Tú, nada más

Así lo quiero, así lo quiere

capítulo 27

La noche trascurrió en silencio, ambos despiertos, envueltos en su abrazo. Intercambiando mucho más que su tacto. Marcel quería hablar, decirle que era su vida, pero su mundo, ese que cuidadosamente encerró, que enjauló, que cerró con tanto esmero, de pronto lo alcanzó, se hizo presente así, sin más. Dejando expuestas las heridas, los vacíos, la felicidad, la nostalgia, el miedo y todo aquello que evadió por seis años.

Lo ocurrido fue mucho más de lo que alguna vez creyó llegaría a experimentar en toda su vida, como esa avalancha que lo sumergía, que lo cambiaba. Todo era tan fuerte que podía jurar que su pecho pesaba, ansiaba, asimilaba e intentaba de alguna manera acomodar todo aquello que era mucho más grande y fuerte que él.

La sentía ahí, sobre su torso, segura, respirando serena. No habría pesadillas y si sucedía, ya sabía cómo hacerla volver. Encontrar las maneras menos esperadas, con Anel siempre había sido la clave. Esa niña, esa mujercita, esa persona espectacular, le devolvió la libertad, y no era hasta ese momento que lo comprendía. Aspiraba su aroma a naranja, sintiendo sus huesos delicados en su cuerpo, compartiendo el mismo espacio, sin embargo, dolorosamente consciente de que estaba fracturada, fracturada en su esencia, en su alma, y para que esta sanara, llevaría un tiempo, tiempo en el cual se dedicaría a alentarla, a ahuyentar los fantasmas, a cuidarla.

Por la mañana abrió los ojos sintiéndose observado. La última vez que vio la hora eran las cinco. Giró despacio. Anel, acurrucada del lado, lo veía. Por supuesto no tenía huellas de haber dormido. La buena noticia era que la pesadilla, tampoco llegó por lo mismo.

No deseaba dormirse, de hecho, por horas sintió que el sueño no existía en su registro anatómico, no obstante, sin percatarse, se entregó en algún momento. Tantas emociones. Del infierno al cielo y sin sentirse en el paraíso debido a lo que ocurrió. La paz que le otorgaba saberse él al fin después de perderse por tantos años, no lograba permearlo, pues todo lo ocurrido se lo impedía. Sonrió débilmente, su carita herida, junto con su mirada saturada de aflicción, le hizo recordar la realidad de golpe.

—Debes ir a la universidad —dijo bajito. Marcel ladeó la boca mostrando un atisbo de esa sonrisa seductora que a ella la derretía y que jamás le había dicho, pero que lograba hacerla olvidar de alguna manera toda su realidad, lo vivido.

—No te dejaré sola… —sentenció, acomodándose de lado para tenerla de frente. Alzó una mano y, con cuidado, acarició sus cabellos. Sonrió, nostálgico, al recordar que ni ese gesto aparecía. Sentía la misma ira del día anterior, la misma impotencia, el mismo dolor, no obstante, se sentía más tranquilo, pues sabía a su Estrellita ahí, en algún lugar dentro de ese cuerpo por el que podría reinventar el mundo, convertirlo en un sitio de colores
y sueños, donde ella pudiera vivir en paz, sonriendo, disfrutando y captando con su cámara todo lo que le apantallara.

—Ariana dijo que vendría. —Era cierto. Anel Observó el reloj, las nueve. Un segundo después la puerta de la entrada sonó—. Es ella. —Iba a levantarse, pero Marcel la detuvo, negando, serio.

—Iré, pero no te quiero fuera de aquí, te quiero tranquila, Anel. —La joven subió sus pies obedientemente. El cuerpo le dolía más que el día anterior y el corazón era como una piedra afilada que rasgaba su interior. El chico se puso algo encima frotándose el rostro, se lavó los dientes y antes de salir de la habitación regresó ubicándose frente a ella penetrando sus ojos bicolores—. Debes dormir, comer… —Anel giró el rostro, nerviosa. Marcel acunó con cuidado su barbilla e hizo que le pusiera atención—. ¿Deseas que no haga nada estúpido, cierto? —Enseguida respiró agitadamente. Negó, irguiéndose—. Entonces, no lo hagas tú tampoco. No haré nada si tú comes e intentas dormir, de lo contrario… No hay trato. ¿Qué dices? —La desafió sin sentirse en lo absoluto culpable por aquella manipulación, pero sí embustero, haría lo que tuviera que hacer, la cuestión era que ella no se enteraría y el intercambio, era justo.

—Marcel, por favor…, tú dijiste… —De nuevo sus ojos acuosos. Resistió las ganas de consolarla.

—¿Sí o no? Yo cumplo, tú cumples… —Anel asintió vencida. El chico besó sus ojos enternecido hasta la médula. Esa mujer era la sangre que su corazón necesitaba bombear para que su cuerpo existiera—. Esa es mi Estrellita —dijo y salió.

Ariana llevaba una maleta marrón. Además de ojeras y notoria tristeza. El día anterior no pudo caer en cuenta de nada, todo sucedió de pronto sacándola de su órbita. Pero era asombroso que su hermana estuviera con él, que no lo supiera y que la adorara de esa manera.

—Pasa… —invitó y cargó el equipaje sin dificultad. Marcel lucía recién despierto.

—¿Cómo está? —quiso saber, preocupada. El chico negó, rascándose la nuca.

—No está bien…

—Llegué en mal momento… —comprendió al verlo servirse zumo en un vaso y negando cuando le ofreció.

—No, en unos minutos debo irme… Es solo que dormí muy poco… —admitió, tomándose enseguida la bebida de un gran trago. Ariana llenó de aire sus pulmones.

—¿Ya te dijo lo que ocurrió? —negó, encarándola—. Escucha, no tienes que hacer esto… Puedo…

—No sigas, Ariana. Anel está conmigo, la cuido yo y no quiero que nadie contradiga lo que ella elija… —La chica lo observó entornando los ojos.

—¿Cuántos años tienes?

—Tu edad… —masculló, llevándose un plátano a la boca en lo que sacaba todo para preparar un emparedado.

—¿Cinco años? —indicó de pie a unos metros.

—Sabes sumar… —untaba despacio la mantequilla sobre el pan sin prestarle atención.

—Y tú también —respondió ácidamente. Marcel alzó sus ojos aceituna y rio sarcástico.

—No es menor de edad, ni yo un anciano. No lo hagas ver como si así lo fuera, porque no me la tragaré… ¿Acaso te molesta algo, Ariana? —La joven observó el sitio, tensa.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 05.12.2019

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