Lyanna se despertó debido a unos suaves toques en su rostro, anhelando continuar durmiendo. Al abrir los ojos, no logró ver la presencia de alguien a su alrededor; Maelis y Thessalya aún permanecían dormidas. A su lado. Convencida de que algún animal la había despertado, lo cual era una de las razones por las que despreciaba dormir en el bosque.
En la montaña, se podían observar los primeros destellos del sol; el amanecer se aproximaba. Decidió mover a Thessalya para despertarla, quien se quejó al abrir los ojos.
Tenía la intención de hacer lo mismo con Maelis, pero ella ya había despertado con los quejidos de Thessalya. Al escuchar el crujir de las hojas bajo los pasos, Lyaanna se puso en alerta, sus hombros se relajaron al ver que era Leoric. Era la primera vez que él las encontraba despiertas a esa hora.
—Faltan unas cuantas millas para llegar a Etherion.
—¿Cuántas millas? No puedo soportar más tiempo montada en mi caballo. Me duele todo —se quejó Maelis.
—Lo sé, hija. Yo también estoy agotado. Aproximadamente nos tomará unas dos horas llegar.
Maelis resopló con frustración; solo quedaba una porción de pan, y ya había consumido todas las frutas.
—¡Leoric, tienes que ver esto! —exclamó Finnian desde el lugar donde Lyanna había estado disparando flechas durante horas.
Los latidos de su corazón se aceleraron; ¿qué había hecho? También sentía curiosidad por lo que ocurría y decidió seguir a Leoric. Al llegar al sitio, observó varios árboles carbonizados. En el lugar donde había disparado las flechas, ya no quedaba nada, solo cenizas y restos de carbón.
—¿Qué sucedió aquí? —se preguntó Vaelan.
—Yo... Creo que es mi culpa. Anoche, mientras ustedes dormían, disparé todas las flechas contra el árbol que estaba aquí. No imaginé que podría ocurrir algo así.
—¿Te refieres a las flechas de oro? —preguntó Finnian.
Lyanna asintió ante su pregunta.
—Esas flechas pueden resultar ser más peligrosas de lo que imaginábamos. No las utilices en contra de ninguno de nosotros, Lyanna.
—No tengo intención de matar a nadie, Leoric.
Los tres la miraron; eran conscientes de que no podría salir de esa situación sin convertirse en una asesina.
—Podríamos llevar el carbón hasta Etherion y venderlo allí. Pagan bien por esto —sugirió Finnian.
Los demás regresaron varios minutos después; la sábana blanca ya presentaba manchas de carbón.
—Ha llegado el momento de partir —afirmó Vaelan.
El cuerpo de Lyanna le causaba un intenso dolor, pero la llegada al reino estaba próxima. Había transcurrido una hora desde su último descanso y ya podían ver a varios soldados. Se puso el abrigo, cubrió su arco y flechas, y los abrazó con fuerza.
Al divisar a los soldados, estos corrieron rápidamente hacia ellos.
Finnian y Leoric se desmontaron. Como ocurría a diario, Lyanna percibió una presencia detrás de ella. No pudo evitar voltear la vista, pero no encontró más que unos pequeños animales jugando.
Los ocho estaban conversando, y ella aguardaba con ansias a que les dieran acceso.
—No tenemos autorización para que ingresen al reino. Enviaré un mensaje al rey y a la reina para que ellos tomen la decisión. Mientras tanto, deberán permanecer aquí —replicó el soldado.
Lyanna supuso que se trataba del comandante de la unidad, dado que vestía un uniforme más atractivo.
—¿Cuánto tiempo pasará hasta que el rey decida aceptar o rechazar nuestra visita a su reino? —inquirió Lyanna con precaución.
—Horas, incluso días. Lamento informar que así son las normas del reino.
El soldado se retiró y no habían transcurrido más de cinco minutos cuando un hombre alto e imponente apareció por la gran puerta que los mantenía en el extremo opuesto del reino.
—Leoric, amigo. No esperaba verte de nuevo en Etherion. Me alegra mucho tu regreso. El rey ha dado su consentimiento para que se queden, sin embargo, desea hablar con ustedes antes de que se instalen.
Lyanna sintió un profundo alivio al escuchar estas palabras. Las puertas se abrieron y Vaelan fue el primero en entrar. Su mirada se dirigió inmediatamente a la belleza del lugar; jamás había visto un lugar así.
—Dejen los caballos aquí. Se dirigirán a la presencia del rey y luego se les indicará dónde se hospedarán.
Lyanna estaba nerviosa ante la idea de encontrarse con el rey; jamás había estado frente a alguien de tal poder.
Tomó la mano de Maelis, quien sonrió al sentir su toque.
Lyanna solo llevaba su arco, el cual había mantenido oculto hasta ese momento, con la intención de que nadie supiera que poseía un objeto tan poderoso.
El castillo se hallaba a una considerable distancia, en medio de la ciudad.
—Comportate bien— le susurró a su caballo, el cual respondió con un resoplido que parecía indicar que la entendía.
—Puedes dejar esto aquí; yo me encargaré de cuidarlo junto con el caballo —replicó el soldado, dirigiendo su mirada a Leoric. Era importante que el arco no cayera en manos de nadie que no fuese ella.
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Editado: 14.11.2024