Tú, nada más

Asunto resuelto

capítulo 14

Marcel alzó la mirada al destapar otra cerveza. En cuanto lo vio ahí, exhaló rabioso.

Hijo de perra, se lo advirtió.

—¡Ey!, no hagas un espectáculo, yo me encargo —su tío lo detuvo por el hombro y avanzó. Anel lucía pálida, descompuesta, se acomodaba una y otra vez ese mechón tras la oreja, sus movimientos comenzaron a ser torpes. ¡Mierda! Dejó ahí su bebida y fue sin pensarlo, ya su tío se alejaba con Iván en dirección contraria. Anel se levantó en cuanto lo vio. Se sacudió el jeans mirando a su alrededor, tensa.

—¿Qué te dijo? —preguntó contenido. La joven agarró su cámara que descansaba segura a un lado de ella, negando. Retraída, nerviosa, callada.

—Ya van a romper la piñata —escucharon—. Vamos. —La jaló Natalia. Anel con los labios temblorosos, se alejó.

Una hora después salían de ahí. No había vuelto a hablar y ese halo ausente, regresó. ¡Carajo!

—¿Quiero saber qué mierdas te dijo ese imbécil? —Ya se encontraban arriba de la camioneta.

—¿Me llevas a casa? —susurró, observando la calle, pasándose un dedo por los labios. Marcel le dio un golpe al volante logrado que se sobresaltara.

—¡Y una mierda! —prendió el motor y avanzó a toda velocidad. Al ver que iba rumbo a su departamento lo miró, turbada.

—Quiero ir a casa —pidió quedito, encarándolo.

—¡No!, no hasta que me digas qué carajos te dijo y por qué me ves como si fuera un patán —bramó, dejándola muda. Al llegar no se movió—. Baja, Anel, no estoy jugando.

—No dijo nada que no fuera cierto —admitió, esquivando su mano sin problema. El chico metió medio cuerpo y la cargó furioso.

—Arriba discutimos. —Anel logró bajarse de un brinco y lo siguió seria. Ya en su apartamento, se ubicó frente a ella con los brazos cruzados—. ¿Cómo que no dijo nada que no fuera cierto?, ese idiota es un maldito bastardo.

—Dijo que me acostaba contigo. —El gesto de Marcel se congeló. Anel dejó vagar sus lagunas por aquel sitio que tan bien conocía. Lucía abstraída, ajena a él… Fría.

—Escucha… —negó, sonriendo con timidez. Era como regresar al inicio.

—Quiero irme —soltó, al tiempo que giraba. ¡Y una mierda! La sujetó con cuidado por la cintura, sabía muy bien dónde estaban aquellas heridas que ya no debían doler tanto. Pegó su angosta espalda a su pecho al tiempo que la chica aferraba sus manos intentando liberarse—. Marcel… —eso fue suficiente como para que perdiera sus labios en su cuello después de hacer a un lado su pesado cabello.

—No, no, no te dejaré ir. —La tenía aprisionada, lamiendo con destreza y necesidad su quijada al tiempo que alzaba su rostro delicadamente. Iba cediendo de a poco, pero no del todo pues aún sentía que si la soltaba, desaparecería—. No le dije eso. —La hizo virar para de inmediato invadir su boca al tiempo que le quitaba los lentes y los dejaba en una superficie segura. Un gemido tierno, dulce, como ella era, salió de su garganta—. ¿Me crees? —jadeó, mordisqueando uno de sus labios. La chica, con los ojos cerrados, pasó saliva aferrada a sus bíceps y su hombro—. Chiquilla… Te deseo —y la probó de nuevo sin darle tiempo de responder. La pegó a la pared contigua apresando su boca con absorbente urgencia. Sujetó sus muñecas y se las colocó a un lado de su cadera—. An…, bésame —le rogó, dándole un segundo de respiro para luego volver a atacarla. Anel, con miles de sentimientos jugando en su alma, hizo lo que le dijo sin pensarlo.

Ahí, en plena estancia, la desvistió en medio de quejas, gemidos, suspiros. No se dejaba fluir como solía, parecía contenida y eso lo estaba enloqueciendo aún más. Besó ese menudo cuerpo desesperado, anhelante de su esencia. Sabía cómo encenderla y lo lograba, pero no llegaba a ella, lo sentía como si de él mismo se tratara.

Cuando la supo lista, y tomó las precauciones necesarias, la hizo suya arrancando ruiditos que lo enardecieron más. Ahí, sin que sus pies tocaran el piso, con el muro como contención, la invadió, besándola con devoción, ansiando tomar hasta el último aliento de esa mujer que le pertenecía, que lo estaba colmando como ninguna otra, que no abandonaba su cabeza ni de noche, ni de día. Sin problema, la sintió llegar a ese mundo al que ya más veces de las que podía contar, la había acompañado.

Temblorosa, como sucedía después de sus encuentros, la soltó suavemente, aún agitado. Anel escondió su rostro en el hueco de su cuello aferrándose a sus hombros, mientras él la mantenía sujeta de la diminuta cintura.

—Debo irme —susurró, poniendo sus manos sobre su ancho pecho. Sintió como si un balde de agua helada cayese encima de su cabeza. La miró arrugando la frente, ella evadía sus ojos y comenzaba a buscar sus cosas, de a poco se las fue poniendo. Era broma. ¿Cierto?

Se calzó el bóxer unos segundos después y la detuvo cuando abotonaba su blusa.

—¿Sigues molesta? ¡Por Dios, Anel! —bramó con las manos en la cabeza una vez que captó su atención—. Iván es un imbécil, créeme, lo hizo para fastidiar.

—Marcel, da igual. No mintió. Tú y yo solo nos acostamos, justo como acaba de suceder. —La simpleza con la que habló lo hizo estremecer. La sentía alejarse cada vez más a pesar de tenerla a unos centímetros y comprendió, así, de pronto, que eso no lo soportaba.

—Sí, pero no solo eso… —intentó hacerle ver, buscando en su mirada bicolor, que le creyera—. Salimos, hacemos otras cosas.

—Lo sé, es parte de todo… En serio, debo irme. —Siguió lo que hacía con los dedos temblando, trémula por dentro, ansiando salir de una vez de ese cosmos que la iba absorbiendo a un grado tal que se sentía ya en su interior diferente.

—¿Qué?, nunca te mentí —la confrontó, serio, quería ver la jodida luz en sus ojos de hacía unas horas. Mantenía el gesto duro, perforándola con la mirada, desesperado. Anel sintió un enorme nudo en la garganta que le generó escalofríos por todo el cuerpo. Alzó la barbilla serenamente fría.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 05.12.2019

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