Tú, nada más

Lo que sí era

capítulo 20

Marcó miles de veces más. Poco antes de las seis la llamada al fin entró.

—Hola… —su voz sonó tan serena como siempre. Casi deja salir el aire contenido de todo el día. Mierda, era como si la luz que sintió apagada por horas, se encendiera tenue, pero de alguna manera iluminara.

—¿Dónde estás? —le exigió saber poniéndose de pie en la sala, dando vueltas por la estancia como un león rabioso.

—Regresando de unas ruinas —¿Qué?, ¿era en serio? No podía creer esa independencia, ese ser tan temerario para algunas cosas y cuando se trataba de personas, tan miedosa.

—Iré por ti, ahora.

—Aún no llego. —Apretó el aparato lleno de ansiedad.

—¿Dónde te dejará el bendito camión o en lo que vayas?, porque vas sola, ¿no es así? —De pronto los celos al pensar que alguien más la hubiese acompañado, lo carcomieron.

—Sí, sola… Yo llego a tu apartamento —dijo serena, incluso un tanto cortante. Se desaparecía, sin más y parecía que no registraba lo que hizo, que le importaba un carajo tenerlo así, asustado, muerto de miedo de que algo le hubiese pasado.

—Dime a dónde jodidos voy por ti, y no estoy jugando, Anel. Te desapareces sin más y te da igual. ¡Maldición, pensé lo peor! —le gritó frustrado.

—Si estás molesto, no deseo verte —El chico observó el móvil como si fuese algo ajeno, algo que no reconocía. ¿Ella le dijo eso?

—Solo quiero estar contigo, ¿a dónde voy por ti? —preguntó bajándole unos grados a su tono, aunque aún irritado.

—En la nueva central, llego en media hora —apuntó tranquila.

—Espero que ahí estés —colgó y salió para allá de prisa. Deseoso de verla, aliviado de saberla con bien, pero furioso por su inconsciencia, por ponerse en peligro con esa facilidad y también asombrado por su claridad.

La joven bajó del camión y él ya estaba ahí, de pie. Sus ojos lanzaban fuego, llamas que quemaban. Acomodándose un mechón anduvo hasta donde se hallaba. No lo entendía, pero todo el día en Guachimontones2 la relajó. Sintió el aire sobre su rostro, pudo ir y venir sin más, libre, ser ella sin miedo, sin pensar en nada salvo esas pirámides circulares que hacía tiempo deseaba conocer. Su alma se limpió un poco, su mente se aclaró y sus sentimientos se reacomodaron. Lo había echado de menos, eso siempre sucedía cuando no lo tenía cerca, pero debía alejarse unas horas y, por otro lado, lo dicho el día anterior le dejó muy claro cómo se manejaba la relación: cada quien su vida, cada quien su historia, cada quien sus problemas.

—Hola. —Marcel la ignoró contenido, deseaba besarla hasta dejarla sin aliento, sin embargo, se sentía bastante enojado. Le quitó la mochila, se la colgó y caminó rumbo a la camioneta a paso firme. Al subirse arrancó prendiendo la música a todo volumen. No quería hablar con ella, solo quería saberla bien, completa, sana y eso… Eso lo veía él mismo.

Y por si todo lo ocurrido no fuera suficiente, se veía tremendamente hermosa, así, como estaba su cabello lucía desaliñado, sus botas miel sucias al igual que sus vaqueros. Llevaba una blusa cualquiera de color celeste y sus mejillas enrojecidas, se había quemado con el sol. Apretó el volante mandando al infierno las reacciones involuntarias de su cuerpo.

Al llegar, bajó de nuevo sin decir nada. Anel lo siguió desconcertada, ¿en serio seguía enojado? ¿Entonces, para qué fue a buscarla?

Entraron al apartamento en silencio. Marcel dejó sus cosas en el recibidor y fue directo a la terraza. Ahí prendió un cigarrillo mientras ella permanecía de pie, perdiendo la mirada en algo que no fuera ese hombre que la enloquecía y al cual no entendía. Comprendía su molestia, pero no a tal grado, echaba humo, literalmente. No le agradaba verlo así, la alteraba más de lo que debía. Nerviosa, sintiendo de nuevo ese leve dolor de cabeza, se sentó sobre el sillón de la sala, estaba exhausta mental y físicamente.

—¿Comiste? —lo escuchó tras de sí. Se irguió sin saber qué contestar. Si le decía que no, se enojaría más, asintió, mintiendo por primera vez. El chico resopló—. ¿Por qué no me dijiste que irías ahí? —cuestionó sin verla, su voz estaba cargada de dureza, de intriga.

—Tú… —Frotó sus manos sucias sobre el jeans—. Tú dijiste que no era necesario —con la boca abierta la observó atónito. ¡Puta mierda! Sí, eso fue lo que dijo, pero qué manera tan torcida de comprender las cosas, ¡maldición! De cualquier otro se hubiese reído, sintiéndose burlado, pero de ella, sabía era así. Anel se tomaba todo al pie de la letra. Apretó los puños serenándose. Cuando se sintió mejor pasó frente a su delgada figura y se sentó a su lado, recargó los codos sobre sus rodillas y la examinó mientras Anel miraba hacia otro sitio con tal de no verlo directamente. Traía ojeras, y pese a sus mejillas permeadas por el sol, no se encontraba bien.

—¿Por qué me mientes? —La cuestionó, dándose cuenta de que nuevamente algo ocurría. Giró pestañeando un tanto asustada, no le gustó nada que lo viese así. Se frotó el rostro suavizando su expresión. Luego se puso de cuclillas frente a ella, le quitó las gafas e hizo a un lado sus cabellos que se colaban sobre su rostro—. No dormiste y sé que no has comido… Luces cansada, además de triste, y soy consciente de que en parte es por mí. Estoy enojado porque me asusté. ¿Comprendes? Creí que algo te había ocurrido —murmuró, acariciando su mejilla. Anel parecía no creerle—. Escucha, ayer, bueno, sí, no debí molestarme, son tus decisiones, si no me tomaste en cuenta, lo entiendo…

—Creí que te agradaría saber lo que pensaba —se sinceró, ansiosa. Un electroshock recorrió su cuerpo en segundos. Se talló la frente y los ojos. ¡Era un imbécil!, siempre conseguía serlo con ella. Sonrió conciliador.

—An, solo me hubiera gustado saberlo antes. Sé que eres capaz de salir sola adelante, que eres inteligente y que podrías hacerlo, no sé, es solo que me gustaría apoyarte. —Eso ya qué más daba, por el momento estaban en pausa. Pasó la mañana maquinando una nueva manera y sabía pronto la encontraría, pero debía ser una en la que nada malo pudiera sucederle a ella y mucho menos a Marcel, lo que era un hecho es que pronto saldría de ese sitio, debía hacerlo. Agachó la cabeza mirando sus manos, no podía decirle lo que realmente ocurría, confiaba en él, pero era demasiado impulsivo, por otro lado, se arriesgaría, eso sin contar que la vería como una carga, una responsabilidad y eso era lo último que pretendía. No deseaba que la protegiera, quería que la quisiera, además, por mucho que su corazón sufriera arritmias cada vez que lo tenía así de cerca, de esa manera, él no confiaba del todo en ella y tampoco sentía lo mismo. No, ese no era su problema y la solución, tampoco. Marcel notó sin dificultad la sombra que cubrió sus lagunas, con un dedo en su barbilla hizo que lo mirara—. Hoy era la entrevista —le recordó con cuidado. Ella asintió despacio—. La perdiste…



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 05.12.2019

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