Tú, nada más

Tanta maldad

capítulo 18

—Ven, Anel —la instó, llevándola a unas tumbonas con las demás flanqueándolas—. Cuéntanos, ¿cuánto llevas con él? —Todas la miraban con curiosidad.

—Dos semanas —soltó bajito, sonriendo con timidez.

—Guau, creímos que saldría de la universidad sin que nadie lo pudiese pescar —soltó fresca una de ellas. Anel se acomodó un mechón tras la oreja sonriendo sin saber qué decir respecto a eso. De pronto, una chica le acercó un vaso.

—Anda, toma, ya no trae nada el tuyo… —negó educadamente. No tenía sed.

—Así estoy bien… —entre las jóvenes se observaron con complicidad cuando la menor perdió la vista en el lugar. Era asombroso que no hubiera ya tanta gente ahí, seguro estaban en lo de la pelea, pensó un tanto ansiosa. No era que le cayesen mal, pero se sentía segura cuando él estaba a su lado, le daba fuerzas para sentir que podía con lo que fuera.

—¿Haces todo lo que dice? —la desafió otra. Giró sin comprender el tono de crítica—. A los chicos les gustan las niñas con iniciativa. Además, no te dejes manipular, controlar, eso no está bien —expresó con suficiencia la pelinegra.

—No es eso —se excusó, aunque sí había algo de verdad en esas palabras.

—¿Cuánto se llevan? ¿Cinco años? Marcel acaba de cumplir 23, tú, ¿qué?, ¿18? —asintió, acomodándose la gafas. No, ya no quería estar ahí. Había algo en sus miradas, en su forma de moverse.

—Sé tú misma. Anda, pruébalo, te gustará. Total, un traguito no te convertirá en una alcohólica. ¿O crees que nosotras lo somos porque lo hacemos?

—No, pero…

—Anda —y le acercaron una botella que no tuvo la menor idea de dónde salió al tiempo que una le agarraba la nuca con fuerza y otra le hacía la barbilla hacia atrás riendo a carcajadas. Anel, sin comprender lo que ahí ocurría, quiso quitárselas de encima cuando sintió como pasaba el líquido quemando su garganta, pues una sujetaba su nariz para que tuviera que abrir la boca sin remedio. Luchó con sus manos haciendo de todo para que la soltaran, nada cambiaba. Empezó a toser, ahogándose, buscando alejarse de ellas. En cuanto bajaron la botella, otra sacudió su cabeza, divertida. Carcajadas llenas de burla resonaron en aquel solitario lugar.

—¿Qué tal? Todo una experiencia, ¿no? —No lograba respirar bien, su esófago ardía y su voz no salía, ¿qué pasaba, por qué le hicieron eso? Lágrimas provocadas por la propia bebida emanaron sin más, aturdida, intentó levantarse comprendiendo que ahí había maldad de sobra, una mano decidida detuvo su hombro, quiso zafarse, pero su cuerpo no era el de siempre—. ¿Quieres otro? —No pudo negar cuando entre las misma hacían todo de nuevo.

—¡No! —suplicó, al darse cuenta que pretendían repetir la acción. Cogió sus manos desesperada, aterrorizada. No tenía ni idea de qué bebía, pero su sabor era espantoso y sabía se ahogaría.

Unos segundos después se lo quitaron mientras el líquido se escurría por su cuello hasta humedecer su blusa, sus jeans,
su cabello. Toda ella era vodka. Sentía la mente ajena a su cuerpo. El mundo le dio vueltas, no lograba enfocar y sus extremidades comenzaron a cosquillear como si una fuerte dosis de anestesia las estuviera entumeciendo. Huir, eso quería, salir de ahí, pero nada le respondía, su estómago dolía y sentía en el esófago un ácido que ascendía vertiginosamente.

—Supongo que ebria te verás mucho más atractiva, tontita. —Ese tono lleno de odio la hizo girar con mucho esfuerzo. Apoyó ambas manos a los lados de su cadera para levantarse, salir de ahí de una vez, al hacerlo, tropezó, cayendo de lleno sobre el pavimento que rodeaba la piscina. Todas rieron. Las lágrimas se agolparon en sus ojos, ya no controlaba sus movimientos, su lengua estaba dormida y la cabeza le daba vueltas. Vomitaría irremisiblemente.

—Otra licuadora le caería bien para que aprenda su lección… Marcel era para mí, mosca muerta. —Al verla entre nubes espesas, reconoció a la chica que besó alguna vez en la cafetería. A gatas, sobre el rasposo piso, temblorosa, iba a intentar moverse cuando le volvieron a meter el líquido entre todas.

—¡Qué mierdas! —Anel reconoció esa voz sintiendo que su espíritu desfallecía.

Marcel no podía creer que Lalo perdiera el control de esa manera, sin embargo, que apareciera en su casa con tal desgarbo ese idiota, no era para menos. Cuando al fin lograron separarlos, él mismo trepó a su auto al causante del problema y regresó a la fiesta.

Lalo ya bebía por ahí, y su madre no supo sobre lo ocurrido, así que con Rodrigo al lado anduvo por el jardín casi vacío. Por mucho que sus amigas les hubiesen caído bien a su chiquilla, no las conocía y seguro no se hallaba cómoda del todo, además, ya deseaba irse, tenerla solo para él.

—¿Qué están haciendo? —soltó Rodrigo a su lado. Marcel siguió su mirada, y en cuanto la reconoció, fue corriendo hasta ahí con el corazón palpitando como un puto demente. Las hijas de perra le estaban dando de beber a la fuerza, mientras ella no oponía resistencia. Reían, se burlaban, Laila estaba ahí, de inmediato comprendió todo lleno de miedo.

¡Maldición! Eso no podía estar pasando. Una enorme aprensión y rabia creció al tiempo que se acercaba. Al gritar las responsables de semejante atrocidad se hicieron hacia atrás, asustadas, evidentemente en sus planes no estaba ser descubiertas.

—¡Qué mierdas! —bramó, incrédulo, horrorizado.

—Quería probarlo —se excusó la que tenía la botella, lívida. Marcel se la quitó de un jalón sin poder dar crédito de nada. Se agachó, notando la convulsión de la cual era presa su novia. No, no, no ella. Ardió, ardió al comprender lo que eso implicaría en esa mujer que lo enloquecía. ¿Por qué?

—¡¿Qué carajos le dieron?! —Las jóvenes lo miraban inocentemente.

—Vodka, quería vodka. —Rodrigo del otro lado, hincado, también, la observó preocupado, quitándole los lentes que estaban por caerse. Anel estaba pálida, empapada, moviéndose muy lentamente, evidentemente ebria, más que eso, alcoholizada hasta la última neurona.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 05.12.2019

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