Tú, nada más

Su fin

capítulo 23

—¡Ven acá!, no seas tramposa —gritó y corrió detrás ella. La chica no se detenía, ni siquiera giraba la cabeza, reía sin parar venciendo el silencio de ese bosque que Marcel conocía muy bien desde joven y al que se le ocurrió llevarla el siguiente fin de semana para verla como era… Libre, ágil, alegre. No se equivocó, en cuanto llegaron, el viernes por la tarde, comenzó a explorarlo todo.

Tapalpa, conocido también como «pueblo mágico», un lugar campestre no muy lejano de la ciudad donde poseía una casa que desde hacía años no visitaba, pero que, pese a ello, se mantenía en perfecto estado.

Habló con la administradora que se encargaba de las propiedades que hasta ese momento nadie, salvo su familia y ella, sabían que eran suyas, y le comunicó que iría.

Por lo mismo, al llegar, la casa estaba limpia, y con todo lo necesario para recibirlos.

Anel se quedó pasmada frente aquella construcción. Era asombrosa, madera pulcramente cuidada, ventanas enormes, muebles modernos, se podían ver por todo el lugar, un gran jardín perfectamente cuidado la rodeaba.

—¿Te gusta? —preguntó mientras se disponía a bajar el equipaje de la camioneta.

—¿Es… Es tuya? —Marcel asintió, pasando a su lado con una simpleza que la descolocó—. Ven, dejemos esto y vamos a comer. —Lo siguió. El sitio era fantástico, contaba con comodidades y hermosos acabados. Después de dejar todo en la habitación, fueron al pueblo. Comieron en un sitio justo en el centro y luego deambularon por las calles mientras Anel no perdía ocasión para sacar su cámara.

A la mañana siguiente, salieron muy temprano. El sol apenas si se asomaba por lo que la vegetación propia del lugar estaba sumergida en la semi sombra que pintaba el alba. Marcel llevaba una mochila colgando con todo lo que pudiese necesitar y a Anel aferrada de su mano con esa linda sonrisa que lo iluminaba todo.

Caminaron por senderos silenciosos, adorando lo que el paisaje les regalaba. Las lluvias aún no llegaban por lo que el café y el amarillo prevalecían, de todas formas, ambos absortos y agradecidos por poder estar ahí, en un sitio que los hechizaba.

Anel tomó fotografías de árboles retorcidos o con algún elemento que llamara su atención, de prados secos que dejaban ver cierto juego con las luces, de plantas verdes en medio de la nada, animalillos o insectos, en fin… Ella disfrutaba tanto como él, sentirse perdida en esa inmensidad.

Marcel se sabía de memoria esos caminos, nada había cambiado a pesar de los años. Con su padre los recorrió miles de veces. Ambos adoraban lo que les brindaban los espacios abiertos y no fue hasta que Marcel se topó con esa chiquilla recorriendo esos senderos, que cayó en cuenta de lo mucho que los extrañaba, de lo mucho que le hacían falta.

Subieron, bajaron y anduvieron por horas. El calor era algo intenso, pero a ninguno de los dos parecía importarle. Se detenían, le daba un pedazo de naranja que ella exprimía dentro de su boca encantada, y luego continuaban. Casi a las once, pararon y engulleron unos emparedados que entre los dos prepararon antes de salir.

El aire allí, bajo esas piedras, era agradable. Conversaron sobre aquel sitio mientras él le explicaba lo que sabía de ese lugar. Después siguieron. Anel intuía que Marcel tenía un objetivo, un destino y que la llevaba hacia allá.

Subieron una especie de montaña muy empinada. Él se movía con maestría, con obvio conocimiento de cómo escalarla, luego, ayudado por la agilidad de la joven, aferró su mano más de una vez para que lo siguiera. Cuando al fin llegaron casi a la cima, Anel abrió la boca como una enorme O.

—¿Verdad que es genial? —murmuró, escuchando el viento soplar con más fuerza, con las manos dentro de los bolsos del pantalón cargo. El lugar era plano, pasto esparcido, pero seco, piedras por doquier y una vista asombrosa, se podía subir más, pero con ella no se aventuraría.

—Es increíble, Marcel —expresó la chica, dejándose caer en el piso para poder contemplarlo sin más. Se acomodó a su lado felicitándose por su idea. Eso era lo que ella disfrutaba. Anel sabía apreciar ese tipo de cosas, veía en ellas, lo mismo que él: libertad, plenitud, un motivo—. Gracias —musitó con los ojos cerrados, deleitándose del aire que despeinaba sus mechones sueltos. Marcel la observó, embelesado, definitivamente no quería un mundo en el que esa mujer no se encontrara.

—Solía venir con mi padre, aunque allá, más arriba —dijo y señaló con el dedo la verdadera cima. Ella alzó la vista, asombrada.

—Pero… ¿Cómo? Está muy alto, empinado, casi vertical —sonrió, negando con una rama entre las manos y sus rodillas flexionadas.

