Tú, nada más

Un motivo

capítulo 29

En la madrugada la escuchó quejarse, antes de que todo avanzara la despertó con cuidado. Ella, de inmediato, reaccionó ante su voz. Aprovechó y le dio los medicamentos, un poco de zumo y la observó perderse en el sueño pocos instantes después.

Marcel la mantuvo pegada a su cuerpo, acariciando su brazo, besando su cabello. En efecto, todo iba mejor en esa cabecita hecha de hierro solido que lo desquiciaba hasta el punto de no poder ver más allá de esa joven que tenía frente a él.

Por la mañana quiso salir de la habitación. Desayunaron en silencio sobre aquella barra que era testigo de tantos y tantos momentos entre ambos. Después se dio una ducha y decidió recostarse un poco más, casi de inmediato cayó rendida. Marcel ahí, pululando, ayudando, con palabras consoladoras, con serenidad en la mirada, lograba hacerla sentir que todo aquello no era más que parte de una pesadilla que acababa de terminar, de la que nunca más sería partícipe y eso le estaba brindando la oportunidad de irse sintiendo cada minuto, cada hora, mejor.

—Marcel… —El chico terminaba un trabajo que debía entregar la siguiente semana, ahí, en la cama, a su lado. Giró de inmediato sonriendo con dulzura. Notó su nerviosismo, de nuevo se acomodaba ese bendito mechón y miraba a su alrededor.

—Dime, An… —La joven se enderezó y cruzó sus piernas. Enseguida, dejó el ordenador sobre la mesa de noche y la imitó. Algo le diría.

—Yo… Yo quiero que sepas lo que ocurrió. —No supo qué hacer ante aquello, pero sabía que no debía mostrarse ni alterado, ni nada… Simplemente atento, ecuánime, a pesar de que la sangre hervía por dentro como si lava recorriera sus arterias inyectando su corazón de una adrenalina ardiente que lo hacía desear no solo hacer lo que haría, sino matar a ese hijo de perra y cualquiera que osara volver a tocarla.

—Si te sientes lista, yo lo estoy —admitió, ubicándose frente a ella con decisión.

No comenzó con lo sucedido esa noche, sino hace años…, muchos años atrás. Poco a poco fue narrándole con esa vocecilla envolvente los momentos más fuertes de su existencia. A veces lo miraba, otras simplemente jugaba con sus dedos, con la tela del pantalón rosado que llevaba.

Comprender el infierno lleno de torturas, momentos repulsivos, de miedos y los motivos de sus reacciones lo hizo sentir odio por primera vez en su existencia, odio de verdad, ese que hace llegar a ser alguien irreconocible. Por otro lado, la admiró con el alma pues logró salir avante. Su perfil bajo, su forma de darle la vuelta a las cosas sin permanecer en ello más de lo necesario, sus ganas de vivir, de sentir. Y es que, al verla, con esa cámara en la mano quedaba bastante claro lo que Anel sí era: vitalidad, ternura, temeridad, adaptabilidad y, por demás, observadora, por no decir, libre, sonriente, la antítesis de lo que en su casa vivía y era así, como ya casi todo el tiempo se mostraba con él, era justo esa parte la que lo atraía, la que lo hacía estar atento de su menor movimiento, pensamiento, sentimiento.

Ella parecía ser un globo al que sujetar el cordón era simplemente imposible, aunque pareciera lo contrario. Estaba ahí porque lo deseaba, compartía sus momentos, su mente, sus fantasías, su tiempo y su cuerpo, porque quería hacerlo, porque se sentía bien estando ahí, porque desde que aquel morboso juego comenzó, ella lo quiso, le atrajo. De otra manera, ahora sabía que hubiese dado la vuelta sin la menor dificultad y habría sepultado en sus recuerdos aquel momento donde la besó sin más ese día, ya hacía varios meses atrás.

Anel no era enrevesada, quería o no, listo, nada oculto, nada extraño, nada torcido. Se sentía contenta; reía. Se sentía triste; no hablaba. Se sentía nerviosa; no comía. Se sentía libre; vivía. Nada excesivo, todo en su justa dimensión. Por eso, cuando la veía vibrar, le sabía al más sublime triunfo porque no era una chica que fingía, que evadía.

Así de sencilla, así de compleja para alguien acostumbrado a no hacer contacto con su interior, para alguien que llevaba demasiado tiempo peleando con los sentimientos, con nombrar las emociones, con dejarse llevar por el momento tomando de él lo que le sirviera, sin pensar en lo que fue o pudo haber sido.

—Esa noche, él descubrió que tú y yo… Que estábamos juntos y… —Tembló más que en el resto de la narración. Evocar justo ese momento le provocaba una pequeña taquicardia. Marcel acercó lentamente su mano y enredó sus dedos en los de ella—, me atacó. Dijo que era suya, que aprendería, que era una zorra. Me golpeó al ver que no cedía, que luchaba. Cuando creí que lograría lo que deseaba, lo pude golpear con una lámpara… Mi madre apareció y pensé que ahora sí me creería —negó, al tiempo que se limpiaba las lágrimas que salían, pues mantuvo enjauladas sin la menor sospecha de que aparecieran—. Me equivoqué, Marcel —dijo y lo miró con esos ojos tan redondos, con aquellas pestañas enormes que ahora parecían ser las alas que resguardaban la guarida de aquella celestial criatura que trastornó su esencia sin avisar, sin proponérselo—. Sé que debí huir antes, que fui cobarde, que…

—Anel, hiciste lo que creíste mejor. Nadie, ni siquiera tú, puede juzgar tu proceder —habló al fin dolido por su pena, acongojado por todos esos dolorosos capítulos que sería complicado dejar atrás.

—Temía, le temo. No quiero que te haga daño, que se me acerque. —El chico besó sus delgados dedos, negando.

—Jamás se acercará, Anel. —La chica arrugó la frente preocupada, de inmediato se acomodó un mechón con su mano inmovilizada.

—¿Por qué lo dices? —preguntó suspicaz—. Marcel, juraste que no…

—No hice nada, tranquila. Pero todos los hombres que hacen algo así, son cobardes, Anel, se crecen ante el miedo, no te hará nada nunca más simplemente porque ya lo sabemos, porque ya no es un secreto, porque no lo permitiré.

—Lo denunciaré —decidió con el mentón alzado. Marcel la observó atónito, impactado, sintiéndose asombrosamente orgulloso de esa valiente chiquilla que tenía frente a él. No hacía ni dos días de todo aquello y ya iba logrando saltar la hoja. Impresionante—. No temeré más, no quiero, no debo. ¿Verdad? —Mierda, esa última palabra lo terminó de doblar. Se frotó el rostro ansioso. Un segundo después posó su frente sobre la suya.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 05.12.2019

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