, ni la espada ni el suelo se mancharon de sangre. El cuerpo del monarca se volvió cenizas en cuestión de segundos.
Soren, confundido, golpeó la ceniza con su espada.
—El rey no está muerto, Soren… —dijo Kaltor con voz tensa—. Traicionó a los nuestros, y esto está prohibido. Es magia oscura… una magia maligna. La ciudad creerá que maté al rey de Versallia. Si me quedo aquí, me ejecutarán en público. He hecho mucho por tu familia, aunque nunca quisiste que lo hiciera. Pero ahora tu familia está en peligro, y ninguno de ellos sabe cómo defenderse. Kael se ha ido, y huir es nuestra única opción.
La urgencia de la situación era clara. Ambas familias debían escapar. Soren, con la espada aún en la mano, tomó una decisión rápida y desesperada. Sin vacilar, la clavó en el corazón del príncipe.
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Editado: 14.11.2024