—El rapel, ¿recuerdas? —Ella asintió evocando aquella vez en El Diente—. No es tan complicado, solo arriesgado, hay que tener cuidado.

—Se necesita mucha fuerza.

—¿Me estás diciendo debilucho, Estrellita? —sonrió, negando, al notar su tono juguetón. Era todo menos eso. El chico le guiñó un ojo, sereno. Su gesto parecía relajado, su semblante, el de alguien que no se penaba por nada.

—¿Vienes seguido? —cuestionó, intrigada.

—No, desde que vine con él la última vez, no había regresado. —Anel sintió una ola de electricidad recorrer su cuerpo.

—¿Los recuerdos? —susurró, jugando con una piedrilla que tenía entre sus pies. Seguía sin saber mucho de él, a eso ya estaba acostumbrada, así que adivinaba que una evasiva era lo que vendría.

—Los remordimientos —confesó con la vista perdida en lo majestuoso de aquel sitio. Ella lo miró intrigada—. Yo… Yo estaba a unos metros cuando sucedió el accidente —no se movió ni siquiera quería respirar, Marcel parecía concentrado en su memoria, en algo muy lejano y todo indicaba que, al fin, abriría algo trascendental, vital y eso era mucho más de lo que alguna vez fantaseó podía pasar—. Íbamos rumbo a una cena navideña. No solíamos discutir, pero a últimas fechas, desde que le dije que deseaba estudiar Arquitectura, entrábamos en peleas tontas… Él no quería, decía que mi futuro era la empresa, que debía estudiar algo relacionado a ello, que tenía un legado que cuidar, que era lo que construyó para nosotros, que sería bueno y que no debía desperdiciar mi capacidad. Que construir casas lo podría hacer después. Me opuse, me opuse una y otra vez… Mamá parecía afligida por la situación, sin embargo, creía que de verdad yo lo lograría… Esa noche, rumbo a aquella cena, Lily, mi hermana menor —sonrió, mirándola de forma especial—. Ella tendría tu edad… —Anel parpadeó y torció sus labios para dibujar una sonrisa tierna—. Sacó a colación algo sobre eso y empezamos con lo mismo. Enfadado, harto de que no me escuchara, de que no comprendiera lo que deseaba, me bajé en plena avenida cuando estaba en alto. Llegué a la acera, rabioso, cansado de que no respetara lo que quería. Avanzaron para estacionarse. Cuando giré, un camión… Un camión los impactó por un costado… Vi cómo desaparecían de mi campo de visión. —Se limpió una lágrima con dedos firmes, jamás había vuelto a hablar de ello, pero ahora, ahí, con ella al lado, necesitaba hacerlo, decirle, que supiera, sacar toda esa mierda que lo carcomía, que lo entumía, que gracias a su presencia se había ido diluyendo—. Grité, corrí, le pegué a la lámina del auto intentando abrirla después de lo ocurrido, quise sacarlos. Sangre por doquier, ninguno estaba consciente, el coche quedó impactado contra un muro a una cuadra. Luego todo fue confuso. Mi madre muy grave. Mi hermana falleció casi al instante y él… En coma. Creí que enloquecería, creo que en esos momentos lo hice. Ver la vida de quienes más te importan consumirse en menos de un segundo no tiene comparación con nada. —Aventó una piedra pequeña con rabia mientras ella los escuchaba, pasmada, con un enorme nudo en la garganta, asombrada de que al fin se abriera, hablara un poco de lo que en su interior habitaba. Lo que le contaba era horrible, demasiado duro y podía revivirlo con cada una de sus palabras—. Primero, mi madre, luego, él. En dos días, los tres murieron —suspiró de nuevo perdido en la inmensidad—. Jamás creí que se pudiera sentir tanto dolor, que los perdería en un pestañeo. A las semanas supe que heredé todo. Decidieron guardarlo en secreto debido a mi seguridad y para darme tiempo a que asimilara lo ocurrido. Viví casi un año con mi tío Efrén, él y mi padre siempre fueron muy cercanos. Deprimido, desganado, tomaba día y noche, a veces no llegaba, incluso, me drogaba. Perdí el año y les rogué me dejaran en paz. Sentía la lástima de todos sobre mi espalda, sus miradas, su pena. La condición para dejar de hostigarme fue demostrar que podía ser responsable de mí. Lo hice, seis meses me comporté ejemplarmente, ya en otro colegio, lejos de todo. Fue así como terminé viviendo solo, en ese apartamento… Pocos saben que tomaré posesión —la miró fijamente—. No lo deseo, An, no era mi sueño, pero no puedo fallarle, no otra vez. —La chica ladeó la cabeza sosteniéndole la mirada dulcemente, perpleja de cada palabras emitida, de ese impresionante confesión. Lo conocía, no soportaría que le hiciera saber lo mucho que le dolía pensarlo en semejante situación, presenciando algo como aquello y es que era impactante, desgarrador. Así que iría por donde sabía, no lo sumergiría.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 05.12.2019

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