Trono Imperial

11

Darian permaneció en todo momento detrás de Rhydian, aguardando a que el Vireth abriera la puerta. Una extraña sensación recorría su cuerpo. Con su espada, Rhydian logró abrir la puerta, del otro lado, un espacio sumido en la oscuridad les dió la bienvenida.

—Entra —ordenó Rhydian. El Vireth le entregó la antorcha con un hechizo.

—¿Qué debo buscar? —Darian trataba de mantenerse firme, aunque su cuerpo temblaba bajo la ropa.

—Una llave, la más antigua —respondió Rhydian.

—Una llave, la más antigua— Rhydian había encontrado el lugar desde hace años, todas las personas que traía para que entrara por alguna extraña razón terminaban muertos.

Era una información que no compartiría con Darían, pero esta vez su intuición no fallaba; había algo que lo llevaba a creer que el ser humano a su lado podría salir con vida de ese lugar. Sin embargo, por una razón inexplicable, no podía entrar al espacio cerrado. Darían tomó la antorcha con la mano izquierda, mientras que con la derecha sostenía su espada. La llave antigua permanecía intacta en la pared. Al entrar, Darían observó los extraños trazos que decoraban la pared, los cuales le resultaban desconocidos ante sus ojos. Decidió tomar la llave sin detenerse más tiempo.

Un viento detrás de Darían hizo que su cabello se moviera. La antorcha se apagó, sumiendo a Darían en la oscuridad.

—No puedo ver, hay algo aquí y me está rodeando, Rhydian—exclamó Darían. Rhydian, firme, entró al sótano; no era la primera vez que percibía aquella oscura presencia. Desenvainó su espada, la cual se partió al impactar con una ala.

Con un grito agudo, la criatura se desvaneció, dejando un hueco en la pared, mientras la luz de la mañana iluminaba los símbolos que se encontraban en la pared.

—¿Qué fue eso? Me trajiste aquí sabiendo que esa cosa podría matarme.

—Lo lamento —respondió Rhydian de manera automática, acercándose a la pared para trazar los símbolos.

—¿Qué significa esto?

No era la primera vez que Rhydian presenciaba los símbolos, y aun así, su piel se erizó como la primera vez que vio esos dibujos en el suelo.

—Nos marchamos— dijo Rhydian mientras le quitaba la llave a Darían y la guardaba en su bolsillo. El hueco en la pared daba hacía el bosque.

—¿Y ahora qué sucederá?— inquirió Darían, recordando que su viaje con Kael se había retrasado varias horas a causa del Vireth.

—Nos iremos de este lugar— respondió Rhydian saliendo del sótano.

La brisa fresca acarició su cabello blanco.

—Esa criatura se ha ido, ¿viste lo que era?— La percepción de Rhydian era aguda; definitivamente había observado a la criatura alada. Sin embargo, no era el momento apropiado para intentar capturarla, y además, no estaba seguro de poder vencerla en un enfrentamiento.

A pesar de que en el reino se encontraban los mejores caballos del continente, Kael prefería continuar utilizando a su montura. Kael, se abrigó adecuadamente, ya que durante los últimos días habían intensas tormentas de nieve.

—Síganme. Debemos avanzar con rapidez —ordenó Rhydian.

La nieve complicaría su travesía. Al llegar a la entrada del reino, los guardias les concedieron el paso. El caballo de Kael se alzó sobre sus dos patas traseras.

Ante ellos se encontraban dos hombres a los que nunca había visto antes. Rhydian desenvainó su espada, lo mismo hicieron los demás.

—No estoy aquí para pelear, Rhydian. Puedes estar tranquilo.

—¿Qué haces aquí, Calian? Deberías estar buscando a Vaelan. Ahora tendré que asumir tu labor, ya que has fracasado como hijo del más grande hechicero. Un humano está jugando contigo.

Calian cerró los ojos y, al volver a abrirlos, sus ojos resplandecían como dos esferas de fuego.

—Cierra la boca, Rhydian. No desees que dirija mi ira hacia ti.

—No podrás vencerme, tu padre no lo consiguió y tú tampoco lo lograrás.

El fuego en el candelabro de la puerta ahora brillaba en las manos de Calian.

Rhydian se lanzó de su caballo; ninguno de los tres había presenciado algo así. Caía lentamente sobre la nieve, mientras la espada de Rhydian reposaba sobre el pecho de Calian.

—Has perdido. Con un solo movimiento de mi parte, tu cabeza rodará hasta los pies de tu acompañante.

Kael percibió la amenaza con claridad.

—No te cruces nuevamente en mi camino; no me importa que seas el protegido del rey. Te mataré incluso frente a él —Rhydian reiteró su amenaza.

Kael sintió un calor intenso a sus espaldas y se dio la vuelta para averiguar qué sucedía; una enorme bola de fuego se dirigía directamente hacia él.

—¡Lysander! —gritó Darian, quien se encontraba más cerca del fuego.

Estaban sumidos en la desesperación; no tendrían tiempo para huir ni para salvar a Lysander. ¿Cómo podía haber tanto fuego en medio de este frío?

—¡Maldito! —exclamó alguien.

Calian desapareció frente a Rhydian y reapareció ante Kael. El pie del hechicero impactó contra su cuello, y fue inevitable caer del caballo.




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