La noche cayó sin que Lyanna recibiera noticias sobre Leoric. La ausencia de Rune la inquietaba; su falta podía indicar que la misión no era tan grave como ella había temido.
—Vine aquí para entrenar, pero no me gusta este lugar—confesó Lyanna, con la voz temblorosa. Vaelan guardó silencio por un momento, observando cómo las manos de Lyanna se estremecían, revelando su creciente incomodidad.
La vela que parpadeaba alrededor de ambos comenzó a consumirse, dejando que la oscuridad los envolviera. Lyanna se abrazó a sí misma, buscando el consuelo que hacía tiempo ya no sentía.
—No puedo saber cómo te sientes en este momento —dijo Vaelan con voz suave—. Pero este es el único lugar donde estamos a salvo. Leoric regresará pronto y verás que te sentirás mucho mejor a su lado.
Lyanna se levantó y dirigió una mirada furtiva hacia Vaelan.
—Necesito salir a caminar un rato —afirmó Lyanna, y de inmediato Vaelan decidió a acompañarla en su paseo nocturno. La capital del reino comenzaba a sumirse en un caos por los constante movimientos de los visitantes.
—¿Por qué hay tanto movimiento? —Preguntó Lyanna ya que después que habló con Maelis volvió a la casa, mientras que Vaelan no tenía mucho tiempo de haber regresado.
—Escuché a los guardias decir que en dos días se celebra el aniversario de bodas del rey y la reina. Supongo que son personas importantes, que son cercanas al rey.
Ambos seguían su camino, aunque ninguno tenía claro su destino. Finalmente se detuvieron en un pasillo sombrío y desolado.
—Deberíamos tomar este camino, ¿no te pareces? —dijo Vaelan, alejándose hasta que Lyanna perdió de vista su figura.
—No pienso ingresar ahí, ni siquiera si mi vida dependiera de ello. Vine aquí para entrenar, no para enfrentar la muerte en mi primer día.
No sentía la presencia de Vaelan y su miedo incrementó.
—Vaelan, lo que estás haciendo no tiene gracia —el sonido desgarrador en la oscuridad la llevó a desenvainar su espada y adentrarse en el lugar, manteniendo su cuerpo en alerta ante cualquier amenaza. El ruido se percibía desde múltiples direcciones al mismo tiempo.
Un cuerpo ensangrentado cayó ante ella, y Lyanna ahogó un grito al sentir que alguien le cubría los labios con la mano.
—Tranquila, no tienes por qué temerme —dijo la voz del desconocido, mientras la hoja de su espada manchaba su ropa con una sangre oscura—. Voy a retirar mi mano, pero no grites o ambos moriremos aquí.
Poco a poco, Lyanna sintió la libertad para hablar.
—¿Qué haces aquí? —le costaba articular—. Habla— insistió el extraño.
—Mi amigo entró aquí y no volvió a salir.
Lyanna contemplaba el cuerpo que yacía frente a ella. Al menos no se trataba de Vaelan, pero la visión de esa criatura extraña era demasiado difícil de aceptar.
—¿Qué es eso? —en el instante en que formulo la pregunta, Vaelan apareció, siendo atacado por una de las criaturas desconocida. La sangre se deslizaba por su pantalón.
Lyanna intentó brindarle su apoyo, pero la orden de Rhyder fue clara: debía buscar un refugio y dejar que él se encargara del resto.
—Busca protección —dijo, mientras la luz que emanaba de la espada del desconocido era tranquilizadora. En un moviendo rápido y mortal, la cabeza de la criatura cayó al suelo, dispersando un líquido negro con un olor nauseabundo.
El silencio se instaló en la penumbra; sin embargo, Lyanna no presto atención a las instrucciones del extraño y comenzó a correr. Vaelan, necesitaba su ayuda y ella no lo abandonaría.
Al pasar por delante de la cabeza, su estómago regurgitó la comida, provocando que vomitara.
—¿Qué son esas criaturas? —inquirió Lyanna al desconocido. Por primera vez pudo observarlo con claridad; sus orejas puntiagudas y estatura parecían sacada de otro mundo. Sus ojos dorados brillaban con intensidad bajo la tenue luz de la luna.
—No estoy seguro de si estas criaturas tienen un nombre. Lo que sí sé es que son peligrosas y no solo son estos dos; hay más por ahí causando estragos todo a su paso.
La pierna de Vaelan sangraba sin parar, su sangre infectada por la mordida de la criatura.
—¿Qué le ocurre?, tienes que ayudarlo. Por favor.
—Su sangre ha sido infectada desde que esa criatura lo mordió —respondió el vireth, levantando a Vaelan y cargándolo sobre su hombro—. Ustedes no deberían haber estado aquí.
Desde ahora, las noches no serán seguras para nadie, y mucho menos para los humanos. Toma esa espada y llévala contigo. Haré lo posible para ayudar a tu amigo; después de eso, deberían olvidar lo que ha ocurrido aquí.
—¿Acaso crees que olvidare lo que acabo de presenciar? Eso no sucederá.
Rhyder se dio vuelta sin esperar a que Lyanna tomara la espada, al entrar en contacto con el filo, una gota de su sangre manchó el acero, haciéndolo brillar de un color intenso. El Vireth se detuvo al observar la reacción de Lyanna.
—¿Por qué brilló de esa manera? —el resplandor se esparció dejándola angustiada.
—La reacción que tuvo se debió a tu sangre. No es relevante —Lyanna se acercó de nuevo a la espada, esta vez con mayor precaución. La tomó y siguió el paso del vireth—. Llévame a tu hogar.
Así lo hizo Lyanna. Al llegar, encontró a Vaelan recostado en la cama. Su pierna se encontraba en un estado crítico, como si la herida tuviera al menos tres días. Su cuerpo temblaba a causa de la fiebre.
El vireth tomó la daga y, colocando el filo en la palma de su mano, permitió que su sangre brotara cayera sobre la herida provocada por la mordedura.
—La herida no sanará de inmediato, pero ya no morirá a causa de ella —afirmó, sin pronunciar una palabra más. Rhyder recogió sus pertenencias y se marchó por la ventana, con una rapidez, que Lyanna no volvió a verlo.
Lyanna recorrió la habitación, notando que el vireth había dejado la espada, que brillaba un lado de la cama. La desenvainó, pero esta vez, carecía de ese brillo dorado.
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Editado: 21.12.2024