Tú, nada más

La luz

capítulo 35

Llegaron al apartamento unos minutos después. En cada esquina se detenían para besarse, para tocarse o para simplemente decir una y otra vez lo que sentían. Envueltos en esa deliciosa emoción que da el ser feliz, se dejaron llevar.

—Vaya, al fin aparecen. —Abrió la puerta Ariana sin esperar a que ellos lo hicieran logrando de esa manera sorprenderlos en pleno beso ardiente, ahí, a un lado del marco. Los dos soltaron risitas pícaras mientras ella los observaba sacudiendo la cabeza y rodando los ojos—. ¿Dónde andaban? ¿Ya vieron la hora?
—Marcel aferró la cintura de Anel al ver su frescura, pues le dio un beso en la mejilla a su hermana de lo más serena y pasó con su novio detrás hacia el interior.

—¿Cómo sabías que estábamos juntos? —La encaró, pegándose de nuevo a él, radiante, con un brillo en su mirada que jamás le había visto.

Marcel se sentía tan extraño con ese nuevo comportamiento, parecía más desinhibida, más relajada. Le gustó, le gustó bastante porque era su Anel, pero mejorada, más libre, definitivamente más segura. Besó su cabello sonriendo.

Al llegar, horas atrás, lo primero que hizo fue dirigirse a ese apartamento, por supuesto, sacarle la dirección a Laura le costó un poco, pero al hacerle comprender que de todas formas la conseguiría, logró que, a regañadientes, la soltara. Cuando escuchó los pasos del otro lado avanzar hacia la puerta prácticamente dejó de respirar. Ariana abrió claramente asombrada, descolocada, era evidente que no tenía idea de qué hacía justo en su umbral.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó sin dejarlo entrar. Marcel ladeó la cabeza, observándola fijamente.

—¿En serio? —refutó con sarcasmo. Esa chica no le caía mal, pero desde el principio fue evidente que no congeniaban. Ariana entornó los ojos.

—Pasa… —dijo y sin mucho ánimo le permitió avanzar. Anduvo por aquel sitio reconociendo levemente el aroma de Anel. Casi cierra los ojos para poder identificarlo con mayor claridad. El lugar era pequeño, pero muy iluminado y agradable. Se detuvo a la orilla de un comedor de madera bastante casual. La tranquilidad en ese sitio era palpable. Sonrió.

—Escucha, no tengo idea de qué traigas entre manos, pero… —La puerta sonó. Marcel rio bajito con indolencia.

—Me sentaré, te espero… —La chica rodó los ojos asintiendo. Dio dos pasos más hasta el sillón cercano. Una puerta abierta del lado derecho lo hizo girar, lo que vio justo al frente en aquella habitación lo dejó sin aire. En un enorme corcho, muchísimas fotografías y no le costó trabajo ni reconocer el lente, ni muchas las imagen que ahí estaban. Cerró las manos en un puño sintiéndose más nervioso aún y asombrado de poder recordar con una claridad increíble muchos de esos momentos, incluso sentirlos.

—Ah, eres tú. —Marcel giró levemente y de reojo pudo ver a Ariana dándole la espalda y, justo en frente, un chico muy alto, de facciones duras y cabello ondulado cayéndole por el rostro de forma desordenada. De inmediato, se sintió intrigado, así que no se movió de lugar.

—Sí, y necesito que me ayudes, Ariana. Te lo suplico, sabes que me gusta… Lo de ayer fue un impulso, no debí besarla, pero es que no puede seguir así, debe abrirse. Tú puedes hacer algo, lo sé, no quiero que se aleje, me enamoré sin poder evitarlo y quiero luchar por ella… —Esa jodida voz se escuchaba claramente desesperada. Los vellos de su nuca se erizaron, cerró con mayor fuerza los puños y los ojos, respiró una y otra vez para tranquilizarse. Debía calmarse, eso le pasaba por imbécil, por ciego. Era evidente que esa chiquilla rompería el corazón de quien se le pusiera en frente, tenía esa personalizada que atraía a los hombres sin ni siquiera percatarse.

Juró por lo bajo, concentrándose. Él estaba ahí para recuperarla y si lo lograba, ni ese tipo, ni ningún otro tendría cabida. Asombrosamente pudo, con calma, sentarse en el sillón. Le urgía saber dónde estaba su Estrellita para ir hasta ella de una maldita vez. El tiempo corría y sentía que iba contra reloj, urgía expulsar de su sistema lo que en su interior había, lo llenaba y consumía.

—Escucha, ahora no puedo atenderte, pero te aconsejaré algo… Olvídala, creo que ella pronto tendrá lo que desea. Solo quiero verla feliz, Kyle, y espero que eso al fin llegue. —Marcel sonrió para sí, esperaba que hablara en serio porque, en general, siempre sintió esa reticencia a su relación. Un segundo después escuchó la puerta cerrarse—. ¿Y bien? ¿A qué viniste, Marcel? Ayer te marcó y tú… —Ya estaba de pie frente a él con los brazos cruzados sobre su pecho, reclamando, en pose mandona. Casi rueda los ojos, se contuvo, si tenía suerte, pronto serían familia y debía llevar las cosas en paz.

—Dime dónde está, iré a buscarla… —zanjó, recargando los codos sobre sus rodillas, serio. Escuchar que aquel hombrecito la besó no lo tenía precisamente brincando de alegría, aunado a los nervios y demás jugos gástricos quemando su esófago debido a lo que deseaba hacer, pues no estaba para la envergadura de celadora que esa chica solía tener.

—¿Cómo supiste dónde encontrarnos?

—Laura, y, en serio, Ariana, hablar contigo es interesante, pero necesito verla. —La joven lo miró penetrantemente. No daba aún crédito de lo que estaba ocurriendo y cuando le abrió a Kyle, y soltó todo aquello, juró que Marcel se acercaría y comenzaría una pelea encarnizada. Pero fue todo lo contrario, parecía decidido y calmado, diferente.

—No quiero que la lastimes, no quiero que ya nada lo haga… —soltó un tanto amenazante, otro tanto ansiosa. Eso logró doblegarlo, al final ella lo hacía por su bien y eso jamás podría reprocharlo, esa chica era su hermana.

—Estamos del mismo lado, no lo olvides. —Ella asintió, suspirando. Se alejó y regresó con un papel en el que venía la dirección.

—Ahí trabaja, y te hago responsable de lo que sea… ¿Entiendes? —Marcel se levantó, tomó lo que le interesaba y sonrió, divertido.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 05.12.2019

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