Tu novio o el mío [sichul]

Capítulo Dos

EL SIGUIENTE fin de semana, a quince kilómetros de Willara Downs, Heechul oyó un inconfundible flap, flap, flap, procedente de la rueda trasera del coche. Rogó para sus adentros que no fuera lo que se temía.

Pero la esperanza era inútil. En su infancia había oído ese sonido demasiadas veces… su padre siempre había estado cambiando ruedas del autobús. En ese momento, y con enfermiza certeza, supo que tendría que aparcar en el herboso arcén y tratar de recordar lo que había que hacer.

Pero no era agradable estar solo en el lateral de un desconocido camino comarcal al anochecer de un viernes. Lamentó haber sido tan convincente al asegurarle a Woohyun que podría llegar solo a Willara Downs mientras éste visitaba a su padre.

Dos días atrás, al padre de Woohyun lo habían ingresado en el hospital. Al parecer, Siwon Choi había encontrado al señor Nam en muy mal estado y había insistido en llevarlo a Willara.

De forma comprensible, a Woohyun lo había dominado la preocupación y Heechul lo había dejado en la ciudad.

—Siwon no responde al teléfono, así que lo más probable es que esté fuera del rancho, pero entenderá que aparezcas solo —le había asegurado su amigo.

—Y uno de nosotros vendrá a recogerte más o menos en una hora —había sugerido Heechul.

—Sí, eso será estupendo.

Y después de expresarle que ansiaba que su padre se encontrara mucho mejor, había partido, y descartando la preocupación por la salud del padre de Woohyun, se sentía entusiasmado por ese fin de semana lejos del trabajo y porque iba a conocer al novio de Woohyun… y formar parte de la planificación de todo el acontecimiento.

Lo último que necesitaba era un pinchazo.

Durante un instante jugó con la idea de llamar a Willara Downs para ver si Siwon Choi podía ayudarlo. Pero que lo vieran como a un chico de ciudad incapaz de cambiar una rueda pinchada era un modo tan pésimo de empezar un fin de semana que, resignado, bajó del vehículo. Abrió el maletero para sacar el gato y la llave que aflojaba las tuercas de la rueda.

Los mosquitos zumbaban mientras buscaba. Y, como solía suceder, la llave estaba enterraba bajo todo el equipaje… dos bolsas, dos maletines de maquillaje y dos trolleys.

—Nunca se sabe, puede haber alguna fiesta —había indicado Woohyun.

En ese momento, con las pertenencias de ambos diseminados a un lado del camino, se puso en cuclillas frente a la rueda. Y entonces no supo si sería lo bastante fuerte como para aflojar las tuercas. Parecían bien apretadas. Y aunque pudiera sacarlas, se preguntó si luego sería capaz de volver a apretarlas bien.

Se dijo que quizá debería tratar de llamar por teléfono para pedir ayuda.

Se incorporó y fue a buscar su bolso. Como de costumbre, el móvil se había escurrido de su contenedor lateral y tuvo que ponerse a hurgar entre un popurrí de cosas…

Seguía haciéndolo cuando oyó el sonido de un vehículo al acercarse. Se animó. Seguro que era la típica y amigable persona de campo encantada de parar y echarle una mano.

Apenas había formado ese pensamiento cuando experimentó un aguijonazo de temor. Si no hubiera visto tantas películas de terror. Ahí estaba, completamente solo en la campiña silenciosa y vacía, preguntándose si el conductor era un asesino con un hacha, un prisionero fugado o un violador.

Su mano se cerró en torno al teléfono móvil en el momento en que un todoterreno blanco apareció.

Sólo iba una persona en el coche, una silueta negra y claramente masculina. Comenzó a frenar.

Su corazón nervioso le dio un vuelco cuando el todoterreno se detuvo por completo y él se asomó, apoyando un antebrazo bronceado y fuerte en el borde de la ventanilla.

Lleno de pánico, apretó la tecla de llamada del móvil y observó la pantalla.

Sin cobertura. Lo que le faltaba. La esperanza de rescate acababa de esfumarse.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó el conductor.

Al menos tenía una voz amistosa… suave y cálida, con un vestigio de buen humor.

Heechul tragó saliva y se obligó a mirarlo directamente. Vio un pelo oscuro y corto y ojos del color del café. No amenazadores, sino amigables, cordiales y en un rostro atractivo. Una nariz agradablemente proporcionada, mandíbula fuerte y boca generosa.

Él ya había abierto la puerta y bajaba del vehículo.

Llevaba una camisa azul de mangas largas remangadas y unos pantalones ceñidos de color beis. Las botas de montar eran de color tostado y bien lustradas. Siempre le había gustado ese aspecto limpio con un toque de vaquero.

—Veo que has pinchado —fue hacia él con el andar relajado del hombre que conoce la tierra—. Vaya mala suerte.

Sonrió y la sonrisa también se reflejó en sus ojos.

A pesar de sus temores, Heechul no pudo evitar devolverle el gesto.

—Acabo de elevar el coche, pero no estaba seguro de hasta dónde debía subirlo.

—Yo diría que lo has dejado a la altura perfecta.

De pronto, no pudo recordar por qué había sentido aprensión de ese hombre. Había algo en su sonrisa y en su cara que resultaba de una idoneidad increíble e importante.




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