Tu Héroe.

Capitulo 1

Capítulo 1

 

Michael



 

El ruido de la vida cotidiana me resulta agobiante, estoy aborreciendo todos los días un poco más esta vida llena de personas desconocidas que gritan y corren en medio de las calles, de los autos pitando y los conductores desesperados por avanzar en medio de los trancones  a hora pico. 

Desde mi puesto a través del empañado y sucio vidrio del asqueroso bus me transporto a diario, puedo ver cómo el semáforo en rojo es la oportunidad para que la franja blanca que sirve para que las personas crucen la avenida se convierte en un teatro, acrobacias y bailes a velocidades inhumadas. 

El empeño que esos chicos le ponen a su espectáculo es ignorado por muchos, las monedas escasean en esta presentación, tal vez esta sea la única oportunidad de juntar para comer. 

Una cara sudada y cansada me ve con esperanza, el sucio vidrio no oculta la fragilidad de esta persona, suspirando meto mi mano en el bolsillo de mi cazadora, la escasez de moneda no solo la viven ellos, sin embargo, en esta ocasión si encuentro algo.

—Gracias… —me sonríe, la única sonrisa que he recibido en lo largo de los dos últimos años.

El autobús vuelva a avanzar en el caótico diario vivir, me muevo incómodo en la pequeña silla del autobús, trato de encontrar mi espacio personal, claramente es imposible. ¿Por qué la gente se le olvida que son sillas compartidas?

Una mujer robusta de una edad considerable no solo ocupaba su  silla, también la mía; me tenía respirando profundo cada dos segundos.

¿De verdad vale pena aguantar el trajín de un autobús abarrotado de personas con cuestionable olor? La respuesta rápida era no. La repuesta complicada sería sí, la cara sucia de haces unos minutos me reafirmaba mi respuesta, no doy por concebido que muchos ignoren la realidad de otros muchos que sufren.

El autobús frena bruscamente haciendo que me pegue fuertemente con la el espaldar de la silla de adelante.

—¡Maldita sea! —gruño.

—¡Qué Dios lo perdone! —me muerdo las mejillas para contener las ganas de gritarle a la mujer que llevaba a mi lado.

—El cielo está más cerca de mí que de usted… —le digo entre dientes.

Me mira con rabia y la ignoro, que pretende la gente queriéndose con el derecho de señalar, mi vida es lo suficiente agotadora como para estar aguantando a más seres humanos.

Mi parada se aproxima, eso es lo mejor que me ha pasado hoy.

—¿Me permite, señora? —la mujer deja de mirar su teléfono para mirarme a mí —Por favor.

Aunque intente por todos los modos no tropezarla me fue imposible, para desgracia de ella mi mochila termino dándole un buen golpe.

—No te rías o irás al infierno como ella quiere.

El aire contaminado de la ciudad se sentía fresco, todo era mejor que ir en una cabina de metal con más de cincuenta personas.

Con mi mochila a mis espaldas y el mal genio dentro de mi sangre entro a la universidad dónde hacía seis meses dictaba clases en la facultad de derecho. No amaba específicamente la pedagogía; aun así, necesitaba ganarme la vida y sabe Dios que solo se me presento esta oportunidad, me faltaba poco para saber que era comer prácticamente mierda.

Los pasillos llenos de niños ricos y mimados me reciben, los esquivos de uno a uno, necesitaba llegar a mi primera clase.

—Profesor Herrera… — como siempre me costó reaccionar, no me acostumbro a ser llamado así.

—Dígame, señor Brown — Me esforcé en sonreír, era el decano, y como todos los que están en una posición de poder abusaban de ella.

—La juventud es una bendición en nuestra apreciada institución, gracias por aceptar dar la cátedra de derecho constitucional.

Se va dándome unas palmaditas en el hombro, no me dejo la opción de no aceptar, decía si o estaría de patitas en la calle. Al ser una universidad privada se pensaría que tendría los medios suficientes para tener la cantidad de profesores adecuada, pero no era así.

Resoplando voy a mi pequeño despacho, donde mayormente atendía los problemas de los alumnos. Tome lo necesario para empezar mi clase de derecho institucional.

—¡Buenos días, muchachos! — saludo al grupo reducido de estudiantes — Mi nombre es Michael Herrera, daré la cátedra de derecho constitucional durante lo que reste el semestre.

A los chicos eufóricos claramente les importo un rábano mi saludo, me falto poco para echarme a reír, los chicos provenientes de familias prestigiosas se creían con el mundo en las manos y yo lo sabía muy bien.

—¡Buenos días! — repito, pero esta vez mi voz va acompañada con el sonido de mi puño golpeando sobre la mesa.

Un rápido escaneo me da la idea a quienes me estoy enfrentando, a personas muy jóvenes que su mundo se reduce, a sus coches lujosos regalados por sus padres, que seguramente se los regalaban con el afán de sentirse menos un mal padre.

—Hay dos opciones, hacer silencio o irse, a mí me da igual, es su decisión si se aprueban o reprueban. La única regla en mi clase es hacer silencio.



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En el texto hay: romance

Editado: 14.09.2023

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