Tú, nada más

Su razón

capítulo 17

Por la mañana abrió los ojos cuando él salía de darse una ducha. Se sentó sobre la cama frotándose los párpados. La junta. No habían tocado el tema, pero sabía que era ese día y que no lo hacía feliz. Lo observó elegir, molesto, lo que se pondría. Ropa más formal fue su elección y nada más alejado a lo que en realidad era. Arrugó la frente sin decir nada, simplemente estudiándolo introducir la camisa clara bajo aquel pantalón de vestir gris oscuro.

—¡Mierda!, odio estas babosadas —se colocó el cinturón, irritado. De pronto alzó la mirada, sabía lo estudiaba desde hacía varios minutos, pero no había abierto la boca para nada—. ¿Qué te sucede? —Su tono era seco. Ella negó acomodándose un mechón. Lo que más aborrecía era tener que dejarla.

El fin de semana anterior no se quedó a dormir, y desde que eran novios, ya casi quince días, era la primera vez que despertaban juntos. Se sentó a su lado para ponerse los zapatos. Todo él era una olla de presión a punto de hacer explosión.

—¿Por qué te vistes así? —Se animó a preguntar bajito. Marcel giró viéndola como si hubiese enloquecido.

—Sabes que debo ir a esa jodida junta —casi gritó, enfadado. Anel se acurrucó en la cama, mirándolo fijamente sin amedrentarse ni un poco—. ¿Qué? —Su paciencia estaba en menos diez y verla con sus hombros desnudos, solo tapándose con la cobija, con su cabello despeinado, recordar todas las cosas que le hizo la noche anterior, le deban ganas de estrangular a alguien, esos accionistas mejor, si se lo preguntaban.

—Creo que eso es lo que te molesta —dijo con soltura, señalándolo con uno de sus delicados dedos. Ya de pie se observó con las manos dentro de los bolsos.

—Debo irme, así que explícate, Anel. —En realidad estaba molesto.

—¿A quién quieres agradar, Marcel? —Le preguntó de pronto con timidez, pero con mirada firme, segura.

—Es una puta junta, no iré de bermudas, ¿verdad?

—Solo creo que no es aún tu trabajo, podrías ir como sueles vestirte, a lo mejor te hace sentir menos irritado. —La estudió incisivamente, varios minutos pasaron sin que se moviera. Esa niña era más de lo que parecía y sus palabras, sin comprenderlo, tranquilizaron a la fiera que gruñía en su interior. Tenía el poder que no le había concedido a nadie, el poder de sosegarlo, de decirle algo así y no gruñir, sino reflexionar. Ella jamás decía nada sin pensar, ya lo iba comprendiendo.

Asintió un segundo después entendiendo que de esa forma probablemente sentiría que tenía más el control. Se dirigió a su vestidor, cambió lo puesto por jeans oscuro no tan gastado como solía, una camisa gris Oxford de cuello redondo sin fajar y sus botas negras con cintas de diario. Una cazadora de piel negra y listo, se sentía mejor ciertamente. Agarró el picaporte para salir, negó suavemente y regresó hasta treparse a la cama y verla demasiado cerca. Ella no se movió, aunque parecía acalorada. Era la serenidad personificada.

—No te vayas, chiquilla. No tardo, dejé un duplicado del apartamento en el llavero, es tuyo, ¿okey? —Y besó sus labios con suavidad que de inmediato se tornó en ansiedad. Rezongando, salió casi corriendo de ahí antes de que de verdad llegase muy tarde.

Anel, una vez se había marchado Marcel, flotando a causa de aquel gesto, se duchó y recordó que en su mochila llevaba un libro que aún no terminaba. Lo tomó sin dudarlo, estaría sola un rato y las preguntas sobre el comportamiento de Marcel debido a todo eso no la dejaban en paz.

No comprendía por qué su resistencia, por qué no renunciaba si tanto le desagradaba, aunque en cierta forma lo entendía, ella misma no podía salir del agujero que se encontraba. Sabía bien que estar justo en el centro del huracán lograba que nadie pudiera entender las razones por las que ahí se continuaba. Aunque lo suyo era diferente, lo suyo era miedo, pavor en realidad, ese hombre la acosaba hasta en pesadillas. Lo odiaba y lo conocía bien, por lo mismo sabía que lo que hiciera al respecto debía ser bien pensado.

Ya había mandado algunas solicitudes a tiendas de ropa, a cafeterías, a sitios que podrían ofrecerle algo, lo cierto era que si la contrataban, no le daría el dinero suficiente para vivir, aunque podría recurrir a otras cosas. Dejaría la licenciatura, y, de hecho, cambiaría la carrera por Medios audiovisuales en la universidad del Estado. En mayo serían los exámenes, tenía tiempo para pensar…, pero si estudiaba, no se podría mantener y si ese tipo la encontraba, las cosas serían mucho peor de lo que eran. Sin embargo, pese a todo eso, no dejaría de maquinar lo que haría, de algún modo saldría de ahí pronto, muy pronto.

Dejó el plátano a medio comer sin más, el hambre se había esfumado de nuevo. Resoplando se recargó en la barra observando la cocina. Él parecía atrapado en su realidad, tanto como ella en la propia. Pero confiaba que por lo menos Marcel pudiese verlo de otra forma, darle un giro y ser feliz con ello.

Lo quería, lo adoraba ya para ese momento. Sus sonrisas, alegrías y seguridad, estaban donde ese chico de ojos oliva se encontrara. La hacía sentir deseada, valiosa, inteligente incluso, la veía con admiración cuando se dejaba llevar por aquello que adoraba y la tocaba como si de delicada tela se tratara. Se convirtió, en medio de esas noches, en medio de sus miradas, en medio de su tormento, de su dolor, en lo único que valía la pena de su vida y por lo mismo esperaba que las cosas salieran bien para él pese a saber que no sentía lo mismo por ella, pese a que su triunfo en ese mundo la alejaría del que tenía en ese momento, pese a que no se abría y sacaba lo que en su interior guardaba con tanto celo, pese a que parecía jamás se dejaría fluir con ella.

Sentada sobre el mullido sofá gris para uno de su habitación, leía sin detenerse, absorta en las páginas, muy concentrada. Acurrucada, con sus piernas arriba iba pasando las hojas intrigada. De pronto, él apareció en el marco de la puerta, recargado ahí, la observó absorto.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 05.12.2019

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