Trono Imperial

07

Rhydian caminaba por los pasillos oscuros del reino de Versallia, sintiendo cómo la soledad de la noche lo envolvía. Con la muerte de Acrius, podía moverse sin ser descubierto, una libertad que no había tenido en mucho tiempo.

Sus pasos se detuvieron. El familiar y dulce aroma de Arwen llenó el escaso aire del pasillo, despertando en él recuerdos que pensaba enterrados. Su corazón, que normalmente latía con calma, se aceleró, palpitando con la intensidad de un adolescente enamorado. Nunca estaba preparado para la llegada de Arwen, su presencia siempre lo tomaba por sorpresa, como si su ser completo respondiera solo a ella.

—No deberías estar aquí —Espetó Rhydian con voz fría, sin detener su paso ni girar para mirar hacia atrás.

—Alathriel es un caos. ¿Por qué no regresas? Los de la corte... —Arwen intentó, pero su voz fue cortada.

—No me interesa saber nada sobre el consejo de la corte —interrumpió Rhydian con dureza—. Deberías regresar. Aquí no hay nada para ti.

El silencio que siguió fue pesado. Rhydian continuó caminando, pero su corazón palpitaba con fuerza, luchando por no girar y enfrentarse a esos ojos que siempre lo desarmaban.

Arwen se mordió el labio inferior, luchando por contener su frustración, pero no pudo más. Decidida, se teletransportó frente a Rhydian, obligándolo a detenerse.

—¿Por qué? ¿Por qué te comportas así? —Su voz temblaba de rabia contenida, sus ojos ardían con de furia y desespero—. Te necesitamos. Tus hermanos necesitan a su hermano mayor. No puedo sola, no puedo mantener el equilibrio en Alathriel.

Rhydian permaneció en silencio, pero su mirada se encontró con la de Arwen. Las puntas de sus orejas estaban rojas. Aunque Rhydian intentaba mantenerse firme, cada palabra de Arwen perforaba la coraza que se había construido durante décadas.

—Arwen... —comenzó, pero no pudo terminar.

—No, estoy harta de esto —interrumpió Arwen con la voz quebrada.

—No puedo regresar, no ahora —respondió Rhydian con la misma intensidad—. Es mejor que regreses —dijo Rhydian decidido, sin girarse para mirar a Arwen. Se dio la vuelta y siguió su camino, dejándola sola en el pasillo oscuro.

—No volveré nunca más a este lugar. Lucharé por Alathriel. Y no te necesitaré.

Rhydian, aún en el pasillo, sintió que las cosas nunca volverían a ser como antes. Nunca le había revelado a Arwen que era su compañera, una verdad que había guardado para él. Ahora, más que nunca, no podía permitir que ella supiera. La revelación de ese secreto sería demasiado complicada y dolorosa, y ahora parecía más claro que nunca que debía mantenerlo oculto.

Rhydian se mantuvo sereno cuando encontró a Fenris y a su hijo, Calian. Con este último, la relación siempre había sido tensa, casi inexistente. No era que le importara demasiado el hechicero, pero el resentimiento mutuo era evidente.

—Tienes muchas libertades para ser un extranjero —murmuró Calian, su voz aún cargada de frustración por haber perdido de vista a Lyanna.

—Tú también eres un extranjero —respondió Rhydian con frialdad, sus palabras cortantes y directas. La luz de la antorcha parpadeaba, haciendo brillar su cabello blanco como la nieve bajo el tenue resplandor.

—Basta —interrumpió Fenris antes de que la tensión aumentara—. El rey, antes de marcharse, dejó instrucciones claras. Pronto el rey Lorian te dirá de qué se trata.

Rhydian asintió brevemente, sin molestarse en prolongar la conversación. Sabía que las verdaderas razones detrás de esos "instrucciones" le serían reveladas, pero, por ahora, no podía hacer más que esperar.

—Por ahora, debes conocer a tres chicos —continuó Fenris, su tono grave—. Son de Ravenholt. Necesito que los mantengas a raya. Aún no saben lo que el rey hizo a su propio rey y a su pueblo.

Rhydian frunció el ceño por el desagrado

—Espero que puedas controlar las emociones de los tres cuando sepan la verdad —añadió Fenris, su mirada fija en Rhydian, como si evaluara si era capaz de manejar lo que vendría.

Rhydian no respondió de inmediato. Sabía que no sería fácil. Los jóvenes de Ravenholt, llenos de rabia y dolor, podían volverse impredecibles al descubrir lo que les habían hecho. Mantenerlos bajo control requeriría más que palabras.

Rhydian se marchó, dejando a Fenris y a Calian detrás sin una palabra más. Mientras caminaba por los pasillos oscuros, su mente se sumía en un caos imparable. Los pensamientos lo invadían, y por mucho que intentara concentrarse en lo que le había encomendado Fenris, una sola persona ocupaba su mente: Arwen.

Ella era la culpable de la tormenta interna que lo consumía. Su presencia, sus palabras, y el hecho de que nunca le había confesado lo que ella realmente significaba para él. Cada paso que daba lo alejaba físicamente, pero mentalmente, no podía escapar de la sensación que Arwen había dejado en su corazón.

La mente de Rhydian dejó de divagar cuando sus ojos captaron la imagen de tres hombres en el jardín del castillo. A simple vista, parecían abatidos.

—Necesito que los tres trabajen contigo —dijo el rey Lorian, acercándose al Vireth después de percatarse de su presencia.

—¿Por qué? —Sus manos se cerraron en puños.

Lorian lo miró fijamente antes de responder:

—Ya sabes lo que hizo mi padre. Ravenholt ya no existe; ahora es solo una extensión más de Versallia.

El silencio que siguió fue espeso, pero Lorian continuó hablando.

—Y mi hermano es un prófugo.

—Quizás esté muerto en algún lugar —respondió Rhydian con precaución.

Lorian negó con la cabeza, su voz ahora más tensa.

—No lo está. Lo vieron dirigiéndose hacia Etherion, buscando refugio con el enemigo.

—¿Qué es lo que tengo que hacer? —preguntó Rhydian con impaciencia, sus ojos clavados en Lorian, intentando entender el propósito de todo aquello.

—Por ahora, entrenarlos —respondió Lorian con una calma que no coincidía con la tensión que mostraba su cuerpo.




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