Trono Imperial

08

Lyanna despertó en la oscuridad. Aunque la habitación estaba en penumbras, dos velas encendidas en un rincón lanzaban destellos sobre las paredes. Se encontraba envuelta en una manta de lana que mantenía su cuerpo cálido, y esa sensación de calor la reconfortaba.

¿Alguien la había ayudado?

Intentó incorporarse, pero un gemido de dolor escapó de sus labios al recordar lo que había pasado. Su cuerpo estaba adolorido, maltratado por esa bestia que aún seguía viva.

—¿Estás despierta? —preguntó una voz suave y dulce como la miel.

—Sí, estoy despierta —respondió, dirigiendo la vista hacia el lugar de donde provenía.

—Me alegra mucho que estés mejor. Mi padre temía que no sobrevivieras.

La adolecente encendió el resto de las velas, revelando su rostro.

—¿Quién eres? —preguntó Lyanna, intrigada.

—Me llamo Maelis. ¿Puedo acercarme para ver cómo están tus heridas?

Lyanna asintió, sintiéndose agradecida. Ella la había cuidado, y parecía dispuesta a seguir haciéndolo.

—Soy Lyanna. Gracias por ayudarme.

—No me agradezcas a mí. Fue mi padre quien te encontró en el río; estuviste a punto de caer por una cascada. ¿Qué te atacó, Lyanna? ¿Cómo acabaste así?

—Estaba en el bosque de nieve con mi familia. Una bestia nos seguía... Caí del caballo, y esa cosa me atacó —su voz se quebró al recordar el terror.

—¿Y tu familia? —preguntó Maelis, con curiosidad.

—No lo sé. Tal vez... tal vez me abandonaron —respondió con amargura.

—El bosque de nieve está encantado. Es posible que, al caer, la bestia y tú se hayan movido a otro lado del bosque, y tu familia no lograra encontrarte.

La voz de un hombre interrumpió la conversación. Su tono era firme, pero no brusco.

—¿Es eso posible? —preguntó Lyanna, buscando esperanza.

—Lo es —afirmó el hombre—. Por eso está prohibido adentrarse en ese bosque. Tu familia nunca debió cruzar por allí.

—¿Entonces es posible que no me abandonaran? —preguntó Lyanna con cautela, temerosa de la respuesta.

—O pueden estar muertos —dijo Maelis sin rodeos, ganándose una mirada de desaprobación de su padre.

—Cualquier posibilidad es válida —continuó el hombre—. Pueden haberte dejado para salvarse, o puede que simplemente no lograran encontrarte. Hasta que no los veas, no tendrás certezas.

Maelis retiró con cuidado las mantas, y Lyanna sintió el frío invadir su piel. ¿Por qué hacía tanto frío?

—La herida ha comenzado a cicatrizar bien. Eso es buena señal —dijo Maelis con una sonrisa tranquilizadora—. Voy a traerte algo de comida.

Mientras Maelis salía de la habitación, el hombre permaneció en la puerta, observándola.

—Tuviste suerte. Si no hubiera visto tu cuerpo flotando en el río, ahora estarías muerta. Te escuché gemir al chocar contra una piedra, y supe que aún estabas viva.

—Gracias por salvarme.

—Habría hecho lo mismo por cualquiera —respondió sin emoción, marchándose poco después.

Maelis volvió con un cuenco en las manos y ayudó a Lyanna a sentarse. El aroma de la comida llenó la habitación.

—Aquí tienes —dijo, entregándole el cuenco, repleto de carne y verduras—. ¿Te gusta?

—Sí, no recordaba la última vez que comí algo. Gracias. —Lyanna comenzó a comer con cuidado—. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que tu padre me encontró?

—No estoy segura, tal vez unosbdoez días. No soy buena contando el tiempo, eso es cosa de mi padre. ¿Te gustaría que abriera la ventana?

—¿Es de día?

—Sí, es por la mañana.

Maelis abrió la ventana y la brisa fresca apagó las velas, ya innecesarias. Lyanna miró el bosque cubierto de una escasa capa de nieve y sintió un escalofrío recorrer su espalda.

—Quisiera caminar un poco, si mi herida me lo permite.

—Puedes hacerlo. Tu herida ha mejorado mucho, dormir tanto te ha ayudado bastante.

Tras terminar su comida, Lyanna se abrigó bien antes de salir de la habitación. La cabaña era pequeña, acogedora, y parecía estar aislada. Apenas se escuchaba el crujir de la nieve bajo sus pies.

—¿Por qué vivir aquí, tan lejos de la civilización? —preguntó Lyanna, curiosa.

—Los hechiceros asesinaron a la gente de mi pueblo. Solo mi padre y yo sobrevivimos. Desde entonces hemos vivido aquí, alimentándonos de lo que nos da el bosque.

—Lo siento mucho —dijo Lyanna con sinceridad.

—Es algo a lo que ya me he acostumbrado —respondió Maelis, encogiéndose de hombros como si lo que ocurrió ya no la afectara.

Ambas caminaron fuera de la casa. El bosque estaba cubierto de nieve, y los ciervos se alejaban a su paso, mientras otros animales más pequeños se acercaban curiosos.

—¿Dónde estamos exactamente, Maelis? —preguntó Lyanna, observando el paisaje con interés.

—Estamos en la frontera entre Versallia y Etherion.

— Mi hermano está ahí. Tengo que ir con él —dijo Lyanna, la urgencia llenando su voz.

—Ahora no puedes viajar, Lyanna. No en tu estado —respondió Maelis, observándola con preocupación—. ¿De dónde eres?

—De Ravenholt —murmuró Lyanna, su mirada cayendo al suelo.

Maelis se quedó en silencio por un momento.

—Oh, lo lamento mucho... —sus ojos se llenaron de tristeza—. La historia se repitió.

Lyanna levantó la mirada, confundida.

—¿Qué quieres decir?

—El rey de Versallia fue quien atacó a mi pueblo—respondió Maelis en voz baja—. Fue él quien inició todo esto.

Las palabras resonaron como un golpe, helándole la sangre. El rey de Versallia... ¿el responsable? ¿Cómo era posible que ese hombre asesinara a tantas personas sin composición.

—No... eso no puede ser —murmuró, negando con la cabeza—. Mi hermano está ahí, él... él tiene que estar bien.

—Tienes que sanar primero, y entonces... entonces podrás buscar.

Lyanna bajó la mirada.

—Me siento tan inútil… —susurró, apretando los puños.

Maelis, se acercó con suavidad y le puso una mano en el hombro.

—No deberías castigarte de esa manera —dijo con voz cálida—. Has pasado por mucho, y aún estás viva. Eso ya es una victoria.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.