Lyanna se despertó sobresaltada por las voces ásperas de los hombres que resonaban a través de la madera desgastada. Los débiles rayos del sol del amanecer se colaban por los agujeros del techo. Se levantó con pesadez, aunque su cuerpo estaba sano, aún seguía débil por la falta de alimentos.
Al salir de la habitación el bullicio se apagó al instante, Leoric, Finnian y Vaelan la miraron con curiosidad y sorpresa. Las cicatrices en su rostro ya no estaban.
—¿Qué ocurre?—preguntó en voz baja, su garganta dolía. Su cuerpo estaba en alerta, una sensación de peligro recorrió su ser.
—Parte del bosque ardió anoche—respondió Leoric, el padre de Maelis. Su tono era bajo, como si algo lo intimidaba—. Es extraño, hay nieve por todas partes, es imposible que algo así suceda sin que lo notáramos antes.
—Pero sucedió— replicó Lyanna con un nudo en el estómago. Todos sentían lo mismo, sabían que algo no estaba bien y que los involucraba a ellos.
Leoric asintió y se giró hacia la puerta delantera, aquella por la que Lyanna había salido la noche anterior. Su instinto le gritaba que siguiera a Leoric, y lo hizo. Los demás permanecieron inmóviles dentro de la cabaña. Cuando salieron lo que vio Lyanna le robó el aliento. Los árboles con más de veinte metros de altura ahora eran un montón de carbón bajo sus pies. Los demás salieron y se reunieron alrededor de los árboles calcinados. El escenario era devastador delante de sus ojos.
—Mañana partiré a Versallia— avisó Lyanna rompiendo el silencio. Sabía que su tiempo en ese lugar no debía prolongarse más. Su cuerpo ya estaba curado, para partir. Leoric y Maelis asintieron, en poco tiempo Maelis la había tratado como a la hermana que perdió.
—Te prepararé provisiones para el viaje— añadió Maelis con pesar en su corazón. En tan poco tiempo le había tomado cariño a Lyanna. Dentro de la casa, Maelis comenzó a buscar una alforja, sacando ropas abrigadas. Lyanna la observaba en silencio—. ¿Cómo fue que tus heridas sanaron, no hay ningún rastro de las cicatrices en tu rostro?. ¿Sucedió algo de lo que no quieres hablar?—. Unos murmullos provenientes de afuera interrumpieron la conversación.
—¿Qué sucede?— preguntó Lyanna, su corazón empezó a latir con más fuerza al ver como la piel de Maelis se tornó pálida. Lyanna siguió el ruido con la vista, al acercarse a la ventana vió a Finnian, Thessalya y a Leoric rodeados por cinco hombres con el emblema del reino de Versallia en sus escudos. Lyanna sintió como el peligro se cernía sobre ellos.
—Ellos… Ellos masacraron a mi pueblo, y ahora han vuelto por nosotros— susurró Maelis, sus manos estaban inquietas mientras tomaba una pequeña espada.
—¿Sabes luchar?— preguntó Lyanna, sus ojos seguían fijo en los soldados de Versallia.
—Si, mi padre me enseñó cuando era pequeña. Los voy a entretener y tú le vas a entregar una espada a mi padre— Lyanna tomó varias espadas, se dirigió con pasos sigilosos por delante de la cabaña. Maelis salió por otro lado, uno de los hombres entró en la cabaña, viendo que había comida encima de la una mesa. Lyanna fijó que el único que no estaba en el lugar era Vaelan. Los soldados comenzaron a interrogar a Leoric y a Finnian. El terror de apoderó de Lyanna cuando uno de ellos tomó brutalmente a Thessalya por el cabello, haciéndola caer de rodillas en la nieve. Una rama crujió detrás de ella, Vaelan se acercó con sigilo.
—Guarda silencio— dijo Vaelan colocando un dedo en los labios de Lyanna. Ella podía escuchar el latir desenfrenado de su corazón.
—Tenemos que ayudar, ellos… No quiero que le suceda nada.
—Voy a ir, quédate escondida.
—No. No me voy a quedar aquí, ellos— Lyanna se detuvo en seco, cuando vio al grifo volar por encima de su cabeza, su corazón volvió a latir de manera desenfrenada. Algunas de sus plumas suaves rozaron su mejilla.
El grifo emitió un fuerte rugido que puso en alerta a los demás. Vaelan aprovechó ese momento para acercarse a los soldados de Versallia. Él estaba seguro de que iban por él.
Los soldados se alertaron al ver cómo la criatura volaba hacía ellos, levantando la nieve a su paso.
La nieve debajo de las botas de Vaelan y Lyanna crujían con cada paso apresurado que daban, sus huellas marcando el camino que pronto quedaría cubierto por la nieve.
El grifo aleteó con fuerza, sus enormes alas se movían despacio al momento de aterrizar en medio del círculo, sus garras tocaron el suelo helado. El silencio se apoderó del lugar, los hombres rígidos agacharon la cabeza con temor. Maelis se quedó inmóvil, sus ojos fijos en la majestuosa criatura.
Vaelan y Lyanna se detuvieron en frente de la multitud. Por segunda ocasión Vaelan, veía a un grifo. Con firmeza Lyanna levantó la espada, despacio la lanzó por el aire, dos vueltas en el aire y la espada descansó en la mano de Leoric.
Los hombres temblando se colocaron de rodillas. Los ojos de Vaelan ardían, se acercó a ellos, su respiración irregular con cada paso que daba.
—¿Por qué están aqui?— preguntó, su mirada fija en los hombres, sin esperar respuesta colocó su espada en el hombro de uno de ellos, el acero frío presionando con la piel.
—El rey pagará un recompensa a la persona que lo regrese con vida a Versallia— respondió el hombre, su voz apenas audible para Vaelan.
—¿Por qué mi padre me quiere en Versallia—la pregunta salió de los labios de Vaelan sin pensarlo, por su mente pasaron situaciones que no quería recordar.
—No fue el rey— dijo otro hombre, su cabeza seguía agachada, su mirada fija en las garras del grifo que se hundían en la nieve.
—Entonces, ¿quién lo hizo?—la voz del principe se volvió cortante, la presión de la espada aumentó lastimando la piel delicada del hombre. Gotas de sangre mancharon la vestimenta.
—El rey Lorian— Vaelan sentía su pecho subir y bajar de manera descontrolada, como si el aire no fuera suficiente para llenar sus pulmones.
—Mi padre, ¿Que sucedió con él?— Preguntó con la voz entrecortada, sus manos temblaban.
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Editado: 14.11.2024