Tú, nada más

Respuestas

capítulo 9

Llegaron a un restaurante de mariscos, algo informal. Marcel la guio entre las mesas desocupadas y le indicó una, por la hora ya no había mucha clientela.

—Pide lo que quieras. —Lucía muy relajado. Ella observó el menú sin saber qué. El chico se acercó y le indicó lo que podría gustarle. Al final, eligió un filete al limón con ensalada.

Esperando las bebidas comenzaron a conversar con soltura. Un poco de las noticias, la fuerte situación del país, otro poco de algunas películas. Cuando los platillos llegaron, Marcel atacó el suyo muerto de hambre, mientras ella picoteaba.

—Anel, no me puedo ir a otra mesa para que comas. Sería raro —le hizo ver serio. La chica sonrió notando a qué se refería; casi no había comido y él iba por la mitad—. Juguemos… —la desafió, dejando su tenedor sobre el plato y abriendo demasiado sus ojos oliva.

—¿Jugar?, ¿a qué? —Se acomodó un cabello tras la oreja intrigada. ¡Mierda!, deseaba besarla. Cerró los ojos un segundo y respiró profundo. La tendría toda la noche, ahora debía comer.

—Puedes preguntarme lo que quieras. Si contesto, tú darás dos bocados —la retó, cruzándose de brazos mientras se recargaba por completo en el respaldo.

—¿Dos?…

—Sí, mis respuestas deberían valer el platillo, ¡eh!, pero seré generoso.

—¿Y si no contestas? —deseó saber sin poder dar crédito a sus ocurrencias mordiéndose la lengua para no reír. Marcel era una caja de sorpresas y nunca sabía lo que diría el segundo siguiente.

—No comes.

—¿Y tú qué ganas? —No comprendía.

—Ah, yo también puedo preguntar —chasqueó la boca con diversión y mirada maliciosa.

—Y si contesto… ¿qué harás?

—¿Qué te gustaría que hiciera? —Sus mejillas se encendieron y desvió la vista por todo el lugar pensativa mientras él la observaba absorto en cada una de sus delicadas facciones.

—No me vuelvas a decir que parezco de 12 —ladeó la cabeza, intrigado, no pensó que eso le había dolido, pero el trato era justo.

—Hecho…

—Y no seguirás diciendo cada dos segundos que no somos nada; eso ya lo sé… —No lo veía a los ojos, sin embargo, la notó tensa. Apretó la quijada, una corriente extraña recorrió sus venas, algo molesta si era sincero.

—Bien. —Ella lo encaró asombrada—. Pregunta —la instó, regresando a su comida.

—¿Por qué vives solo? —Él sabía que por ahí irían las cosas, de cierta manera se preparó para ello.

—Ya te dije que mis padres murieron —le recordó, imperturbable.

—Sí, pero…

—Ah —elevó un dedo y luego señaló su plato—. No seas tramposa, dos bocados —Anel entornó los ojos—. La curiosidad juega a mi favor, anda —obedeció sin remedio.

—Pero, ¿no tienes más familia?

—Sí, sí tengo. —Anel se desinfló al ver que le indicaba de nuevo el plato. Diablos, debía formular mejor sus preguntas, comprendió sonriendo y sintiéndose relajada. Todo era atípico, pero agradable.

—¿Por qué no vives con ellos?

—Porque lo intenté y fue un desastre —otro bocado. A ese paso lo terminaría pronto, notó triunfante Marcel.

—¿Por qué no estudiaste Arquitectura? —Pestañeó, recargando de nuevo su espalda en la silla al tiempo que le daba un gran trago a su cerveza.

—No era lo conveniente —respondió seco. Ella dio otro par de bocados y dejó de hablar, observando a su alrededor con timidez—. ¿Qué, son todas? —Anel lo miró, turbada.

—¿T-tienes… Tienes novia? —tartamudeó.

¿Qué clase de pregunta era esa?

—¿Crees que tengo una?… —La joven escondió las manos en su regazo claramente nerviosa.

—No sé, pero… —y lo miró—, no me gustaría ser, ya sabes…

—«El cuerno» —se rio—. No, no eres el cuerno, Anel. No ando con nadie y no tengo planes de hacerlo, pero por lo que veo me crees capaz de algo así. ¿Cierto? —La desafió, intrigado, no le agradaba que pensara eso de él.

—Yo… —levantó la palma rodando los ojos.

—No contestes, tu actitud me lo dice todo.

—Es solo que… La otra mañana… —Marcel comprendió al fin a qué venía eso. La observó fijamente.

—Come cuatro bocados y seguimos —iba un poco más de la mitad. Ella negó con firmeza y sin dudar.

—Ya no quiero…

—No responderé —le advirtió asombrado por su resolución.

—No tienes que hacerlo —no supo por qué, pero deseó aclarar el punto, más aún al ver cómo ella se retraía, adoptando de nuevo ese aire ausente, indiferente, taciturno.

—Hace mucho tiempo salimos y, bueno, a veces, ya sabes, hemos pasado buenos momentos —confesó serio, esperando su reacción.

—Entiendo —murmuró, tomando nuevamente el tenedor y llevándoselo a la boca como si no hubiese dicho nada. ¡Guau!, eso fue extraño, admitió él.

—¿Estás celosa? —Se encontró preguntando. Anel dejó el cubierto sobre el plato un tanto alterada, con el corazón taladrando. ¿A qué venía esa pregunta? Odiaba pensar en sus labios sobre los de alguien más, pero… eso no lo podría evitar, no después de comprender muy bien las reglas de ese juego.

—¿De qué te serviría saberlo? —reviró, dejándolo helado. Esa chica parecía ingenua, lo cierto era que aunque sí lo creía, eso no lo convertía en tonta, al contrario.

—Entonces no entiendo para qué la pregunta… —Ella se encogió de hombros metiéndose una zanahoria cruda sin más— ¡Ey!, no soy un santo, pero tampoco me meto con varias al mismo tiempo. —Sabía de alguna manera, por su postura, por su actitud, que creía se acostaba con ambas a la vez y, bueno, no sería un pecado, no tenía compromisos, pero maldita sea, no se la sacaba de la cabeza. ¿Cómo mierdas retozaría con alguien más mientras esa chiquilla, que llevaba viendo desde hacía un mes, parecía haberse instalado en su cerebro?

—No tendría nada que objetar. ¿Podríamos cambiar de tema? —suplicó, comiendo más. Marcel haría lo que fuera con tal de verla ingerir así, gratis, lo que tenía frente a ella. Aunque ciertamente no le agradó nada que lo tomara tan ligeramente. Anel lo descolocaba con una facilidad que lo dejaba helado.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 05.12.2019

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