Tú, nada más

Monstruo

capítulo 24

Marcel no podía despegar los ojos, ni las manos, ni los pensamientos de esa joven de pestañas larga, cuerpo escuálido y olor a naranja. Simplemente no podía, no después de aquella noche en el campo, no después de sentir lo arrebataba de aquel mundo de sombras para guiarlo a otro donde la luz entraba a chorros, no después de esa palabra.

Al día siguiente fueron a comer con la familia de él, como cada mes. Por supuesto, la recibieron encantado. Se mostró más desinhibida, aunque tímida. Así era su Estrellita. No obstante, ambos traían una sonrisa pegada al rostro que no lograron esconder, sobre todo él.

Desde que despertaron, ya todo fue diferente. Primero la sintió levantarse, quejoso, la aferró por la cintura y la pegó de nuevo a su pecho.

—¿A dónde vas? —Tan sonriente como cándida, se acurrucó contra su pecho dejando besos sobre su cuello al tiempo que la enjaulaba comprendiendo que eso era felicidad.

—Tengo hambre —murmuró despacito, rozando con su nariz su pecho. Marcel sonrió embelesado, complacido. Era muy raro que de Anel brotaran esas palabras, aunque a últimas fechas, cada vez que compartían sus cuerpos, era esa chiquilla la que salía de la cama para ir a engullir un plátano, fruta que nunca debía faltar, o un cuenco con helado, incluso descubrió que un cereal de chocolate que él solía comprar, le fascinaba, por lo mismo esa también era un opción.

Era muy cómico verla de pie engullendo aquello junto a la barra, deleitada. Anel no tenía problemas con la comida, sino con el ambiente que acompañaba esos momentos, así como también, con su propia situación emocional. Desde eso, hasta muchas cosas más, sentía que la conocía casi como a él mismo, por eso sabía que una pieza de esa preciosa persona por la que ya daría la vida, le faltaba. Sin embargo, de pronto, ahí, escondida soltó dos palabras que lo dejaron noqueado—. Marcel, te amo —dijo suavecito, como en un susurro. Antes si quiera de que pudiera reaccionar, ella ya estaba dentro del baño.

Con la mirada perdida, los ojos bien abiertos y sintiendo que una marea cálida derretía con mayor facilidad todo lo que en su interior había, se quedó ahí, paralizado. Anel salió después de ducharse, le sonrió como si nada y fue directo a la cocina ya vestida, pues su equipaje, ahí residía.

No supo qué hacer. Así que unos minutos después la alcanzó. Engullía cereal con ansias a un lado del refrigerador, de pie y atenta al tazón. Era tremendamente tierna, por lo mismo rozaba en la sensualidad ardiente y eso lo consumía. Abrió y cerró las manos, nervioso.

—¿Quieres? —preguntó la chica relajada, alzando un poco el tazón. No dejaba de masticar y, bueno, no era para menos, la noche a él también lo había dejado famélico. Lo compartido no tenía comparación con nada en el jodido planeta, fue mejor que cualquier cosa que sabía, pudiese existir.

—No, creo que necesito algo más consistente. —La joven alzó los hombros concentrada en su qué hacer.

¿Era en serio? Le soltaba esa palabra, ¿y ya? ¿No preguntaría nada, no lo vería expectante?, ¿no se pondría nerviosa?, ¿no esperaría a que él también se la dijese?

La observó otro segundo, pestañeando. Aunque la conocía, en general no sabía cómo actuaría, eso siempre lo mantenía atento a ella, a sus reacciones, a sus movimientos. Anel era atípica en más de una manera y eso lo adoraba.

Decidió seguirle la corriente. Sus sentimientos estaban en un reacomodo bastante complejo, como el que se daría en la Tierra si de pronto todas las placas tectónicas se moviesen y los continentes, nuevamente, cambiasen de posición, juntando a Asia con América como lo estaba en realidad de Europa.

Así de complicado, así de difícil, así de fuerte. Eso era un choque de galaxias sin precedentes, nunca antes sentido, nunca antes vivido. Atemorizante y asombroso, trascendental.

Casi tres semanas pasaron de aquel fascinante fin de semana. Marcel ya no tan solo la extrañaba por las noches, sino que dormía poco, y la evocaba desesperadamente. Necesitaba de ella, de su cercanía, de sus palabras, de su mirada, de su ser… Mierda, la quería tener pegada a sí mismo en todo momento si fuera posible.

Pasaban, como desde meses atrás, todo la tarde juntos, pero al anochecer, cuando debía dejarla en esa puta jaula dorada que era esa fría casa, además de rezar porque su madre no hiciera otra salvajada, la añoraba con desespero.

Llegar al apartamento y convivir con su ausencia era doloroso, pesaba, oprimía su alma. Por lo mismo, ya varias veces, había terminado en casa de Efrén cenando, jugando tonterías con las niñas. Ahí se sentía acompañado, y su ausencia no era tan evidente, aunque estaba presente. Había ocasiones en las que también la llevaba y más tarde la dejaba en su casa.

No entendía bien qué le sucedía, pero por un lado la necesidad de la calidez que proporciona un hogar; crecía y, por otro, lo que antes adoraba, no le atraía. Solo deseaba pasar sus horas con ella, en un ambiente sosegado, lleno de paz, de armonía, de palabras dulces y caricias placenteras.

—Quisiera poder saciarme de ti —musitó contra su boca. Estaban en aquella esquina donde solía dejarla. Anel rogaba que justo eso jamás sucediera. Ya bastante fue decirle lo que sentía así, sin más, asumiendo que era unilateral, como para que además la dejara por no encontrar más que tomar de su ser el cual, ya le había entregado todo.

—Debo irme —murmuró, devolviéndole el beso. Ya comenzaban las entregas de trabajos y la semana siguiente, algunas pruebas, por no decir que en ocho días ya saldría de su casa definitivamente. Tenía el dinero, un cuarto en una casa de asistencia que decidió alquilaría después de haberlo visitado con su novio y que este, a regañadientes, le hubiese dicho que sí parecía adecuado. Una de las entrevistas de trabajo al parecer había salido mejor de lo que pensó, así que no perdía las esperanzas, ya todo iba tomando forma. Pero en ese momento debía seguir con sus deberes y él también, pese a que por la tarde estuvieron cada quien absortos en sus tareas.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 05.12.2019

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