Tú, nada más

Corazón roto

capítulo 13

—¿Te vemos en la noche? Y no salgas con uno de tus putos pretextos, seguro te estás tirando a alguna vecina y por eso no sales de tu apartamento —Marcel le echó humo en el rostro.

—Con quien coja, es mi problema. —Joel rio rodando los ojos.

—Así que lo admites… ¿Alguna tigresa? —Si supiera, pensó irritado. Saberla en su apartamento lo mantuvo toda la mañana aunque mucho más tranquilo y de mejor humor que las anteriores, un poco ansioso. De alguna manera deseaba que acabaran las putas clases y así poder contemplarla y tenerla solo para él, como se daba cuenta, comenzaba a gustarle.

—Eres una jodida caldera… Mejor ocúpate de ti y a mí déjame en paz —le dio otra calada, observando a Rodrigo un tanto atento a su entorno.

—¿Y tú, qué se te perdió? —preguntó riendo. El chico de cabello castaño y ojos color miel, lo miró negando indiferente.

—¿Irás, o no? —interrogó a Marcel como de paso bebiendo soda con desgarbo.

—No, este fin de semana no estaré libre —sus amigos lo observaron asombrados. Eso era ya demasiado atípico en él. No había sitio al que no fuera, antro en el que no lo conocieran, bar en el que no conversara con el gerente—. ¿Qué?, cosas familiares. ¡Maldición! —Se excusó, nadie pareció creerle.

—Y una mierda, tú te traes algo, hermano —soltó Rodrigo, burlón—, y te aseguro que tiene piernas largas y falda corta, probablemente sonrisa cachonda y…

—Vete al carajo, ¡no puedo y ya! —El motivo no tenía las piernas tan largas, mucho menos falda corta y de lejos portaba una sonrisa cachonda, no obstante, lo prendía más rápido que un montón de esas chicas dispuestas a todo, incluso embadurnadas en aceite, como era la fantasía de cualquier hombre.

—Tendremos que conocerla —bromeó Rodrigo con los demás.

—En serio necesitas una noviecita, amigo —rio Marcel con cinismo, dándole otra calada—, tu puta melosidad le urge fuga, a mí déjame como estoy.

—No le des ideas, que lo perdemos, ya ves que está en la búsqueda de la «mujer ideal» —refutó Joel fingiendo aflicción.

—Púdranse —rio Rodrigo, sacándoles el dedo medio.

En cuanto acabó la última hora salió volado para el apartamento, nunca había tenido tanta urgencia de llegar a ese sitio.

Entró, todo en silencio. De inmediato, buscó con la mirada su mochila que dejó la mañana anterior sobre una silla. Sí, ahí seguía. Sonrió con alivio. Dejó las llaves y anduvo hasta su habitación. Anel de nuevo dormía vestida con la ropa que le compró, sobre las cobijas con el televisor encendido. Se sentó a su lado complacido y asombrado también de lo mucho que se había sumergido en esa inconsciencia las últimas horas, ignorando si sería lo mejor, pero creyendo, de alguna manera, que si lo hacía, era porque su cuerpo lo necesitaba.

—Chiquilla —susurró, acariciando su mejilla. Anel se removió, abriendo lentamente los ojos. Sonrió como una niña al verlo ahí, frente a ella. Se giró, perezosa, y al hacerlo, se quejó—. ¿Las revisaste? —Su tono ahora era de preocupación. Deseaba, de alguna manera, encerrarla en una burbuja de acero para que nada malo le pasara.

—Sí, pero no todas, no pude —admitió, acomodándose sobre el colchón.

—Espera —regresó unos segundos después con una cajita blanca. La misma que el día anterior, reconoció—. Túmbate, déjame verlas. —La chica obedeció mientras Marcel la inspeccionaba y frotaba con manos angelicales las heridas—. Creo que van bien, se están secando… —su tío Efrén era médico, prestigioso en esa ciudad, y aunque a él no le llamaba en lo absoluto la medicina, siempre era quien lo curaba cuando caía del rapel, o de sus excursiones en bicicleta de montaña. Por lo mismo sabía qué y cómo atender esas espantosas heridas que se encontraban en ese apetecible cuerpecito.

—Gracias —observó, alzando la mirada. Marcel estaba a uno centímetros de su rostro concentrado en su deber. Al sentir sus ojos sobre sí elevó la cabeza. Sin más y con deliberada lentitud acunó su mejilla acariciando su piel y de a poco la fue acercando a sus labios. Sus alientos se mezclaron, la expectación creció hasta que sintió su roce cálido, casi suelta un suspiro de abandono al sentirlo tan cerca. Respondió de inmediato, como si eso fuera lo que estuviera esperando.

Saboreándola con calma, decidió que no debía avanzar, no veía la manera de hacerla suya sin lastimarla.

—Anel, no… —jamás pensó hacer algo como eso, pero ahí, en ese momento, en ese cuarto, en su entorno incluso, lo más importante era su bienestar. La chica aleteó sus largas pestañas, contrariada. Marcel lo notó, su mirada dejaba de brillar en cuanto percibía el rechazo, comenzó a comprender. Sujetó su mentón con dulzura, intentado que en cada facción leyese el doloroso deseo que por ella sentía—. Acabarías gimiendo bajo mi cuerpo en menos de lo que piensas si por mí fuera, chiquilla. —Acarició su labio con el pulgar ladeando la boca de esa forma seductora—, pero te lastimaré y así… No creo que sea placentero… Dejemos un día más, ¿sí?

—¿E-es eso? —Se atrevió a preguntar, insegura, con mirada suspicaz, respirando lentamente.

—Anel, sí te has dado cuenta que me prendes como un puto horno. ¿Cierto? —Sus mejillas se encendieron—. Así que sí, aunque tengo miles de perversidades en mi cabeza, las dejaré para después y tú… Tú haz lo mismo, ¿de acuerdo? —La joven asintió más relajada, aunque un poco recelosa. Marcel no entendía de qué, tampoco comprendía ese cambio en su actitud; más osada, más atrevida, no obstante, en ella, le gustó, representaba algo más que un reto, representaba confianza y de algún modo un mérito para él. Besó su nariz poniéndose de pie—. Demos un paseo, vayamos a comer algo… ¿Quieres? —Sonrojada lo siguió.

Se detuvieron en lugar de comida italiana. Anel todavía se encontraba un tanto taciturna, pero no tenía que arrancarle las palabras a tirabuzón, como solía ser. Conversó acerca de la carrera que estudiaba y de esa manera descubrió que no le agradaba tanto, por lo mismo estudiar, comprender, le costaba más trabajo. Marcel deseaba que esas sombras que permeaban sus lindos luceros bicolores se esfumaran, desparecieran y fueran reemplazadas por una cándida sonrisa, así, ingenua y tierna, como lo era ella.



#66 en Joven Adulto
#1547 en Novela romántica

En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 05.12.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.