Tu Héroe.

Capitulo 7

Capítulo 7


 

—Hay cena familiar — el anuncio de Esther no me agrada —Tu madre ordeno una cena elegante, está de festejo.

—¿Festejo? — que puede mi madre festejar, y además la mujer que me trajo al mundo es la pero anfitriona del mundo 

—Sí, según le entendí, tu tío consiguió partido político, ya no quiere ser fiscal general.

No puede ser, más poder para él, dice y reza el dicho que no hay nada más terrible con un tirano con poder.

—Sube y ponte algo formal, no te demores.

Utilizo las escaleras de servicio para ir a mi habitación, tratando de no ser notada en lo absoluto. Hace tiempo descubrí que ser invisible me ayudaba a sobrevivir.

Me ocultaba de mi madre y su esposo lo más que podía, evita las zonas comunes de la casa dándoles toda la intimidad posible. 

Había más vida en un museo prehistórico que en esta casa, recuerdo que de niña era distinta, había risas y juegos; ahora solo hay los gritos de mi madre.

—Isabella — me espanto a escuchar esa voz — días enteros sin verte, no pareces que vivamos bajo el mismo techo.

Me alejo lo más posible de este señor — No te espantes — se acerca a mí — Vengo a hablarte de Samantha — se me remueve el estómago al escuchar el nombre de mi hermana melliza entre sus labios.

—¿Samantha? 

—Tu hermana está mejor.

Prefiero no preguntar por ella, no quiero darle la oportunidad de parlotear sobre mi hermana.

—Muy pronto regresará — la misma frase de siempre, desde que se la llevaron hace dos años.

Entro en mi habitación respirando profundamente, tenía cinco hermanos, tres mayores, Harry que era el mayor, Oliver el segundo y Nathan, todos ellos huyeron de aquí cuando tuvieron oportunidad.

Tampoco los puedo juzgar por irse, vivir en estas cuatro lujosas paredes es un infierno, de todos modos Samantha y yo nacimos seis años después de Nathan, al final cada uno vivía su propia historia con mi madre.

Harry el mayor fue el más despreciado por ambos, por mi madre y su marido, al parecerse tanto a mi padre eso les molestaba.

Oliver siempre fue el más rebelde, llego hasta irse a puños con nuestro padrastro, un día decidió irse en medio de la noche y no volvió.

El tercero Nathan, ese tenía una lucha aún más profunda, que le gustarán los hombres, causo en mi madre aberración por él.

Después venía yo, que he defendido con uñas y dientes a mi hermana, yo siempre fui invisible, solo me notaban por qué me parecía a Samantha, mi hermana parecía un ángel, y siempre causo atención en nuestro tío. 

Sea lo que sea, yo seguiré aguantando por ella, hasta ser libres las dos. Samantha se encontraba internada en un internado de educación especial, según mi madre mi hermana servía para mucho menos que yo, una retrasada no le servía para sus planes. No tenía idea cuáles eran, todos sus hijos sentían por ella rechazo.

Me pongo un sencillo vestido negro, cuatro dedos debajo de la rodilla, mi pelo sigue envuelto en un moño alto.

—Puedes sobrevivir a esta noche — me hablo en el espejo —Cada día que pase es uno más cerca a Samantha.

Con cuidado bajo las escaleras hasta el comedor, la mesa está elegantemente arreglada, me quedo en una esquina esperando que me ordenen sentarme.

Pocos segundos después aparece mi madre por la puerta, Beatrice Lennon — Buenas noches, Isabella.

—Buenas noches, madre — digo sin mirarla.

Con su mano hace un gesto para tomar asiento, lo que hago rápidamente, no alzo la mirada cuando su marido entra y se sienta en la cabecera de la mesa.

—Esther, a mi hija no les sirvas postre.

Desafiar a mi madre nunca ha resultado bien, todos los que habitamos su mismo espacio lo tenemos claro, le sonrió al ama de llaves para que haga lo que dice, de igual manera comer con esta compañía es un martirio.

Lo lujosa y asfixiante que es esta cena me hace compararla con los cruasanes y el chocolate caliente que me dio el profesor, en un apartamento pequeño y antiguo, pero ordenado y caliente, contrasta tanto con el aire frío que se siente aquí.

—Es mejor que no comas — mi madre vuelve a hablar — la papada te está llegando al piso — me mira—. Además, estás espantosa Isabella, así como te ves, no podría decirle a nadie que eres mi hija.

Yo tampoco puedo creer que ella tenga cinco hijos, por Dios, muchas veces he creído que su sangre es tan fría como la de un cocodrilo, al menos ellos cuidan a sus numerosas crías.

No le contesto a nada de lo que dice, solo me concentro en acabar mi comida al mismo ritmo de ellos para no quedarme ni un minuto más fuera de mi habitación.

De un momento a otro los gritos de mi madre empiezan a adornar la mesa, no sé en qué momentos paso a pelearse con su marido.

Me quedo quieta como una momia, no muevo un solo músculo y tampoco alzo la mirada.

—¡Desquiciada! — ese grito de su marido no le va a gustar.



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En el texto hay: romance

Editado: 14.09.2023

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