Tú, nada más

Horas vacías

capítulo 11

Por la mañana la sintió moverse. Abrió los ojos con renovados ánimos, extrañamente alegre al saberla pegada a él.

—¿Qué sucede, chiquilla? —preguntó, colocando una mano sobre su cadera.

—Tengo hambre. —Marcel abrió los ojos de par en par al escuchar esas palabras de su boca. Claro que él también tenía. Se durmieron con el estómago vacío, apenas si con la hamburguesa que comió, pero ella solo la picoteó. Alzó su barbilla, intrigado, ni Anel parecía dar crédito.

—¿Qué esperamos? —sonrió, desperezándose.

Sándwiches de jamón con queso, más un plátano y jugo de naranja, fue lo que desayunaron. Entre los dos lo hicieron mientras reinaba un ambiente relajado.

—En serio tenías hambre —expresó, al verla meterse a la boca el último bocado. Anel sonrió tiernamente y es que cuando lo hacía de esa manera sus lagunas bicolores se hacían más pequeñas y brillantes. Se sintió un imbécil contemplándola.

—Es raro —musitó, limpiándose los labios, sintiéndose demasiado alegre. El sonido de la vibración de un móvil sobre alguna superficie rompió el momento. Marcel, al cerciorarse que no era el suyo, le dijo que debía ser el de ella. Anel intrigada lo agarró. Su tía, contestó de inmediato.

—Hola, jovencita —sonrojada a más no poder, se giró para sentarse de forma recatada en el sillón.

—Hola… —Marcel aprovechó y comenzó a lavarlo todo.

—Quisiera verlos a ti y a tu novio en mi apartamento. Digo, si seré la tapadera debo aclarar unas cuantas cosillas. —Anel tembló incómoda.

—Yo… No sé si él tenga algo qué hacer, tía. —Marcel giró intrigado.

—Pues si quieren que siga solapando esto, debo hablar con ustedes… Aquí los espero a la una, Any —concluyó y colgó, dejándola con el móvil en la mano. Agachó la cabeza nerviosa. ¿Ahora qué le diría?, ¿qué haría? Las palmas le sudaron y no tenía idea de cómo encararlo.

—¿Qué pasó? —quiso saber él con el secador en la mano, ella se acomodaba un mechón tras la oreja, notoriamente turbada.

—Nada —soltó y caminó hacia la habitación. No podía pedirle eso. La mano sobre su muñeca la hizo girar. Dejó de respirar por un segundo con los ojos bien abiertos viendo el suelo, como si la hubiesen pillado en algo malo.

—¿Quiere vernos?, ¿es por eso que le inventaste? —No se atrevía a mirarlo, solo asintió paseando la vista por aquel lugar que ya conocía tan bien. Marcel no le agradaba la idea, pero era lo justo. Ella se quedaba; él iba y daba la cara, si no, seguro ese cuerpo en su cama ya no estaría más—. ¿A qué hora?

—A la una —musitó. Elevó su barbilla con un dedo. Parecía culpable, un tanto retraída. No le gustó verla así.

—Tenemos tiempo… —le guiñó un ojo para luego besar sus labios y sentir cómo se relajaba solo un poco.

 

Al llegar a los apartamentos de su tía Anel continuaba silenciosa. Sacudió su pierna, relajado.

—¡Ey!, quita esa cara. No pasa nada, le diremos lo que quiere oír y listo —se encogió de hombros con desgarbo.

La joven descendió con una media sonrisa. Eso no era lo que la tenía así, si no lo que en realidad ocurría, lo fuerte del sentimiento que estaba experimentado, la aprensión y necesidad de él. Supo, desde el inicio, que no debió meterse en algo como eso, que, de alguna manera eso la lastimaría. Ahora ahí estaba, caminando con ese joven de sonrisa seductora, de mirada dura y manos que la enloquecían, sin ser nada más que conocidos, pues ni en la categoría de amigos entraban. Suspiró al tiempo que timbraba. Ella lo había elegido, esa era la consecuencia.

Minutos después se encontraban sentados frente a una guapa mujer de unos cuarenta y tantos años, en la sala de ese asombroso lugar.

—Me alegra que pudieras venir, Marcel. —Las presentaciones se dieron justo en el umbral, cuando su tía los recibió enfundada en un jeans cualquiera y una blusa sencilla. Este asintió sentado al lado de Anel, que mantenía la postura erguida, expectante—. Bien, primero que nada, quería conocer personalmente a ese chico que enamoró a esta niña —lo decía con dulzura. La joven se sonrojó, turbada. Dios, eso no sería sencillo. Él sonrió por educación de esa forma tan suya mirándola de reojo.

—Yo también deseaba conocerla… Agradecerle —habló Marcel, un tanto molesto, pues Anel, en cuanto escuchó esas palabras, pareció incomodarse. Eso, y el hecho de que estaba notoriamente ausente, lo hacían sentir que lo último que deseaba era verlo ahí; con alguien de su familia. ¿Qué sucedía con ella? Ciertamente actuaban, pero tampoco era para que se comportara como si fuera impensable algo con él.

Laura lo estudió detenidamente. Era alto, de cuerpo atlético y con un físico un tanto amedrentador en la misma proporción que atractivo. Parecía dueño de la situación y bastante relajado, aunque por su mirada podría jurar que se hallaba un poco irritado con su sobrina, que a su lado, parecía una tímida flor, delicada, femenina. Un contraste asombroso, hermoso, si era sincera. Anel, nerviosa, con esos lindos ojos bien abiertos, con sus facciones delicadas, tensas; le pareció adorable el cuadro de esos dos chicos.

—También fui joven, por lo mismo debía hablar con ustedes… Espero se estén cuidando —la menor se acomodó un mechón tras la oreja, perpleja, sin atreverse a verlo debido a la vergüenza que experimentaba. Marcel asintió, serio—. Un embarazo a la edad de Anel sería terrible, pero además está el hecho de las enfermedades… —de pronto, lo observó con detenimiento, como si quisiera recordar algo.

—Lo sabemos y somos responsable —la joven jugaba con sus manos escuchando. Todo lo que ocurría ahí era por demás bochornoso, por no decir horrible. Y, bueno, en eso de los cuidados no mentían, pero el responsable había sido él, tuvo que admitir, pues en lo que respecta a ella, ni lo había tomado en cuenta la primera vez y… Varias subsecuentes.

—¿Cuántos años tienes, Marcel? Lo siento, pero es que te veo muy mayor —el chico negó relajado. Siempre le decían lo mismo, desde pequeño.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 05.12.2019

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