Tú, nada más

Mejor que eso; nada

capítulo 10

Una hora después Anel dormía a lado con una camiseta suya, pues cuando todo terminó, su cuerpo, desprovisto de masa muscular, entró en invierno.

Sentir placer era algo a lo que estaba acostumbrado. Darlo para obtenerlo, llegar al límite y sentirse saciado al instante; también. Pero, jamás sintió lo mágico que era proporcionarlo sin esperar nada cambio.

Con ella así fue. Despacio, viajó con sus labios por partes que nunca había pensado querer conocer de una chica y por otras que sabía, la enloquecerían. No obstante, en esos pequeños momentos, donde besaba su palma, o saboreaba su muñeca, a Anel la hacían casi hiperventilar. Aventurarse más, para conocer más y de ese modo saber qué y cómo le gustaba a esa joven con la que estaba viviendo una aventura extraña, era algo que nunca se permitió experimentar.

Lágrimas de ansiedad, de deseo contenido, de momentos tan álgidos permeados de sudor, de gemidos y jadeos celestiales que solo alguien como ella podía emitir; fue como tener un millón de orgasmos. Pero observarla llegar, desesperada, incluso asustada, no tuvo comparación con ningún mágico momento en su existencia.

Sonrió, girándose un poco para verla. Dormía boca abajo, con su rostro girado hacia el suyo. Su mano delicada reposada casi a un lado de su boca. Acarició su mejilla evocando todo lo que en el día pasó. Anel se estaba colando con asombrosa facilidad en sus pensamientos, en los momentos, en su vida.

Cerró los ojos quitando la mano y llevándose los dedos al puente de la nariz.

No, no, no entraría en eso. La chica lo enardecía, lo enloquecía si era sincero, su ingenuidad lo consumía, sus dulces expresiones lo mantenían en vilo, sus besos lo enfermaban, pero eso no significaba nada, ni lo significaría nunca. Aprovecharía el tiempo que todo ese deseo existiera, que esa marea de ansiedad por saberse en su interior generaba. Pero nada más… Solo eso, no quería necesitar, mucho menos amar y no lo haría, no en ese momento por lo menos.

—Chiquilla, es tiempo de ducharte. —Anel abrió los ojos lentamente. Se sentía exhausta. Dejó salir pequeños suspiros girándose. Marcel estaba a su lado, sentado, vestido—. Saldré por algo de desayunar. No tardes, hay que irnos pronto —se sentó, frotándose los ojos adormilada.

—¿Qué hora es? —Él sonrió quitándole algunos cabellos del rostro. Los mismos que lo despertaron hacía media hora. Algo cosquilleaba en su nariz y al intentar quitarlo se encontró con aquel cuerpo tibio pegado al suyo. Su trasero y espalda los tenía contra su pecho, mientras su mano descansaba enrollada en su diminuta cintura, por lo mismo su melena desordenada se acercó a su nariz provocándole cosquillas. No quiso moverse al principio. Metió la mano bajo la camiseta y acarició con posesividad su piel. Era tan suave, tan tersa. De inmediato, el deseo llegó. Rodó los ojos sonriendo. No, con Anel así era simplemente imposible mantenerse a una temperatura normal. Así que con cuidado se levantó y optó por un baño.

—Casi las siete… Anda, perezosa —y le quitó las cobijas juguetón. Ella arrugó la frente y su deliciosa boca un tanto caprichosa, eso era nuevo.

—Hace frío —expresó abrazándose.

—Aunque muero por calentarte yo, no tenemos tiempo. Ve y deja que el agua haga su trabajo, ahora regreso. —Sin más le dio un beso sobre la frente y desapareció. Iba ataviado con un jeans, junto con unas botas de montaña, una camiseta de manga larga oscura y un chaleco de nylon negro. Sintió un revoleteo en el estómago, ese que a última fecha aparecía cada vez que lo evocaba, pero que cuando lo tenía cerca, incrementaba escandalosamente y la hacía sentir en otra galaxia, capaz de sonreír todo el día y olvidar lo que en su vida acontecía.

Dejó que el líquido vital masajeara sus músculos adoloridos. Dios, lo que vivió la noche anterior fue algo que incluso recordándolo en ese momento, volvía a avergonzarla y a prenderla desde el centro como si de un volcán se tratara. Hizo a un lado esos pensamientos achicharrantes y se dedicó a lo que debía.

Salió relajada cuando él llegó. Al verla, sonrió complacido. Vestía jeans entubados, unas botas con cintillas, un suéter grueso y el cabello con una inocente línea de lado detenido por un pasador cualquiera. Se veía demasiado comestible, demasiado linda.

—Traje café, muffins y fruta —señaló, tendiéndole un vaso tapado—. ¿Si te gusta? —Deseó saber, curioso. Ella asintió, tomándolo entre sus manos para calentarse—. Ahí hay leche y azúcar. No supe con qué pedirlo…

—Leche —admitió, abriéndolo y sirviéndose un poco de forma delicada. Mierda, olía intensamente a naranjas. Casi desiste de la excursión, así que mejor salió a la terraza y prendió un cigarrillo en lo que la veía engullir sin más un poco de lo que compró. Se terminó el pan, picoteó un poco de durazno y mango. Negó, sonriendo a lo lejos. Era única.

Veinte minutos después salían rumbo a aquel lugar.

—¿Qué música te gusta? —deseo saber, mirándola de reojo. Algo hacía con su cámara muy concentrada.

—Escucho mucha clásica, pero…, la tuya no me desagrada —admitió, haciendo pequeñas muecas sin voltear. Sonrió, se veía muy tierna.

—Creí que te gustaría, no sé… La balada pop y esas cosas. —Anel alzó el rostro frunciendo los labios. ¡Mierda, debía dejar de hacerlo!

—No… Prefiero eso —y señaló su reproductor. Marcel asintió. The Strokes tenía buena música, pero era raro que le agradara si lo que solía escuchar eran esas aburridas melodías que su madre usaba para leer en la sala y que lograban hacerlo huir de inmediato.

—Eres extraña, ¿sabes? —notó cómo se tensaba, dejando de hacer lo que hacía—. ¡Ey! —Clavó juguetón sus dedos en su delgada pierna—. Me agrada, no me hostigas… Ni me mareas con tonterías. —Le guiñó un ojo. Anel relajó el gesto riendo al sentir cosquillas.

—Deja eso, no las resisto —rio quitándole la mano.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 05.12.2019

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